Opinión

Los mulateros de la Ribeira Sacra

Para Paco Magide, que también sabe de esto.

La lengua es un signo claro de identidad. Por el deje acentual de quien habla fácilmente se identifica su nacionalidad. Es como la ropa que nos ponemos todos los días. Es lo que somos. Como lector me detengo y examino aquellas referencias que me suenen extrañas: formas de ser, asentados estereotipos regionales, erradas leyendas urbanas. En mente, el pasaje de las yeguas gallegas, presentes en Don Quijote (I, 15), caracterizadas como esquivas (sexualmente frígidas) o lascivas (ardientes). El escuálido Rocinante, caballo sobre el que cabalga don Quijote, siente en un momento la necesidad de “refocilarse” con una manada de “hacas galicianas”, identificadas en el mismo capítulo como “señoras facas”. En román paladino, “yeguas gallegas”.

El llamativo episodio se contrapone en el siguiente capítulo con la torpeza erótica de don Quijote ante su “fermosa señora” Maritornes, una ventera  asturiana, de anchas caderas, que el lunático caballero asume como su “Dulcinea”: la amada de sus sueños. La yegua gallega asociada con la mujer gallega, bien como esquiva, bien como fogosa, asume una connotación alterna, cultural y geográfica. Es uno de los episodios más chocantes y entretenidos del Quijote. 
Veamos en breve: “Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo refocilarse con las señoras facas, y saliendo, así como las olió, de su natural y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadillo y se fue a comunicar su necesidad con ellas”. El rechazo fue violento, “desnudándole” mediante coces y mordiscos. Ya Hernán Núñez, en su Refranero o proverbios en romances, que circulaba en tiempos de Cervantes, avisaba que “Paz de gallego, tenla por agüero”. Un rasgo de la yegua gallega es, como vemos, su agresiva negación a ser montada o controlada por un escuálido caballo: el Rocinante de marras. Así Lope en su comedia Mirad a quién alabáis: “¿No has visto por las mañanas / unas hacas galicianas /que apenas sillas ven / cuando están corcoveando / como quien tiene cosquillas?”. El imaginario popular asociaba tales rasgos (esquivas, ariscas, indomables) con las yeguas gallegas.

Los caballos de esta región eran considerados, en la economía ganadera, como robustos, impetuosos, de paso altanero, con brío. Y destacan, ya en la Edad Media, y antes, la presencia de los caballos salvajes en zonas de Galicia. Su doma es conocida como “a rapa das bestas”, “o curro das bestas”. La geografía señala lugares puntuales de tales prácticas siglos ha. En tiempos de Cervantes, ya era nombrada a rapa das bestas de la comarca de Sabucedo. Y ya domadas, su exportación (mulos, caballos, yeguas) era, en tiempos de Felipe II, un importante ingreso económico. Su presencia, traída a colación por Cervantes y sus coetáneos, documenta el activo tráfico de arrieros (mulateros), tan presentes en el Concello de Parada de Sil, con sus yeguadas en las ferias de la gran planicie manchega (Tomelloso) y extremeña (zona de Plasencia). El caballo, mulo  y yegua gallega, formaban parte valiosa de la economía rural de los grandes latifundios, en el duro arrastre de arados y carros. Se avala su presencia como testimonio literario, social y económico en el gran texto de la cultura de Occidente: Don Quijote. 

La besta gallega por contaminación metonímica se fija como estereotipo de la fémina esquiva que asume, metafóricamente, el papel de la “yegua galiciana”. El amante inoportuno que a deshora, personificado en el Rocinante quijotesco, sin previo aviso, sin remilgos, intenta montar unas “yeguas galiciana”, tuvo como respuesta coces y mordiscos. Lo personaliza Lope de Vega en su comedia El galán de la Membrilla. La villana Inés responde al “pellizco” de un inoportuno y excitado pretendiente con un “moxicón” (golpe que se en la cara con la mano) y a un beso con una “coz gallega”. La bella Angélica, observa el personaje Carrasco, en la comedia La villana de la Sagra de Tirso de Molina: “tuve  una yegua en Galicia / casi, casi como vos”. Angélica le responde; “¡Qué buena comparación!”. 

La “yegua gallega” se definía, por tierras alejadas de su origen, como un apetitoso objeto sexual. Angélica es una metafórica yegua galiciana en la comedia de Tirso. Y lo es en Mari-Hernández, la gallega. Obviamente, la tipología humana que caracteriza a la gallega deviene de formas operantes en el imaginario popular, Y estas como reflejo de un sustrato económico y mercantil establecido por el número de mulateros que se movían por tierras de la Mancha y de Extremadura procedentes, en su mayoría, de la Ribeira Sacra.  

El cuerpo simbólico de la nación, del que no forma parte integral la periferia, tiende a realzar lo pintoresco y diferente de sus habitantes, causando extrañeza y comicidad en el lector / espectador de la época. En tiempos de los Austrias, Galicia, tierra periférica, alejada del Poder, se caracteriza con base a una ideología, simbólica, literaria y social. Se deslizan los signos. La presencia de las yeguas gallegas por tierras de la Mancha, que incitan a un escuálido caballo a montarlas, de súbito, sin previo cortejo, se instaura como símil y como mimesis. La yegua / la hembra se reduce a un objeto de posesión. Los tópicos de género, región, lengua y periferia alteran y confunden los signos. La percepción de la realidad y de la imaginación están en continuo conflicto en la obra cervantina. Así en la vida. 
(Parada de Sil)

Te puede interesar