Opinión

"No rebuznaron en Balde" (Don Quijote II, 27)

Los textos clásicos nunca agotan lecturas ni lectores. Presentan,  exponen y acumulan un rico acerbo de experiencias humanas que cada lector, en tiempos y espacios distintos, fácilmente identifica como actuales y propias. A modo de una gran rosa de los vientos, acoplan las vivencias del ser humano: sus triunfos y sus fracasos en su largo o breve caminar entre la afirmación, la duda, el triunfo y la derrota. A veces el lenguaje es el gran personaje (Ulysses de Joyce); a veces lo son los protagonistas (don Quijote y Sancho); a veces la envidia como motivo central (Abel Sánchez de Unamuno); otras la fusión de complejos elementos literarios: el relato dentro de otro relato que, a modo de una mágica muñeca rusa, atrapa en su interior múltiples figuras de tamaño inferior, unas dentro de otras. En mente Proust En busca del tiempo perdido o incluso A Esmorga de Eduardo Blanco Amor: Opera aperta, en ajustada definición de Umberto Eco. 

Entre el fino humor y la contenida carcajada viene al caso, por ejemplar y bufonesco, la competición entre dos alcaldes de distintos lugares de quien rebuznaba mejor. Se presta a una irónica e inteligente lectura política. El narrador describe con detalle el gran rumor de tambores, trompetas y arcabuces, que sorprenden a don Quijote. Desde una loma distingue un grupo de hombres armados (lanzas, ballestas, alabardas, picas, arcabuces, rodelas). Y ya más cerca distingue las banderas, sus colores y aún más: un estandarte en el que aparecía pintado, muy al vivo, un pequeño asno. Cabeza levantada, boca abierta (sigo leyendo el pasaje), lengua afuera y postura como si estuviera rebuznando. Y en letras grandes: 

            No rebuznaron en balde  el uno y el otro alcalde.

Don Quijote, como buen pedagogo, le explica a Sancho «que aquella gente debía ser del pueblo del rebuzno». Y si bien la previa noticia del caso era «que dos regidores habían sido los que rebuznaron», los versos escritos en el estandarte indicaban ser dos alcaldes. En román paladino, diría Berceo («en cual suele el pueblo fablar con so vezino; / ca non so tan letrado por fer otro latino»), dos políticos se enfrentan con sus huestes y compiten sobre quien rebuzna mejor. El onomatopéyico rebuzno, y no menos el relato cervantino, se puede concretar en una lectura en clave política, actual. Un alcalde (político) dirige a los miembros de su partido (huestes) desde Ginebra; el otro desde la cómoda prisión madrileña de Estremera. Los rebuznos de ambos lados se pueden leer, de nuevo, en román paladino: política vertida en sonoros rebuznos: en gritería populista, demagógica.

Rodeado don Quijote por los principales del ejército de rebuznadores, admirados ante su porte y vestimenta, se dirige a ellos en un breve discurso, cargado de sabios consejos: evitar el discurso colérico, sectario. Y observa que tan solo se debe arriesgar la vida en defensa de la fe católica, de la propia vida, de la honra y de su familia, de su hacienda. Y finalmente, en defensa de su rey en la guerra justa en defensa de su patria. Y concluye: «Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse». 

Rotundo fue Sancho al señalar que en competiciones de rebuzno nadie le superaba, ya que al rebuznar, rebuznaban todos los asnos del pueblo. Y que por hacerlo, no dejaba de ser hijo de padres muy honrados, ni de ser envidiado por los más "estirados" del pueblo. «Y puestas las manos en las narices comenzó a rebuznar tan reciamente que todos los cercanos valles retumbaron». Alguien cercano a Sancho, creyendo que se burlaba de ellos, alzando un gran palo dio con Sancho Panza en el suelo. Saliendo en su defensa don Quijote, un nublado de piedras llovió sobre él. Sancho, apenas vuelto en sí siguió sobre su jumento las huellas de don Quijote en el alto de su Rocinante. 

Nada nuevo bajo los cielos literarios. Ya en el lejano Asno de oro de Apuleyo (siglo II)  están presentes asnos y rebuznos. Su protagonista, Lucio, miembro de la aristocracia romana, transformado en asno, es obligado a ser testigo y víctima de las miserias de los esclavos. Tanto el rebuzno, el acto de rebuznar, como la rivalidad entre pueblos vecinos, formó parte del folklore pan-europeo, documentado en numerosos textos, en refranes y en tradiciones orales que circularon de boca en boca.

El rebuznar se fijó en el imaginario colectivo como una sátira de la locura humana. La asumen lo vuelos descabellados del Quijote pacifista y del Sancho procaz. Sus rebuznos se hacían eco, como recepción y respuesta, en los asnos que siempre le respondían. (Parada de Sil).

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