Opinión

Juego de patriotas

El estrés al que el independentismo catalán está sometiendo al sistema constitucional y a la sociedad española es democráticamente inaceptable y no puede prolongarse más. Me temo que ya no vale preguntarnos cómo hemos permitido que los patriotas nos hayan llevado a este desastre, pero me niego a renunciar a la esperanza. Por suerte construimos hace cuarenta años una democracia rocosa, capaz de soportar a un tiempo a los nuevos iluminados que aspiran a derribarla y a los gobernantes que la zarandean con su incapacidad o su insensatez. Y, una vez restablecido el orden institucional, será justamente esa vituperada democracia del 78 el instrumento que aún tendremos los ciudadanos para echar a los patriotas de los gobiernos y sustituirlos por dirigentes sensatos que sepan que el patriotismo es pagar los impuestos y no envolverse en la bandera, y que no son los territorios ni las patrias sino las personas los depositarios exclusivos de derechos políticos.

Tenemos un modelo territorial que revisar, sí. Pero que no intenten engañarnos una vez más: Ese no es el desencadenante último de la crisis catalana. 

En la ardua tarea de recuperar la cordura y depurar las responsabilidades del desatino no debemos olvidar como empezó este indecente juego de patriotas. A un lado, el patriota Artur Más, que viendo amenazado su botín electoral por la brutalidad antisocial de su política y por la corrupción “pujolista” que lo contaminaba, se envolvió en la estelada y creó el “enemigo exterior” (España) para tapar la carcoma del imperio “convergente”. Al otro lado, el tancrediano presidente Rajoy que, calculando los réditos electorales con el añadido del voto ultra, no dudó en inventarse el “enemigo exterior” (Catalunya), empezando por la gamberrada política de recoger firmas contra un Estatut aprobado por el mismo Congreso donde él ejercía, nada menos, el relevante cargo de jefe de la oposición y alternativa de gobierno. 

Y siete años después, en eso estamos. Los intereses espurios de ambos falsos contendientes se retroalimentan en el artificio del enemigo inventado, y las mesnadas patrióticas que dirigen Rajoy y Mas/Puigdemont/Junqueras llevan a España y a Catalunya al precipicio, pero en ese camino insensato han logrado que ya nadie hable de que sus gobiernos han perpetrado los más brutales recortes sociales y de derechos cívicos de Europa, y han amparado las más vergonzosas tramas de corrupción de la historia. 

En “Patria”, su estremecedora novela sobre el drama de ETA, Fernando Aramburu escribe: “Pedir perdón exige más valentía que disparar un arma. Eso lo hace cualquiera”. Pedir perdón sería un buen modo de empezar a arreglar este dislate. Pero me temo que no lo harán y que Samuel Johnson tenía razón: El patriotismo es el último refugio de los canallas.

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