Opinión

Karina Falagan y sus cafeteras

Esta “ocupación” que consiste en habitar en un cuerpo que se inició ya en la llamada edad provecta tiene algunas ventajas, pero también algunos inconvenientes; por ejemplo, expresas tu convicción de que ya eres o estás mayor y te sientas, mientras que los demás tienen que permanecer de pie. Esa es una ventaja. Hay más, claro, pero no quiero aburrirles y los de mi edad ya saben a lo que atenerse. Los más jóvenes, ya verán, ya.

Entre los inconvenientes de habitar en ese cuerpo, de obra de setenta y pico eneros, está el de la memoria; por ejemplo, el otro día, ya no sé en dónde, supongo que aquí porque es aquí en donde, llegados los domingos, en ocasiones también los jueves, como sucede hoy mismo, vierto en esta página no pocas vivencias y recuerdos, sucintas memorias de tiempos pasados, anécdotas y chascarrillos que se me vienen a la mente y hacen que me espabile como no lo conseguiría con otros muchos motivos, el otro día, les decía, escribí algo acerca de Karina Falagan. Pero no recuerdo que haya sido aquí.

Había ido a Pontevedra y, en Cinania, una librería a la que hay que ir en busca de viejos libros y aun de los recientes, haciéndolo con el mismo espíritu con el que, desde Pontevedra, veníamos a la Librería Tanco propiedad que fue de aquel inefable Carlos Vázquez, profesor de francés en el Instituto del Posío, casado que estuvo con una hermosa mujer llamada María Victoria cuya familia vivía puerta con puerta, en el mismo rellano de la escalera, que mi abuela Regina de la que, sin duda, tanto tengo hablado aquí desde hace ya un par de años o tres, cualquiera lo recuerda.

Veníamos a Tanco y Antón Tovar, el de “El tren y las cosas”, el poeta de aquel verso que decía “dolor de muelas, dolor de calavera en vida”, el del premio Marina de Poesía que sufragaban, creo recordar, los Trebolle de el Puente a través de su Imprenta, Antón, el querido Antón Tovar, nos vendía los libros editados en París por Ruedo Ibérico sufragada que estaba a su vez la editorial por Isaac Díaz Pardo. Ya ven qué cosas. Pues con ese ánimo hay que ir a Pontevedra, a Cinania, no porque haya libros prohibidos sino porque allí hay libros ahora inencontrables.

El caso es que salí de allí, de Cinania, con un ejemplar de “Una conversación en La Habana”, que contiene la larga entrevista que le hice a Fidel Castro en un día ya lejano, y con “Breixo” o, lo que es lo mismo, con el libro que me echó a andar como novelista. Al abrirlo vi que estaba dedicado a Karina Falagan. Ustedes habrán oído hablar de ella. Pero de no haber sido así será mejor que acudan a Google y visiten Wikipedia, yo ya estoy mayor y para pocos trotes.

Karina había llegado al Parlamento de Galicia con intención de pasar visita a una diputada socialista que, en un pleno, le había llamado prostituta. Venía con las manos vendadas “e doulla ben dada”, quiero decir que le arreó una bofetada, de esas que en Ourense decíamos de changüí, con el empeine, o sea, con la mano abierta y los nudillos bien expuestos, que la dejó bien servida. Luego, una vez administrada la que púdicamente calificaremos como una solemne oblea, preguntó por mí y cuando nos encontramos extrajo un lote de mis libros y me pidió que se los dedicase. Excuso decir que lo hice encantado. Uno de ellos fue ese “Breixo” que compré el otro día en Pontevedra. “Sic transit gloria mundi”.

Karina tenía la representación en exclusiva de una famosa marca sueca de cafeteras llamadas Kona. En una ocasión en la que Julio Iglesias estuvo en Compostela -pariente que era de los Puga, dueños de los almacenes que estaban al final de la rúa da Paz, esquina con la de Juan de Austria, al tiempo que también lo eran de la emisora Radio Orense dirigida por Pedro Arcas, el mismo Pedro Arcas que había afirmado en algún momento que el Club Deportivo Orense atravesaba un bache económico de gran altura- algunas personas cenamos con él en el hoy desaparecido restaurante de Toñi Vicente. Karina Falagan lo intentó, intentó ser admitida en una mesa en la que lo que sobraban eran candidatos a ocuparla, pero no lo consiguió. El mismo doctor Iglesias, padre del cantante, tuvo que quedarse fuera, resignadamente, en compañía de su joven pareja de color. 

Karina no se resignó tan fácilmente y esperó. Esperó a que concluyese la cena. Para entonces ya se había congregado una pequeña multitud, ansiosa de ver cuando no de tocar a Julio Iglesias, de modo que los comensales salimos de allí como pudimos igual que lo hizo el propio cantante. En medio del vociferante estruendo que se formó sobresalió la voz inconfundible de Karina resonando lejana, pero clara, dirigiéndose a la esposa de un conselleiro a la sazón reinante, propietaria que al parecer era la señora de una de las famosas cafeteras.

-¡Menganita…! ¿Qué tal te funciooona la Konitaaaa?

Cundió el pánico. La representación de la marca era cierta, pero escaso el conocimiento que había de ella.

Entonces, con toda naturalidad, respondió la dama:

-¡Gracias Karina, me funciona perfectamente!

Imagínense el diálogo establecido a gritos, a partir de ahí, porque la dama de la noche viguesa insistió:

-¡Cuáaaaanto me aleeegrooo de que te funcione bien la Koooona!

-¡Gracias Karina! -Respondió la mujer del conselleiro.

Lo que sirvió para que Karina porfiase:

-¡Y de que la uuuuseees muuuuucho!

No mucho, pero sí algo más duró aquel diálogo insólito y deslumbrante. 

Lástima no poder recordar ahora la dedicatoria que escribí en la primera página de “Breixo” debajo de una cita de Guy de Maupassant que habla, precisamente, de las delicias nocturnas del amor cuando lo hacemos llevados de la mano de los sueños y nos llevan a esas insospechadas alegrías. Igual se lo cuento cualquier otro día.

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