Opinión

Aquellas nochebuenas

Para una familia que ya era más que numerosa, como doce en aquella época  de los quince que íbamos a ser, la Nochebuena era la gran celebración a la que acudía como especial invitado el tio Luisisis, un singular de la familia, depositario de tantos dichos, ocurrencias, salidas, que más no pudieran darse o al menos uno jamás haya escuchado.

Como escuela familiar con pupitres, pizarra al modo de una docta domus, como concepción tenía nuestro padre, pasarían por allí como primer docente el maestro de Parada de Piñor al que a la sazón llamábamos don Leopoldo, que entre lecturas quijotescas, la Biblia y el "Ben Hur" consumía nuestra escasa paciencia; le seguiría un por entonces jovencísimo Antonio González Borrajo, Tony, un vocacional de la enseñanza, maestro nacional, que por aquellos tiempos se decía, tan dotado como cualquier genio del Renacimiento para las cosas de las manualidades, del dibujo, la construcción de maquetas, incluso la papiroflexia, que nos metería de lleno en las matemáticas, la química, las ciencias naturales. Enseñaba y sobre todo implicaba de tal grado que estábamos deseando que las clases no finalizasen, y consciente de ello, nuestro pater familias era un rácano a la hora de dar vacaciones de Navidad y Reyes, así que había que insistirle hasta la misma víspera con un "punto pedimos, punto rogamos/ si no nos dan punto nos escapamos/ debajo de los pupitres andan los ratones/ para que papá nos dé vacaciones" (punto eran las vacaciones)  y así insistíamos una y otra vez en afinado coro de al menos ocho. Finalmente accedía, como siempre que la presión insufrible por nuestra insistencia.

Por estas fiestas nos íbamos no menos de cuatro con el maestro Tony camino de Vilaescusa adelante, provistos de carretilla para traer el musgo arrancado de los muros que como base era para la construcción de un gran Belén que nosotros decíamos Nacimiento de no menos de 40 metros cuadrados donde con Tony, y bajo su dirección, hacíamos que corriese el agua, con molinos en el tramo final; fue como un experimento sustituido al año siguiente con papel de plata, como antes se llamaba el papel de aluminio. Mariló, una hija de Tony, heredó ese gusto con sus artísticos belenes en Cabeza de Vaca.

Por Nochebuena el plato base era el bacalao rebozado con repollo blanco y patatas, un clásico, porque luego, como mi padre se empeñaba en comprar los higos pasos por sacos y las uvas pasas por cajas, apenas quedaba margen para otra dulcería. Los almacenes de los Aragoneses, como se conocía en el barrio a Menéndez y Cía, eran los grandes suministradores, y de paso mi padre se paraba con Adolfo Menéndez, que sociedad formaba con dos de sus hermanos, para echar unas parrafadas, a veces con la atención de su sobrino Luis Menéndez, dicho Ricitos cuando por la infancia.

La cena de Nochebuena la liquidábamos en un plis plas, poco más de un cuarto de hora, porque era tanta la voracidad que la prisa se imponía incontinente; con los postres no había más remedio que alargarse porque media hora antes de la doce había que estar dispuestos para ir, carretera de Celanova abajo, a la misa del Gallo en la Catedral con una procesión familiar encabezada por el tio Luísisis, que se daba por los cantos del "Barco velero" o la "Novia del Inglés", con desafinada voz no porque cantase mal sino porque de ciertas copas y no poco champán. Por esto iba Paco al que él llamaba Tokipa, ayudado por  Parras al que él llamaba Rapas, por esa costumbre de nominar las cosas al revés, aclarándole la voz con una yema batida. La ronquera no pasaba pero la masa coral, en lo más despoblado de esta carretera de Celanova, hoy Marcelo Macías, aumentaba los decibelios que en entrando en el Posío, ya más moderados, o silentes metidos de lleno en la ciudad.

La misa del Gallo se convertía en un incesante pasear por sus laterales naves y su deambulatorio para alejar el persistente frio que aquellos gabanes podían evitar solo en parte, ni los zapatos de duras suelas trasmisores como pocos de aquellos gélidos pavimentos.

Era como ritual de todos los años mientras jóvenes; después se fueron perdiendo esas costumbres cuando la mili tocó a mi puerta, los hermanos cursaban en Salesianos, ellas en Teresianas de Vigo y el maestro Tony ya en Fenosa, y el barrio de tantas casas que no invitaban a la pública exposición ni de la voz solista del tio Luísisis con el "Barco Velero" o la "Novia del Inglés", y menos la del tonante coro de sobrinos.

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