Opinión

Bálsamos de fierabrás

Desde que el Ingenioso Hidalgo Don Quijote usó el bálsamo de Fierabrás como bebedizo para curar todos los males, no había recuperado tal brebaje su poder taumatúrgico hasta el estallido de la crisis catalana. Para el soberanismo sedicioso, la independencia es la poción mágica de una nueva Catalunya convenientemente amnésica a los fieros recortes, su cruda incompetencia y la corrupción vergonzosa amparada por una parte de los rebeldes. Para el gobierno inmovilista, la pócima bajo la que aspira a encubrir gurteles, ineptitud y la pavorosa desigualdad generada por sus políticas es la sacrosanta unidad de España y una Constitución-Evangelio tan inmutable, al parecer, como aquellos “principios fundamentales” del malhadado régimen. Y en medio, la ensoñación de la “nueva política” que deriva en vieja casta a velocidad de huracán caribeño, y la única izquierda con hechuras de gobierno que aún sufre el aturdimiento de los graves errores del Zapatero de 2010 en los inicios de la crisis, y navega en un difuso discurso entre la responsabilidad de Estado y una reforma constitucional de corte federalista más bien etérea. Ya es mala suerte que la crisis constitucional más grave en medio siglo nos toque librarla con una clase política tan manifiestamente mejorable.

Y sin embargo es lo que hay. Eso, y una Constitución en todavía en vigor que antes de reformarla habría que empezar a pensar seriamente en aplicarla para salir de este atolladero. Empezando por lo más urgente: restablecer el orden institucional mediante la activación directa del artículo 155, y no con subterfugios o amparándose tras los jueces para, al final, terminar mandando a la guardia civil y sufriendo el ridículo de las interminables colas de ciudadanos ante las urnas. 

Después, diálogo. Total, sobre todo, sin líneas rojas, sin apriorismos, sin resultados finales prefijados. Un diálogo tan difícil después de la insensata voladura de puentes y afectos, que probablemente requiera retroceder a las actitudes del pacto constitucional del 78 y empezar de nuevo. Desde luego, sin ninguno de los actores políticos que nos han llevado a esto pues no cabe pensar que quienes han causado el problema puedan formar parte de la solución. 

Como no soy independentista, desconozco el armazón anímico y psicológico que esa parte de la ciudadanía que se siente ya desconectada necesitará para reconectarse. Pero a este lado de los que creemos que no hay una manera única, unitaria y unificadora de entender España, sino muchas, libres y diversas, habríamos de empezar superando cierto complejo de identidad. Sería un detalle que la derecha abandonara su apropiación indebida de la españolidad y los símbolos comunes. Así los demás podríamos asumirlos sin confusión a la hora de explorar otro modelo de convivencia cuya fortaleza no se apoye en una visión biunívoca de España sino en el acuerdo leal de quienes la enriquecen con enfoques más plurales. 

Te puede interesar