Opinión

El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos

Se lo dijo Ilsa Lund a Rick Blaine mientras los tanques nazis avanzaban siniestros sobre París: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”. Una hermosa frase para una hermosa película. Sólo que Catalunya no es una película y grandes frases, palabras ingeniosas o banderas al viento no nos sacarán de este atolladero, en el que es nuestra democracia, el pacto de convivencia del 78, el que se derrumba. Un pacto que se concreta en la Constitución que los sediciosos del Govern pisotean con tanto arrojo como desmayo muestran el Gobierno y los constitucionalistas en aplicarla.

Un conspicuo tuitero preguntaba estos días a quienes hablan de aplicar el artículo 155 cómo pensaban hacerlo exactamente. Pero la pregunta es otra: Los que rechazan aplicarlo ¿cómo, exactamente, piensan afrontar una Declaración Unilateral de Independencia? Ambos escenarios son dramáticos, pero al menos el segundo está previsto en la Constitución.

Es inaudito seguir paralizados a la espera del siguiente golpe, o sacar a pasear al Rey para que haga el trabajo del Gobierno. Es una descomunal irresponsabilidad que Rajoy tarde 10 días en comparecer en el Congreso, en medio de la peor crisis institucional de nuestra historia moderna. Es inconcebible que la oposición constitucionalista no fuerce al Gobierno a salir del aturdimiento en que parece sumido a la espera de no se sabe qué. Es una frivolidad seguir discutiendo “datos” de un referéndum ilegal que, aparte de dejar en ridículo al Gobierno, sólo ha servido para constatar que el sobrevenido independentismo “convergente” cuenta votos con el mismo rigor con el que hizo las cuentas de Banca Catalana, del Palau y del “tres per cent”, o con la misma calculadora con la que calcula lo que “España ens roba”. Y es una vergüenza que estén siendo señalados los demócratas que no comparten ilegalidades o acosadas las fuerzas de seguridad.

No suscribo las palabras de Alfonso Guerra comparando la situación con la Alemania de 1933, aunque la agitación de la calle y las sesiones de 6 y 7 de septiembre en el Parlament atropellando a la oposición para imponer las leyes de desconexión, recuerdan de un modo inquietante la dramática sesión del Reichstag en la que la minoría nazi aprobó la Ley Habilitante tras encerrar a los diputados comunistas en campos de concentración. Pero que hay que frenar esto y restablecer la legalidad, es incuestionable.

Si Rajoy leyera menos el Marca y más a Maquiavelo sabría que si se deja nacer un desorden para evitar una guerra, esta no se evita, sino que se difiere con desventaja propia. Seguramente este presidente está inhabilitado para gestionar un conflicto generado, en buena medida, por su propia incapacidad. Por eso la oposición tiene que contribuir a la solución abandonando cualquier otro cálculo. 

¿Hay que echar a Rajoy?: Sin duda.  Y reprobar a Soraya como “ministra de Catalunya” y a todos los que nos han llevado a este despeñadero. Llegará el momento. Habrá que hablar de todo. Negociarlo todo. Cambiar cuanto sea necesario con nuevos interlocutores que sustituyan a quienes con sus ilegalidades o su incompetencia han quedado inhabilitados. Pero lo inmediato es antes que lo urgente, y cuando nos estamos desangrando lo inmediato es cortar la hemorragia y neutralizar a quien se apresta a asestarnos otra puñalada. Con la ley y con todos los medios y garantías de un Estado Democrático de Derecho. Pero sin más demoras. Sin más dudas. Porque no somos Ilsa Lund y Rick Blaine ni esta película es la inolvidable “Casablanca”. Porque es nuestro mundo real el que se derrumba, insensatos.  

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