Opinión

A las puertas del Nobel

En varias ocasiones pasé por Newark, situada al otro lado del rio Hudson, estado de New Jersey. Se la conoce, zona de Celanova, por los restaurantes que se anuncian con el nombre del país de origen (Spain Restaurant). Una de mis visitas, ya profesor en Columbia University, fue con ocasión de la entrevista con el comité de selección de candidatos para un puesto de Professor de humanidades en la universidad del estado (Rutgers University). La entrevista, un rotundo fracaso. La mayoría del comité, al frente de avispadas feministas, no tolerarían la injerencia de un especialista del Siglo de Oro en su departamento. Aun escociaban viejas leyendas: la del conquistador por tierras latinoamericanas. Se iniciaba un nuevo giro en los estudios de humanidades: lecturas poscoloniales en íntima mixtura con feminismo y estudios culturales. Harold Bloom las calificó de «escuela del resentimiento» (The Resentment Shool). No hubiera aceptado el nombramiento. Por Rutgers pasaron los hermanos Santamarina, republicanos exiliados, nacidos en Fonsagrada (Lugo); uno (Enrique) en el departamento de veterinaria; el otro (Leonardo), en el de español. 

Newark era de aquellas una ciudad multirracial, conflictiva. Se agrupaba en comunidades étnicas: italianos, afro-americanos, judíos, hispanos (la mayoría del Caribe), y una destacada colonia portuguesa y brasileña. Tales espacios ofrecían un gratuito acomodo, vibrante energía: dar voz a sus suspicacias en cuanto a religión, fe, vida social, complejos étnicos. Destacó el gran escritor judío Philip Roth, recientemente fallecido (el 22 de mayo), a los 85 años, perenne candidato (primus inter pares) al Nobel en literatura. Uno de sus provocativos relatos, el «Defensor de la fe», vio la luz en la revista New Yorker, y posteriormente en la colección Goodbye, Columbus. Provocó una riada de acusaciones y comentarios. Un sargento judío se opone  a que un  soldado obtenga ciertos favores basados en una etnicidad compartida: el judaísmo. En juego, disciplina militar, cultura judeo-americana, asimilación de la nueva riada de inmigrantes judíos, alineación entre los miembros de la misma comunidad basada en procedencia y origen: judíos ortodoxos, ashkenazis, sefarditas. 

Goodbuy, Columbus fue un gran aldabonazo internacional. Obtuvo el prestigioso U.S. National Book Award for Fiction. La confesión a un psicoanalista se combina con un gran fárrago de transgresiones sexuales, de dolor psíquico, de quejas, lamentos, críticas socio culturales. Judaísmo y anti-judaísmo forman parte del relato étnico y social. Y de sus dilemas. El judaísmo de Roth es su gran metáfora. Conecta con todas las religiones. Sucede lo mismo con Bob Dyland y Leonard Cohen. Y con todo escritor, que envuelva sus relatos en contradicciones y en vagas aporías: defensa del patriotismo y en su contra, idealista y a su vez pragmático, moralista y a la vez trasgresor, ateo y en lucha con un Dios que para Roth ni existe ni vela por los desposeídos. Y si bien el espacio literario de Roth apenas abarca diez millas cuadradas (Newark), incluye la conciencia del mundo actual. La articulan una intrincada cosmovisión de polaridades, un viviente teatro en la condición humana. Un tópico reincidente: las relaciones sexuales como negación de la muerte y ésta como la agria reprimenda del sexo. 

Tal vez el mejor libro de Roth sea American Pastoral (1997), Premio Pulitzer, 1998. El brillante narrador dramatiza las obsesiones de la vida humana: la sexual, la espiritual y la intelectual. Lo bueno y lo malo de cada uno. Y al lector implicado en lo cómico y lo trágico de la vida, en la farsa y en el horror de lo descrito, en la hipócrita mojigatería. Párrafos escritos con un gran sentido de la cadencia del ritmo, que encanta y mueve a seguir leyendo. Gran virtuoso de su lengua, Roth escoge la palabra precisa, exacta. Frases y sentencias que combinan y describen el sentir de la mente, del cuerpo y del espíritu, la dignidad y la indignación, el rígido tedio ante lo convencional y lo deshonesto de la vida humana.

Todo se asienta en la Newark de la infancia y de la juventud de Roth: dos generaciones de judíos americanos y de emigrantes llegados de la Europa del Este. Una generación que se americaniza en las escuelas públicas; que todavía habla yiddish y que raramente accede a la universidad. Y la de Roth, que aun sufre las barreras del antisemitismo; que accede a la universidad sin cuotas limitadas para judíos. Que se hace adulta, que se emancipa, que ya no habla yíddish. Que se aleja del gueto donde su ubicaron sus abuelos y habían nacido sus padres.

Los lectores judíos se sentirían perplejos ante la crítica mordaz de Roth, un sabelotodo (wisenheimer) a espaldas de las creencias de sus ascendientes; que nació y creció en un distinguido barrio judío, de Newark. A su agresividad añade crudeza y pasajes obscenos. Su capital sexual era un arma de doble filo: pérdida de la libertad y gran dolor emocional ante la ruptura. Ya en su edad avanzada, la falta de apetencia sexual y la cercanía del fin, la muerte como un último insulto, fueron sus poderosos motivos narrativos. Uno de los protagonistas de Everyman (2006) refleja tal idea: «la vejez no es una batalla; es una masacre». Nemesis (2010), su última novela, se desarrolla en la Newark de 1944. A partir de su publicación, Roth dejó de escribir. Y cierra  a modo de círculo el espacio de sus novelas, siempre a las puertas del Nobel. 

(Parada de Sil)

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