Opinión

Tampoco he estado en Las Vegas

Tampoco he estado en Las Vegas (Estados Unidos), la gran ciudad perdida en el desierto de Nevada que, a modo de gran oasis lúdico, convoca a miles de visitantes a probar fortuna: entretenimiento nocturno, despilfarro, presunción. Si Nueva York es la gran metáfora del asombro urbano, y Wall Disney (Orlando) de la imaginación suspendida, asombrada, Las Vegas sería, como ciudad acartonada a modo de papel couché, la metáfora del americanismo extravagante, en el límite de la vanidad, del artificio preciosista y suntuoso. Su lado más kitsch. Su famosa avenida de siete kilómetros (The Strip), flanqueada por miles de luces de neón, semeja una pintoresca Vía Láctea de tierra polvorienta, arrasada: hoteles de lujo extravagante, ciudades inventadas (Venecia), tragaperras que echan humo, matrimonios que se ejecutan all’improvviso, y que en Reno, la ciudad del estado, pueden disolverse al día siguiente.

En mente Joe (José) Casagrande, el ilustre antropólogo de la Universidad de Illinois, que tenía por rutina, la semana previa a la llegada del nuevo año, pasar unos días en Las  Vegas, jugando suerte en las máquinas tragaperras, de casino en casino. Un fulminante infarto lo dejó arrodillado, sin vida, ante una de esas máquinas, pasada la media noche, día de los Santos Inocentes. El caso fue muy comentado entre sus colegas, como un secreto a voces: “He oído que murió..., pero no digas nada, ..., esto entre nosotros”. Para sus colegas, pasar algunos días del año en Las Vegas, era visita obligada. La impetuosa ciudad del juego y del pecado (Sin City)  contrasta radicalmente con la beatífica pasividad de los paisajes rurales de la Galicia orensana y de su Ribeira Sacra. Tan lejos otium versus negotium. 

Nunca he estado en Las Vegas. Y nunca he sentido interés en visitarla. El reclamo comercial que la anuncia (Welcome to fabulous Las Vegas) lo transformaría en mi lema (motto) preferido: “Bienvenidos a la Ribeira Sacra”. Prefiero en estos días vacacionales, aconsejado por los sabios de la Antigüedad, seguir la “oscura senda” de la quietud y de la lectura serena, meditada. Fijó la frase el monje agustino fray Luis de León, catedrático de Filosofía Moral y de Sagradas Escrituras en la Universidad de Salamanca. La máxima se había difundido a partir del famoso Beatus ille, qui procul negotiis del gran preceptista romano, Horacio: “Bienaventurado aquel, que lejos de los negocios...”; y que lejos “de los umbrales soberbios / de los ciudadanos poderosos” (el Poder), “sigue la escondida senda...”. 

Más incisivo fray Luis en su oda “A la vida retirada”:  “Y mientras miserable / mente se están los otros abrazando / con sed insaciable / del peligroso mando, / tendido yo a la sombra esté cantando”. O describiendo las maravillas del mundo creador y del creado. Un pequeño municipio

 de la Ribeira Sacra se ha convertido en la ultima década en un continuo fluir de visitantes. Los que llegan, generalmente los fines de semana, triplican la población residente. Parada de Sil ha pasado a ser un dinámico oasis de senderistas y de intrigados viajeros. Tres ofertas claves: naturaleza (pasarela sobre el rio Mao, miradores sobre el Sil), cultura (tumbas antropomórficas, románico) y gastronomía: comida casera o especial, a la carta, o tapas de exquisito paladar, afamados vinos de denominación de origen, ya en cultivo en la antigua época romana. Las laderas sobre el Sil, a un lado Concello de Sober (Lugo), al otro, Castro Caldelas, A Teixeira y Parada de Sil, sus heroicos viñedos en empinados bancales, contención de sus muros, piedra sobre piedra, se pierde en la memoria sin memoria de rústicas paredes. Cubiertas de un grisáceo musgo, arrugado, delinean los límites de minifundios ancestrales. Un buena trazada ruta de senderos combina empinadas pendientes y llanos cubiertos por el mágico murmullo de magníficos robledales, de molinos recobrados. 

Naturaleza en puro fervor primaveral, desnudandose lentamente llegado el estío, mustia en la invernada, y de nuevo musical con las nuevas hojas del mayo florido. Patear estos senderos, cubiertos o a la intemperie, invitan al caminar pensando. Inspiran, mueven, incitan, acallan. Paras y contemplas. Piensas y meditas. El juego de la vida y de la muerte: un caminar a modo de texto que, en la alegoría de la vida se va escribiendo hasta llegar a la última página.

La iglesia románica de Santa Cristina, un cenobio benedictino sumido en cantos de piedra, su humilde campanario, sus ruinas, recobradas, y su claustro recogido, sumen al visitante en un imaginado entorno de rezos a lo divino y de una bullente naturaleza (castaños centenarios) que acompasaron la liturgia de las horas, de los días y de los tiempos. Barcas, rio Sil abajo, río Sil arriba, desde el mosteiro del Cister de San Clodio, al cenobio benedictino de Santa Cristina, al majestuoso de San Estevo (hoy Parador Nacional), conjugan una devota arquitectura de textos milenarios. Reescriben ante la mirada de quien los visita la historia de los tiempos. 

Parada de Sil.

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