Opinión

Doce sherpas

Desde que supe quienes eran y por qué se contrataban a los sherpas en las ascensiones al Himalaya, tuve la sensación de que el mundo era, efectivamente, raro, tal vez injusto. Naturalmente no meto en este juicio a los montañeros que no sólo respetan como nadie a estas gentes sino que los valoran como sin duda se merecen. Pero hay algo que sigue sonando mal, rechinando, dando una imagen del mundo que no cambia. En las innumerables películas de mi infancia ambientas en África con cazadores blancos y generalmente malos -imagino que las películas eran y son un espejo de la realidad- los safaris se organizaban siempre con al menos diez "negritos" que eran los encargados del trabajo si no sucio, si pesado. Los negritos, como los sherpas, se conocían los caminos, aguantaban las temperaturas, cargaban con los bártulos, salvaban a la chica en ocasiones y ponían la pieza del deseo a tiro del blanco que era quien luego se hacía la foto o se llevaba los colmillos y la gloria.

Estos días han sido noticias doce sherpas muertos por un alud de nieve. No se publicarán sus nombres porque cuando muere un sherpa en la montaña, no suele ser noticia. Esta vez ha sido el número, doce muertos y varios gravemente heridos, lo que ha convertido la tragedia en algo digno de ocupar un lugar en los medios.

Para nosotros, los que no tenemos ni idea de lo que es la montaña, los doce sherpas como los diez negritos de las películas, son los extras contratados por los occidentales, gentes que se ganan la vida exponiéndose a perderla y sabiendo que nunca van a ocupar el lugar que realmente les corresponde en la historia grande del poderoso Himalaya. Insisto en que hablo del común de los mortales, no de los grandes montañeros a los que tantas veces he escuchado hablar de la importantísima colaboración de estas gentes.

Pero la Historia se escribe al otro la del mundo y sin duda muchos saben quien fue Sir Edmund Percival Hillary, el primero en llegar a la cima del Everest el 29 de mayo de 1953, pero pocas veces se cita a Tenzing Norgay, el sherpa que le acompañó en aquella gran aventura. Justo es reconocer que Hillary se volcó después de su hazaña compartida en la ayuda al pueblo sherpa del Nepal. Pero de eso sabemos poco, nos limitamos a conocer la necesidad de contar con sherpas pagados para las expediciones y poco más.

Tampoco debe extrañarnos mucho todo esto; en realidad no es más que un reflejo de cómo funciona el mundo y basta con echar un vistazo a lo que nos rodea. Algo hemos adelantado pero aun estamos muy lejos de una cierta equidad. Estoy convencido -como ya he dicho- de que la muerte de estos doce sherpas ha sido noticia porque son doce, no porque fueran sherpas. Y ese es el detalle que lo entristece todo.

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