Opinión

LA FOTO DE CASTEL GANDOLFO

Desde que el pasado 11 de febrero se conociera la decisión de Benedicto XVI de renunciar en vida al Pontificado todo lo que ha sucedido se puede calificar, sin temor a exagerar, de histórico. Lo último, el encuentro que el pasado sábado mantuvieron en Castel Gandolfo el recién elegido Papa Francisco y el ya Papa Emérito, Benedicto XVI. Tan histórico, que hacía la friolera de seiscientos años que no se producía algo similar.


Convendrá subrayar que el comportamiento y la actitud de Benedicto XVI desde que hizo pública su decisión ha sido absolutamente ejemplar. El 28 de febrero dejó el Vaticano, se fue a Castel Gandolfo y allí ha permanecido alejado del ruido mediático y eclesiástico que precedió al Conclave que el pasado día 13 eligió al nuevo Papa en la persona del cardenal Jorge María Bergloglio. Dentro de unos días se trasladará al convento de monjas que está ubicado dentro del Vaticano para dedicarse a la oración, a la lectura y a la escritura, tres de sus pasiones, que salvo la primera de ellas, quizás no pudo cultivar todo lo que hubiese deseado durante los ocho años que ocupó la sede de Pedro.


El Papa Francisco ha comenzado su pontificado con una serie de gestos que han roto muchos moldes y que han sido muy bien recibidos por la opinión pública: desde pagar personalmente la factura en la residencia romana en la que se alojó durante los días previos a su elección; la sobriedad en el vestir; sus continuas referencias a los pobres; la cercanía que ha mostrado a la gente en las audiencias o tras la Misa del Domingo de Ramos, rompiendo en varios momentos el protocolo lo que sin duda habrá traído de cabeza al responsable de seguridad.


Pero pasados estos primeros días donde han primado los gestos -que seguramente tendrán continuidad en la Semana Santa- le llegará a Francisco la hora de tomar decisiones y entre ellas, no menor, la de nombrar a su equipo de colaboradores y de gobierno de la Curia, empezando por el importante cargo de secretario de Estado del Vaticano. Además se habrá encontrado con el informe elaborado en los últimos meses del pontificado anterior por tres cardenales -entre ellos el español Julián Herranz- sobre algunos de los escándalos que han salpicado en los últimos tiempos a la Iglesia, como los casos de pederastia, la filtración de documentos confidenciales o la situación de las propias finanzas vaticanas. De todo ello, con seguridad, hablarían Francisco y Benedicto XVI en su encuentro del pasado sábado y da la impresión que lo podrán seguir haciendo siempre que el actual Papa lo desee, porque el consejo de su predecesor lo tendrá asegurado, muy a mano y, sobre todo, será desinteresado como corresponde a alguien que ha demostrado la grandeza de espíritu que ha tenido Benedicto XVI.

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