Opinión

El Puente siempre será nuevo

Cien, cincuenta,  tiempos pasados peores, cuando estaban al borde de la primera Dictadura (1923) y más de veinte de la Cuarentena.

Para nosotros, los nacidos bajo el poder de la “democracia orgánica”, el Puente Nuevo sería siempre el Nuevo. Es verdad que éste, algo a lo Eiffel tardío, ya quedaba disminuido por el Viaducto de la línea férrea Zamora-Orense-La Coruña, inaugurado diez años después por la Cauda de los líderes omnipotentes nazi-fascistas. “A ti te lo debemos, Caudillo”,  gritó una voz entusiástica y bien conocida de Orense, tras la arenga de S. E. Desde el balcón de la Diputación, en la avenida que ya no se llamaba del Progreso.

El eterno Puente Viejo se apoyaba en pilares romanos. Un día comenté, en una de mis columnas de La Región, que aquél era más bien medieval, según Risco, lo que me valió un severo réspice de Ferro Couselo. Para Orense, “El Puente” seguía siendo entonces “El Puente”,  incluso con posterioridad a la anexión del Ayuntamiento de Puente Canedo, en 1945. Bastantes madres del centro de Orense prevenían a sus hijos que “El Puente está lejos.”

La rivalidad –no exenta de envidia por la pujanza comercial e industrial de la otra orilla- llegaba hasta las cantinas campales de rapaces de aquí y de allá, en la Alameda del Crucero, con Cruz de los Caídos al fondo.  Eso que “de aquella” no había desafíos digitales.

Nos vraos volvíamos a las bancadas pétreas del Puente Nuevo donde todas las chicaas parecían a la par con las “cuatro estaciones”, y el Miño discurría en las sistemáticas cheas de invierno y primavera.

Aquel refugio, con viñas y más viñas debajo, las márgenes del Padre Miño nos congregaban desde los Caños al Coiñal, a la Peña de Francia y la futura Playa de Oira, tan fluvial, que todos los años se la llevaba y lleva, el río. Allí, el Manaicas lucía, entre otras muchas, sus virtudes natatorias.

A la entrada del Puente Nuevo viví mi primera y más impresionante experiencia periodística y humana.

Mi queridísimo Reza, reportero gráfico, yo, fuimos a cubrir un accidente mortal: un camión acababa de empotrarse en uno de los álamos de la arboleda, según se entraba desde Curros Enríquez, cuyos troncos invadían la calzada.

Llegamos hasta el vehículo y, a través de una de las ventanillas, vimos el cuerpo del camionero, decapitado sobre el volante. En el Puente Nuevo.

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