Opinión

Contra españoles y extra españoles

Lo sucedido hace hoy una semana ha dado que pensar a más de uno. Incluso se han producido llamadas al “patriotismo” por parte de aquellos que más han utilizado “la unidad de España” como un bien intangible, instalado en los tiempos de lo que se ha dado en llamar la post verdad, es decir como un término usado a gusto del usuario, no de la colectividad. 

Es curioso este patriotismo utilizado a modo de aquellas cataplasmas (¿de mostaza?) que conjuraban resfriados y calenturas o, mejor aún, de aquellos parches del Doctor Winter que aportaban un calorcito que, venciendo el reumatismo articular, ayudaban a caminar con más garbo. Acusar a los demás de poco patriotas, de nada patriotas o incluso de antipatriotas permite caminar con mucho más salero electoral que si se hace reconociendo a los demás lo que se pretende disfrutar en soledad. Sin embargo, ese patriotismo que pudiera parecer de conveniencia o de oportunidad, ese parche poroso puesto sobre la piel colectiva para tapar las ronchas que la ejecutoria propia provoca en ella puede tornarse en contra e incluso tapar alguna boca.

No hace mucho que, nuestro patriótico gobierno, ha aportado unos cuantos miles de millones de euros a ese sufrido pueblo catalán al que al parecer “Espanya ens roba” con el único y patriótico objetivo de que, gracias al dispendio, se vean a probados los presupuestos del Estado. E ídem de lienzo para con el gobierno vasco que también ve satisfechas sus aspiraciones del modo que todos ustedes saben.

Incluso un solo diputado canario ha conseguido del gobierno central, que al parecer debiera gobernar para todos, prebendas a las que por aquí solemos permanecer ajenos. ¿Qué lecciones debemos extraer de estas alegrías presupuestarias? 

Desde el hecho de que, ahora, los vascos van a tener el AVE antes que nosotros, que una vez más veremos retrasada su llegada, hasta el de que los canarios volarán más barato hasta su tierra o los catalanes tendrán más dinero que dilapidar en sus cosas, mientras que los gallegos seguiremos desplazándonos, calladitos, hasta Oporto, teniendo tres espléndidos aeropuertos en Galicia, pueden ustedes considerar las conclusiones que prefieran. Aquí el que no llora no mama y no es verdad que oveja mansa mame de su madre y de la ajena: los radares campeones en multar están instalados en Galicia.
Hay una anécdota atribuida a un “premier” inglés, a su regreso de una visita realizada a España, que no me resisto a no contar de nuevo. Consultado por el tema de las plurinacionalidad española, de entre las que ahora, llegado el caso de la nuestra, hasta Pedro Sánchez se olvida de ella, omitiéndola, respondió el primer ministro británico empezando por la de Cataluña: Los catalanes son contra españoles, dijo. Prefieren ser franceses o cualquier otra cosa antes que españoles.

Ser contrarios a España es su mejor y más definitiva manera de sentirse catalanes, siguió diciendo; luego se extendió en pormenores alrededor de esta misma consideración hasta que sus oyentes empezaron a impacientarse y lo interrumpieron rogándole que les hablase del País Vasco. ¡Ah, dijo, esos son anti españoles! Y acto seguido continuó valorando que esa condición de ser anti español es, por cierto, una forma de ser muy española.

Por ese camino siguió discurseando durante un buen rato hasta que de nuevo fue informado de que querían saber qué pasaba con Galicia, siendo como esta era tan afín a Irlanda y Gales y que, durante la que ellos llaman Guerra de la Península porque afirman que la ganaron ellos, y nosotros llamamos de la Independencia porque estamos convencidos de que la ganamos nosotros, tuvo Galicia embajador en Londres y Londres lo tuvo en A Coruña, por eso, querían saber qué pasaba con nosotros.

¡Huy, respondió el premier, esos son extra españoles! No se sabe si continuaron discutiendo si lo que sucedía era que el premier nos consideraba más españoles que nadie o bien si lo que pensaba era que somos los más extraños y ajenos a la forma de ser del resto de ellos. Felipe González pensaba por su parte, al menos lo pensó en tiempos, que éramos los más diferentes del resto de los ciudadanos del Estado.

Por mi parte empiezo a sospechar si ya seremos diferentes incluso de nosotros mismos; o lo que es peor, incluso que seamos ya indiferentes a nuestra propia condición y respecto de nuestra propia realidad. Mientras vemos como los demás exprimen su diferencia con la misma presión con la que el ministro Montoro es capaz de exprimir el limón impositivo, sacando zumo de donde ya no queda ni una sola gota, a nosotros nos vale tanto un roto como un descosido, un arre como un só, un quítate que me pongo yo, y así seguimos y, lo que es peor, seguiremos permaneciendo ajenos tanto a nuestra realidad como a nuestras necesidades.

Mientras los demás consiguen cupos y millones, vuelos a mitad de precio y prebendas varias nosotros, de cada tres gallegos que deciden volar en avión, dos lo hacen cogiéndolo en Oporto. A lo mejor lo que el premier inglés quiso indicar es que somos extraordinarios, únicos e insólitos, algo fuera de lo común y aconsejable, gentes dispersas y distantes de si mismas a las que se pueden tomar por el pito del sereno. Seguro que estoy exagerando, pero igual conviene echarle una pensada.

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