Opinión

Las trampas del Míster Trump

El simbolismo de los colores es uno de los más asentados tópicos en las culturas de todos los tiempos. El blanco es en algunas culturas símbolo de inocencia, de victoria y triunfo, de paz y de lograda felicidad. Por el contrario, en ciertas culturas orientales se asocia con las liturgias fúnebres: el dolor y la muerte. El rojo asocia pasión y vehemencia erótica; el azul, nobleza y sinceridad. Así en la heráldica. El amarillo continencia y pasividad. Pero es el blanco el más universal. Y el más presente en las culturas del Mediterráneo. Pueblos enteros pintados de blanco; blanco rodando por las colinas hacia el mar. O subiendo la empinada colina hacia el horizonte. Es el color que impone la litúrgica del triunfo y de la llegada de la gracia evangélica; de quien recibe el agua bautismal. Y el de la novia, moviendo fluctuando su larga cola, su gaseoso velo y su ramo de azahar. Simbolismo a ras de tierra: virginidad, júbilo, triunfo del amor. El gran gozo de la vida: la natural comunión, cuasi mística, de la carne ennoblecida por la entrega incondicional.

Uno de los edificios más blancos es la Casa Blanca, en Washington. Situada en el centro de la ciudad, rodeada por unos cuasi idílicos jardines y césped inmaculado, altas verjas (del francés verges), cierran y acotan, defienden y separan dos espacios altamente diferenciados. El de afuera, abierto, transitado, ruidoso; de quienes se asoman o se detienen para ver lo que pasa al otro lado: silencio y quietud. Lo preside y es su centro la Casa Blanca. Es objeto de reverencia y veneración. Y a la vez de insultos y de desacralización. En su entorno se han organizado riadas de manifestaciones, a veces pacíficas, otras violentas. Es acumulación y síntesis de contrariadas ideologías. Las encarna el sujeto presidencial que la habita. Y los vaivenes del poder que representa: hoy blanco, o rubio manzanilla, mañana gris. Una casa blanca símbolo de las virtudes y de las erradas decisiones que jalonan su historia. 

En 1620 llegó a las costas del estado de Masachusetts el barco Maryflower capitaneado por William Bradford. La colonia Plymouth fue el primer asiento de un gran país. Se afirmó sobre una roca simbólicamente venerada. Plymouth Rock es la mítica creación del desembarco. Representa en el imaginario norteamericano un lugar de culto patriótico y de desafiante rechazo a las monarquías absolutas al otro lado del Atlántico. Encarna, al igual que la Casa Blanca, los venerados ideales de los primeros europeos que desembarcaron en Plymouth (en recuerdo del lejano puerto inglés). Se les denomina peregrinos (pilgrims), y a la zona, ferozmente colonizada, New England (Nueva Inglaterra)

La Casa Blanca ya no es tan blanca. Duele el profundo llorar de una niña separada de sus padres, también peregrinos por una vida mejor. A veces enfrentándose a situaciones de vida o muerte. Es la peor pesadilla para un menor el verse separado de sus padres, y no saber donde está. Desprotegido. Levantar muros, devolver en caliente a los indocumentados que llegan con menores, separando a unos de los otros, define una política fría y cruel. El levantar un muro en la frontera con México fue quizás la gran promesa de la campaña de Donald Trump. Sigue en el aire su financiación. Y lo es el asumir que el cambio climático es un gran engaño pese a la aplastante evidencia científica. Y el ignorar el daño que suponen las emisiones de carbono de las centrales eléctricas. 

Otra de las trampas de mister Trump es la gran promesa, ya en el vacío: «construiremos nuevas calles y carreteras, puentes, aeropuertos, túneles y ferrocarriles a lo largo de nuestra hermosa nación». Rabioso populismo. Promesa vacía. La frase «es la semana de las infraestructuras» se ha convertido en la gran broma comentada en Washington. Y no menos ha sido un engaño, seguido de fracasos legislativos, los esfuerzos de Trump por reformar, alterar y hasta eliminar la reforma de salud que instauró Obama, conocida como Obamacare. La gran reducción fiscal para las empresas y para muchos estadounidenses ha supuesto un gran boom en la economía del país que se contrarresta con el freno abrupto del libre comercial mundial. De hecho, el mercado de valores (Dow Jones) está alcanzado niveles record. Y el nivel del Índice de Confianza del Consumidor es el más alto en los últimos diecisiete años.

Si bien no ha habido un cambio drástico del paradigma político de USA, temido por unos bandos y deseado por otros, el nuevo tono, la aptitud desafiante, prepotente, las formas y modales (vestimenta, peinado, mirada, formas de hablar y de gesticular) originan contención de quien escucha, sino desdén. Ausencia de tacto diplomático. Supremacía del «Yo soy quien soy». La falta de experiencia política, militar o gubernamental delata a quien se ha hecho en el mundo de los negocios a base de ofertas y contraofertas; de engañar, trampear, acordar, movido por una ferviente deseo de sumar dinero sobre dinero. En mente el aviso evangélico: «es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos» (Mt. 10,25).

Ya se ha asumido el desconcierto: alocado uso de las redes sociales, twitts all’improvviso, discursos de repente, en tono de campaña; indiferencia ante los acuerdos previamente firmados. Lo anormalidad es la nueva ética de conducta presidencial. 

(Parada de Sil)

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