Opinión

Efecto militar perverso

Nadie duda de que las fuerzas armadas son la institución más masculinizada y cerrada a la presencia femenina de todo Estado en prácticamente todo el planeta. Sin embargo los aires paritarios comienzan a soplar también en los cuarteles.

Es el caso de Noruega, uno de los países modélicos en materia de igualdad, que dio hace un par de años un paso sin precedentes al aprobar una ley que convierte el servicio militar para las mujeres en obligatorio. Hasta el 2013 las noruegas podían alistarse en el ejército de manera voluntaria, pero a partir del próximo junio todas podrán ser llamadas a filas. Hasta ahí no parece que haya problemas. Es un paso más en esta carrera de fondo hacia la paridad y la igualdad de género.

Sin embargo la polémica surgió en el país escandinavo cuando una recluta voluntaria, Alice Aspelund, denunció que la obligaron a bañarse desnuda junto a más de treinta soldados durante unos ejercicios militares. Alice asegura que se sintió humillada y avergonzada. De ser una voluntaria decidida se ha convertido en una ferviente opositora a las fuerzas armadas. La primera lectura de lo sucedido hace pensar que este es un efecto perverso del ahínco con el cual se defiende la paridad en el mundo escandinavo. En esta óptica, las mujeres estaríamos obligadas a compartir las reglas de juego previstas para los varones y asumir las consecuencias. Ese parece ser el análisis que ha hecho la jerarquía militar noruega.

El caso de la recluta Alice ha obligado al alto mando a posicionarse sobre el asunto. Y lo sorprendente es que el alto mando noruego ha afirmado que no realizará ningún tipo de cambios y que las mujeres tendrán que asumir situaciones donde es necesario desnudarse en presencia de otros soldados. ¿Acaso la igualdad no consiste también -además de aceptar a las mujeres- en cambiar las reglas de juego? Lo contrario es que las mujeres nos convirtamos en machotes, que realicemos una burda imitación de la masculinidad y eso, señores generales, no es igualdad sino simpleza.

Del otro lado del charco nos llega, sin embargo, una noticia alentadora: por primera vez en la historia la emblemática West Point, la academia militar que forma a los uniformados de más prestigio de los USA, tiene a una mujer como comandante de cadetes. Se llama Diana Holland, tiene 47 años y es general de cuatro soles. El hecho supone un paso de gigante en materia de igualdad de género en las fuerzas armadas americanas. Es la primera vez en los dos siglos de vida de la mítica academia que una mujer accede a este cargo, un acontecimiento histórico si tenemos en cuenta que hace sólo 40 años que las americanas tienen las puertas abiertas a la academia.

Tal vez ahí esté la clave para que lo acontecido en Noruega no suceda más: que las mujeres no se limiten a acceder como reclutas, sino que también lleguen allí donde se toman las decisiones, condecoradas y con galones al lugar de donde salen las órdenes.

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