Opinión

Retazos de historia: negro sobre negro

Es llamativo el negro sobre el blanco. Resalta la figura de la cara femenina y sus atuendos (pendientes, collares, diademas), su anatomía y su esbelta arquitectura corporal. Configuraba el retrato de las damas nobles y de los caballeros de los siglos pasados. Relojes que marcan el paso de las horas, calaveras y retrato,  formaban el angustioso paso del tiempo tan presente en la cultura del Barroco español. Lo atestiguan los historiados John Elliott  y Jonathan Brown en su voluminoso estudio Un palacio para el rey (A Palace for a King). Blanco sobre negro eran los colores favoritos de los retratos de esa época. 

La alternancia de ropas, vestimentas y máscaras divide y fracciona la lectura hilada de un relato. Subvierte el elemento narrativo, la confusión social y la similitud: ser lo que se aparenta. Un cura vestido «en hábito de doncella andante», y un barbero bajo la figura de un refinado escudero, realzan la locura de don Quijote. Finge el primero ir en cura de “una doncella afligida y menesterosa” (I, 26). Y responden ambos a un entramado teatral que prueba el trueque de papeles y de vestimentas. Le inquietó tal hecho al teólogo fray José de Jesús María: «Si representar la mujer en su propio hábito pone en tanto peligro la castidad de los que miran, ¿qué hará si se representa en traje de hombre, siendo uso tan lascivo y ocasionado para encender los corazones en mortal concupiscencia?». Pragmáticas y prohibiciones regulaban siglos ha el que la mujer vistiera como hombre fuera del teatro. La blancura y la belleza de los pies de una doncella, que los baña en una ágil corriente, incitaba el deseo, a modo de sinécdoque corporal y de fetiche erótico: satisfacer sexualmente lo que se veía o se imaginaba.

El transexualismo ya está presente en algunos relatos de María de Zayas: feminista de rango y una de las grandes plumas del Siglo de Oro, apenas leída. Era la oveja negra de los inquisidores. Por ejemplo, en «Aventurarse perdiendo», ell caballero Fabio no sabe si quien observa atraído por su hermosura es hombre o mujer. La narradora encubre a Jacinta bajo el disfraz varonil como crítica del arriesgado mundo dominado por el varón. Con frecuencia peligraba el honor de las doncellas. Estamos a un paso del lesbianismo y del ejemplar caso de la mujer alférez Catalina de Erauso, monja, militar y novelista. Uno de los personajes más legendarios y controvertidos. Abandonó su convento y vestida de hombre pasó a América; se enfrentó con sus rivales llegando a obtener el grado de alférez. Juan Pérez de Montalbán consagró su figura en la Comedia famosa de la monja alférez. 

El machismo ya viene de lejos, como ha mostrado la ilustre historiadora de la cultura clásica (griega y latina) Mary Beard en su reciente monografía Women & Power (Mujeres y Poder). Y Rebecca Traister en su colecta de ensayos Big Girls Dont’ Cry (Las niñas mayores no lloran), con ecos en el movimiento Metoo (Yo también), de furiosa actualidad. Mary Beard recuerda que Odiseo, el hijo de Telémaco, le dijo a su madre Penélope que el hablar en público era cosa de hombres (Men’s business). Y del mismo modo el prestigio público, si bien debiera ser ejercido en colaboración entre todos. 

El uso excesivo y ostentoso de la valona, cuello grande vuelto sobre la espalda, hombros y pecho, se prohibió en un decreto que sale en febrero de 1623. Le precedieron otros sin resultado. Su desuso causó una gran conmoción popular que recoge en parte las anónimas Noticias de Madrid. La pragmática regulaba también el excesivo lujo de coches, de ropajes, longitud de las alas de los sombreros, de muebles suntuosos. Pronto la gola fue sustituida por la golilla, a modo de adorno del cuello, que se hacía de lienzo plegado y alechugado. O de tul y encajes. Afeminaba claramente a quien la vestía. La lascivia de la mirada del varón, y la provocación del atuendo femenino creó ampollas en las representaciones teatrales.   

 Curiosamente, y con motivo de la visita inesperada del príncipe de Gales, Carlos Estuardo, a la corte madrileña, el 17 de marzo de 1625, se revoca la pragmática de la prohibición de atuendos ostentosos. Venía a pedir por esposa a la infanta María Ana de Austria, hermana del rey, y había que impresionar a los visitantes con el fasto de la corte madrileña. El resultado fue patético. Al modo novelesco, desarrolla el episodio Arturo Pérez Reverte en El capitán Alatriste. Madrid vivió un estado de frenética orgía durante cinco meses que, en palabras de Henry Kamen, hundió a la nobleza en más deudas; voló el presupuesto del Estado de lo programado y terminó en una mutua recriminación y en una guerra hispano inglesa. Y de moda, el perfumarse en exceso y el insinuante flirteo amoroso. 

(Parada de Sil)

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