Opinión

"Muy españoles y muchos de españoles"

Salvo por la florida expresión del presidente Rajoy de que “España es una gran nación, y los españoles muy españoles y mucho españoles”, no acierto a comprender la asociación mecánica y acrítica de España con la derecha política, y mucho menos el clamoroso desistimiento de la izquierda ante la apropiación indebida que los conservadores hacen de la identidad española. Ha calado tanto esa falacia que la misma izquierda adopta comportamientos excéntricos, exagerados y extremos cuando se envuelve en la bandera para afirmar su españolidad, o cuando abjura de ella para diferenciarse de la derecha. Las “líneas rojas” con que unas y otras izquierdas remarcan sus contactos post-electorales revelan hasta qué punto el conservadurismo político ha logrado apropiarse de la “patente” España, centrando el debate sobre esencias evanescentes y relegando casi al olvido la agenda social, económica, europea y territorial, que es la única sobre la que debería explorarse un eventual acuerdo de gobierno.   

No hay, obviamente, una manera única, unitaria y unificadora de entender España, sino muchas, libres y diversas, sin que ninguna pueda arrogarse más derecho o superioridad moral sobre las otras, pero tampoco mayor eficacia en su defensa. No ha sido nada eficaz en los últimos años el enfrentamiento con el discrepante, su exclusión y la voladura de puentes. De manera que la machacona apelación de estos días a constituir “un gobierno fuerte” es pura retórica, considerando que el último gobierno -fortísimo para imponer por decreto la reforma laboral, la ley mordaza o los demoledores recortes sociales con su incontestable mayoría absoluta- no sólo ha sido incapaz de reducir las tensiones territoriales sino que, además, ha multiplicado con su intransigencia el peligro de secesión y provocado un desafío independentista sin precedentes en Catalunya. 
Quizás sea el momento de ensayar otro modelo de gobierno, cuya fortaleza no se apoye en una visión biunívoca de España y la españolidad sino en el acuerdo leal de quienes enriquecen esos conceptos con enfoques más plurales y diversos. 

La Constitución del 78, de la que parece que emanan todos los bienes y todos males políticos según quien la manipule, proclama que todos los españoles somos iguales y no establece que nuestro porcentaje de españolidad sea mayor o menor por pertenecer a un partido o vivir en un determinado territorio. En términos constitucionales es, por tanto, tan español el votante del PP como el del PSOE, Podemos, Ciudadanos, el PNV o Esquerra Republicana, y por eso resulta llamativo que quienes ponen la Constitución como marco y referencia de todo se lancen a descalificar eventuales acuerdos de gobierno entre partidos -cualesquiera que sean- que representan en el Congreso de los Diputados a una gran mayoría de españoles libres e iguales.

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