Opinión

Cronologías del exilio

La historia está llena de exilios. Y de famosos exiliados. Ya desde la Antigüedad clásica, griega y romana. Era una manera de acallar políticamente al ciudadano lenguaraz, irritante, impertinente. O inmoral. Destacado el caso del poeta latino, Ovidio. Tanto sus primeras obras, Amores, El arte de amar, Remedio de amoris, como el más llamativo, Sobre la cosmética para del rostro femenino, lo habían encumbrado en las alas de la Fama. Acusado de inmoral, con poco más de cincuenta años, es desterrado por orden del emperador Octavio Augusto a la aldea de Tomi, a orillas del mar Negro. Situada en la zona de Escitia, referencia común en los textos latinos, era sinónimo de tierra baldía, árida y hostil. La soledad, la angustia de un castigo inmerecido, el desarraigo de su espacio social, movieron a Ovidio a escribir, a modo de testamento emotivo, los versos más representativos del ser humano en el exilio: Tristia (“Tristes”) y Ex Ponto (“Pónticas”), en forma de epístolas.

A un espacio semejante, hace casi un siglo, suspendido de empleo y sueldo, llegó don Miguel de Unamuno a la isla de Fuerteventura. Firmó la orden del destierro el rey Alfonso XIII bajo el mandato de Primo de Rivera. A éste le escocían las agudas diatribas del rector de la Universidad de Salamanca, y decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Quedaba suspendido de empleo y sueldo. La famosa frase “como decíamos ayer”, atribuida a fray Luis de León, también catedrático de la misma universidad, de vuelta a su clase al salir de la cárcel, en 1576 (en ella pasó cinco años), la imita Unamuno cinco siglos despues. El último día de su clase les anuncia a sus estudiantes, “para el próximo día, la lección siguiente”. Concha, su mujer, en su casa situada en la calle Bordadores, apenas podía contener las lágrimas. Unamuno compara el clima de Fuerteventura, pese a la sequedad y al escaso arbolado, con “una eterna primavera”. Y continua: “El paisaje es triste y desolado, pero tiene hermosura. Estas colinas peladas parecen jorobas de camellos y en ellas se recorta el contorno de éstos. Es una tierra acamellada”. Semeja la zona de Escitia, a donde es desterrado Ovidio.

El exiliado, y aun más, el desterrado, es la figura humana del ausente de sí mismo. Un Juan sin tierra (1975), rememorando el título de la novela de Juan Goytisolo, en un principio censurada su lectura. Espacios y tiempos se superponen en la figura errante del protagonista, que critica y parodia su raigambre social, económica y sexual, en busca de su otro. Un outsider que se afirma y se niega dentro del mismo sistema que le da voz como lengua y como palabra escrita. A modo del judío errante, el Juan sin tierra de Goytisolo, se refugia en la agarena fraternidad marroquí. Dueño, al fin, de una nueva personalidad, acorde con su defensa de los desheredados de la sociedad capitalista, el protagonista, arabizado, deja de ser español. Es remedo del propio autor, también sin tierra, y sometido a una negativa revelación de su pasado. Se ve reflejado en la figura del sevillano Joseph Blanco White, un romantico liberal exiliado en Londres. Escribe Goytisolo en la presentación crítica de la obra de Blanco White (1982): “Acabo ya y solo ahora advierto que al hablar de Blanco White no he cesado de hablar de mí mismo”.

La historia y la literatura acopian, en abundantes monografías, casos relevantes de exilios y de exiliados. Incluye géneros (Las novelas del exilio), destacadas figuras y periodos históricos. El exilio es voluntario, el destierro forzado: judíos y moros en la España pre moderna (1492, 1609). Pero tal vez sea el Quijote la figura del gran tras-terrado; del exiliado de sí mismo, interior, en busca de un espacio utópico que, por imaginado, no encuentra. Y lo patea, en la memoria de sus lecturas, con una vuelta a la casa, nueva salida y una última (la tercera), ya incapaz de reconocerse. Vuelve a la casa real. En ella recobra su identidad y la palabra que lo identifica: Alonso Quijano. Imbuido en sus sus legendarias lecturas (libros de caballería), lo abate la melancolía y el desengaño. 

En mis años en Yale University, algunos de los más distinguidos profesores de Humanidades eran exiliados. Procedían de la Alemania pre-nazi: Theodore Adorno, Herbert Marcuse, Erich Auerbach. Y de la España republicana: Francisco Guerra, Manuel Durán, e incluso franquista: el distinguido sociólogo Juan Linz. La cara cruzada por múltiples arrugas de Max Aub, a su paso por Yale, era la imagen del tras-terrado, lejos de su Segorbe (Castellón). Se dirigía, en amena charla, a una audiencia de profesores marcados por el mismo destino. Hijo de padre francés y madre alemana, las arrugas de su cara marcaban las tragedias del eterno deportado. Los sostenía un aire de arraigada moral y de asumida ética ante un destino forzado: filólogos como Américo Castro y Vicente Llorens (Princeton University), Tomás Navarro Tomás (Columbia), Francisco Ayala (Chicago University), el escritor Ramón Sender (University of New México, Alburquerque). Cunden los ejemplos. El del santanderino Eulalio Ferrer. Se exilió en México, con apenas 20 años. Joven alférez en el ejército republicano, y secretario de las Juventudes Socialistas en Santander, huyó de una muerte firmada. Su memoria la eterniza el famoso Museo Iconógrafico del Quijote, único en el mundo, que Ferrer donó al pueblo mexicano. Y a la ciudad cervantina de Guanajuato.

Le semántica del exilio es compleja: voluntario o forzado, individual o colectivo. Impuesto por el poder (los múltiples destierros del pueblo judío), o como condena seguida de un proceso judicial. También admite el chantaje: el fugado o huido de la justicia (Carles Puigdemont y sus ex consejeros). Éste reclamó al Tribunal Supremo el calificativo de «exiliado» o «procesado ausente», no el de «huido». Careciendo de la estatura moral y ética del forzado a salir de su casa, enmascara su huida en ilusas utopías quijotescas.

(Parada de Sil)

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