Opinión

Mestizaje a lo humano y a lo divino

A veces uno camina asombrado. Observa, mira, contempla ensimismado lo que ve, al margen de la realidad, situado en el sublime acto de la descreencia y de la mirada descreída. Confundido y atónito ante lo nunca visto, o visto otra vez, de manera distinta, ya en otra edad o en otro tiempo. Le sucede a la riada de peregrinos que observan asombrados las policromadas figuras del Arco de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, recientemente restaurado. Caras, rostros alargados, miradas, ojos, cabezas, hirsutas barbas, beatíficas poses. Cada figura distinta a modo de una mágica melodía en piedra, vívida, exultante, y a la vez meditativa, interior. Ahí la piedra fue bordeada, cincelada, esculpida, acariciada en íntima unión de creencia, fervor y arte mágico: doblegar la piedra y hacerla pulsar pieza a pieza, y en conjunto, un gran himno de divina contemplación, silenciado. La voz en piedra de un gran demiurgo: del supremo artesano, el Maestro Mateo, breve medida del otro gran Artífice, que pulsa todas las cuerdas de lo creado. Mateo, el gran escultor del Románico europeo.

Y asombra, si bien cambiando de tercio, a quien camina entre esa gran bosque de columnas de mármol, dovelas alternando colores, arcos polilobulados, que se cruzan superpuestos, y forman celosías y graban en la mente de quien camina, en el juego de luces y sombras, una imaginada red de senderos que también llevan al gran arquitecto de la luz: al supremo Hacedor. Y en el centro, si bien formando un mágico mestizaje, la catedral. Mestizaje a lo divino: dos creencias por siglos enfrentadas (Islán y Cristianismo), y a la vez hermanadas por una fe universal. Marcan tiempos (el antes y el ahora) y historias de otros tiempos: desde la lejana Edad Media a los cruces de caminos del Renacimiento. Y delimitan espacios sagrados, fronterizos, difíciles de unificar: la gran Mezquita-Catedral de Córdoba. Las manos de Maestro Mateo, que cincelaron el Arco de la Gloria, al igual que la visión imaginaria del arquitecto árabe, que edificó la gran mezquita, supremos artesanos en piedra y luz, homenajearon en su fe al divino demiurgo (en griego creador) de la Historia:

Joaquín Roses, otro gran artífice de mestizajes a lo humano, catedrático de la Universidad de Córdoba, doctor por la Universidad de Brown, y fundador y director de la Casa-Museo don Luis de Góngora (Diputación Provincial), ideó con mano inteligente y mente ávida de lecturas, una gran exposición dedicada a dos príncipes de letras cordobesas: al mestizo Gómez Suarez de Figueroa, conocido como el Inca Garcilaso, hijo de princesa Inca y de padre español, natural de Montilla, y al gran don Luis de Góngora y Argote. Y un espacio también mestizo, la Mezquita-Catedral, cobija durante casi 400 años los resto del Inca Garcilaso y de Góngora. El primero descansa en la capilla de las Ánimas; a pocos metros, la de san Bartolomé, donde se sitúa la urna funeraria de don Luis. «Dos creadores inolvidables», escribe Joaquín Roses, «que convivieron durante veinticinco años en la misma ciudad, que se miraron abiertamente o de soslayo, que compraron o vendieron lo que ambicionaban o necesitaban, que conversaron o se visitaron mutuamente . . . ». La exposición, cercana a la capilla de ls Ánimas, la componen una veintena de panales. Muestran el gran tesoro literario de ambas figuras: documentos, manuscritos de la época, textos representativos de ambos autores, relaciones familiares, económicas, literarias. 

Motivo central: realzar el concepto de mestizaje, estableciendo un puente, formas de vida, de costumbres, de tradiciones, entre Córdoba, España y el lejano imperio Inca: Perú. Y figurativamente América. Ya entrados en el siglo XVI el mestizaje (unión de blanco e indio) fue toda una sorpresa para la Corona española. Se prohibió a los españoles cruzarse con mujeres indígenas. Pero se hizo caso omiso a tal prohibición. De hecho, durante el primer periodo de la llegada de los españoles a América, los hijos mestizos gozaron de un gran prestigio social. Sus padres eran distinguidos conquistadores y sus madres procedían de la nobleza indígena. Tal el caso del Inca Garcilaso de la Vega. Gran figura en las letras coloniales, autor de unos de los textos más representativos (Comentarios reales, 1609) escribe: «A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones: fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos con indias, y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación me lo llamo yo a boca llena, y me honro con él». 

Mestizaje literario, cultural, sociológico y étnico. Y también de creencias: una Mezquita, que es Catedral, un pórtico que es la visión paradisíaca a lo divino, y dos mentes célebres que celebran la fusión de lenguas (español y quechua), dos monumentos literarios (las Soledades del poeta cordobés y los Comentarios reales del Inca), dos lejanos imperios (el español y el Inca), y dos Príncipes de las Letras que los protagonizan: Luis de Góngora y el Inca Garcilaso de la Vega. 

(Parada de Sil) 

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