Opinión

La hoguera de las vanidades

No solo por la forma de andar, mirar, gesticular y hablar; también por su atuendo y vestimenta (camisa, nudo de la corbata, chaqueta, pantalones, zapatos) se diferencia a un europeo de un norteamericano. Uno, traje ceñido, chaqueta corta, pantalones entubados, zapatos puntiagudos.

El otro, traje amplio, voluminoso: chaqueta holgada, nudo de corbata estilo Windsor o Pratt, cuello de la camisa abotonado, o con pajarita, o con sus puntas unidas bajo la corbata por un fino alfiler dorado. Y pantalones amplios, sueltos. Así se conocía y se diferenciaba Tom Wolf, el gran cronista de la vida norteamericana, recién fallecido.

Así se vestía cada mañana: traje de seda o de lino, camisa y corbata de seda, chaleco cruzado, llamativo pañuelo asomando su punta en el bolsillo alto de la chaqueta, calcetines color crema, botas de polaina. Y mirándose en el espejo, rostro terso, mofletudo, fino, como el de una muñeca china. De porcelana. Pelo suelto al modo inglés cayendo sobre el lado derecho de su oreja. Parte del pómulo izquierdo, despejado. Y así saldría paseando por Richmond, su ciudad natal, situada en el estado sureño de Virginia. Su lento pasear lo transpuso, durante su larga vida, a la Manhattan de Nueva York. Siempre vestido de blanco. Él y su otro: personajes de sí mismo en el espaci de su escritura. Ejemplar conciencia de sus dobles: dentro y fuera de sus textos. 

Y lentamente caminando, midiendo sus pasos, llegaría  a su apartamento situado en la zona alta del Este de Manhattan (The Upper East Side). Prístino, impecable. Su escritorio en forma de una alargada herradura, roble bronceado, pisa papeles de cristal millefiori Murano, y más en la esquina, la máquina de escribir.

Lista para empezar a teclear el siguiente artículo: las diez páginas que Wolf se exigía cada mañana. Artículos que veían la luz en las más prestigiosas revistas del país  (The New Yorker, Esquire, Harper). Y deslumbrantes novelas que iban narrando la magna cartografía de un espacio social llamado América, arquitecturas de palabras, a medio camino entre imperio y mito. Tom Wolf dio voz al llamado nuevo periodismo (New Journalism), años 60 y 70 del pasado siglo. La descripción cronística de los hechos se presentaba envuelta en mínimos detalles edulcorados con técnicas marcadamente literarias. 

Uso del diálogo, relato en primera persona, asunción emotiva ante lo narrado, manipulación descriptiva de la objetividad. Uno de los textos canónicos, la gran novela In Cold  Blood (A sangre fría) de Truman Capote. Se considera la piedra angular de la nueva crónica periodística: narración omnisciente (quien narra conoce todo lo ocurrido), punto de vista a través de los testigos del hecho ocurrido.

Herbert Clutter, un rico granjero de Kansas, su mujer y sus dos niños, fueron brutalmente asesinados. Éstos apresados poco después. Capote viajó al lugar del crimen y pasó seis años investigando lo ocurrido. Acumuló cientos de notas. A Sangre fría es la gran novela de no ficción, oxímoron que define la poética del nuevo género. 

El mismo impulso, narrar la totalidad de una historia, movía a Tom Wolf: escribir la Gran Novela Americana. Dar voz a esa América, bullente y heroica, al uso de la Comedia humana (La Comédie humaine) de Balzac, de las rotundas crónicas de Zola. O de Charles Dickens.

Detallar con asombrosa minucia (se definió como naturalismo) la actualidad; en palabras de Wolf, el mundo real. Se situó al  margen de su generación encabezada por reconocidos novelistas: Norman Mailer, John Updike, John Irving, intrigados por el desarrollo de fantasías psicológicas y por un  estilo ameno. 

El espacio literario lo define Wolf como minutas de la vida real. Así en una de sus más famosas novelas The Bonfire of the Vanities (La hoguera de las vanidades): la infame historia de Sherman McCoy, corredor de bolsa, culto al dinero (Wall Street), sexo, racismo, tensiones sociales, inmigración. Y detrás de cada pieza años de detallada investigación. Y una sociedad gráficamente desmenuzada con una fina aura satírica, figuras de hombres resentidos. The Bonfire of the Vanities se publicó previamente por entregas: 27 fascículos que vieron la luz en la revista Rolling Stone. 

Ya el título delata el lejano hecho histórico sucedido en Florencia, en 1497.

El fogoso fraile dominico Savonarola organizó las célebres hogueras de las vanidades. Sus ardientes sermones movieron a los florentinos a que quemasen en público los objetos causantes de pecado: cosméticos, espejos, libros (las obras de Boccaccio), pinturas, esculturas, vestidos y hasta cartas de juego. Y manuscritos de canciones populares. Las acusaciones incluían el lujo, la avaricia y depravación de los ricos y poderosos (los Médicis), corrupción de la iglesia, sodomía. 

Cortesía sureña, voz suave, caballero cediendo el paso a damas, abriéndoles puerta, casado, padre de varios hijos, tal la imagen del otro Wolf: un verdadero WASP (acrónimo de White, Anglo-Sason, Protestante), conservador, luciendo una lujoso anillo con las insignias Patria (Country), Dios (God)  y partido republicano. Impecablemente trajeado, pateando barriadas y guetos (el Bronx de Nueva York), bolígrafo y cuadernillo en mano, anotando los mínimos detalles del último crimen cometido. 

(Parada de Sil)

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