Opinión

Albino o el triunfo del emigrante laborioso

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photo_camera Albino, insaciable de toda cuanta montaña hollar pudiere, se toma más que un descanso, en el castro de Santa Tegra, luego de dura subida, por veloz.

Albino es ese amigo al que un día llamó su hermano desde Panamá para que le echase una mano en sus negocios de mueblería y electrodomésticos. Se fue para allá sin otra experiencia que la relativa de su título de profesor mercantil. Le daría participación, y de tan laboriosos, se convertirían en trabajadores de sol a sol en el país mesoamericano. Albino Alvarez con su hermano se turnaba para vacaciones, para ver a sus padres, sobre todo, como bien indolados hijos que son, porque no era de razón dejar el negocio en manos de empleados; pudiera pasar que al regreso no encontraran ni el solar. Ellos lo tenían muy controlado y de tanta intensidad que yendo diariamente al cobro a plazos, como se vende por aquel país todo, a palabra, sin avales, por entre los poblados que por allá ranchitos, que encaramados en los cerros, lo que obligaba al amigo o acompañante a salvar a la carrera las distancias, y así haciendo como 300 operaciones al día, o sea que dos minutos por visita, cobro o encargo si trabajase 12 horas. Esto parece para superhombres, pero tal vez lo sea Albino, capaz de sobrepasar en llano marchando los 7 km./h. Albino, nacido en Fondo de Vila, a los pies de la románica iglesia de Astureses  y la de A Saleta, aún tiene tiempo de proveer a dos familias, hacer como nadie su trabajo, ahora dotado de escolta porque la inseguridad ha aumentado, y de pasar breves vacaciones anuales y hacerse cargo de un negocio antes compartido. Un caso sobresaliente de un emigrante triunfador que ha olido los negocios más allá de los muebles o de los electrodomésticos, y que te puede invitar a una de sus casas cabe a las albino_resultplayas del Océano Pacífico, la mar Océana o mar del Sur que la llamó su “descubridor” Vasco Núñéz de Balboa, donde ya estuvieron de pesca submarina Carlos Estéfano y Juan Souto, que de tanto como pescaban no sabían cómo darle salida a tanto peixe, aunque terminarían congelando o más bien regalando a las comunidades circundantes. Carlos y Juan, de continuar acabarían con toda cuanta lubina, robalo u otro preciado pez la costa del Pacífico diese. Un paraíso…pero…¡ ay, con los mosquitos ! Lo mismo podría decir Agustín Perianes, que en lugar de dedicarse a ese botín que es la desbordante pesca, paseaba por las turísticas Bocas del Toro, en el Caribe, o se bañaba en las costas del Pacífico o subía a algún volcán extinguido o dormido, más bien, o se quedaba con las ganas de navegar hasta la isla Contadora. Aprovechó bien el tiempo, pero más cuando de varios meses de estancia como cooperante en la Nicaragua sandinista.

Albino pudo encontrarse mucho hecho allá donde iba, pero había que consolidar, trabajar y eso hizo arrumbando el viejo principio de que la emigración americana era un fenómeno en su tiempo; en Cuba a principios del XX, poco después de su independencia; a Venezuela, México, o menos, a otros países de la América central y, por aquella época a Argentina demostrando que el fenómeno migratorio tiene su cenit, pero que el trabajo, la ilusión, la suerte en suma, siempre están ahí para hacer fortuna, sobre todo para los hombres preparados de su generación y de la presente.

Con Albino por toda cuanta montaña de aquí al extremo de la cordillera Cantábrica, Ancares, las Trevincas, macizo Central, el Xurés-Gerês o la misma sierra de La Culebra o O Larouco y todas las menores. Unos veranos de subidas incesantes a todos esos montes. Anda ahora por acá en sus casi infalibles vacaciones hispanas y aprovecha para turismo interior y, cuando se sacie, podremos verlo para alguna montañera pero, ¿cómo haremos para encontrar novedades o para seguir su ritmo?

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