Opinión

Un arboricidio sistemático entre la ciudad y Xunqueira… la de Espadanedo

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photo_camera Corredoiras como ésta, apartadas, penden bajo la amenaza de la sierra institucional a nada que se lo proponga alguien que pasaba por allí y presente una queja por la caída de alguna rama. A esa locura hemos llegado, como en Baltar, donde talados varios centenarios álamos porque a un vecino le molestaba el polen, esas volutas algodonosas que desprenden.

A mediodía subo en coche por Castadón, que aun así siempre nos rememoraba la presa de abastecimiento de agua a la ciudad, con la de Cachamuíña hasta que hubo de ampliarse el aporte acuífero para unas crecientes urbanas necesidades con la traída desde el mismo Miño. Antes del paso por Castadón donde pazo, gasolinera y supermercado, varios coches aparcados junto a una fuente para aprovisionarse de agua, que pocas garantías de potabilidad, porque aun analizadas por farmacéutico no garantizan que después de la muestra no están contaminadas. Nunca se debe beber de fuente si habitación humana o animal por encima. Y en la montaña con las pastantes vacas, hay que cuidar donde se bebe…al menos que llevemos pastillas potabilizadoras. Todavía quedan gentes provistas de plásticas  garrafas para suministrarse en cualquier caño, cuando la reutilización del plástico no es aconsejable. Esto que parece de una época, por la que muchos pasamos por esa manía de lo natural, ignorando que llevaba aparejado un cierto peligro de contaminación. Beban agua del grifo, que es la que tiene garantías y déjenla un tiempo para que se evapore el cloro y mejore el sabor, a pesar de que es un elemento incoloro, inodoro e insípido, como nos enseñaron desde la escuela.

Al paso por Cachamuíña, pueblo  de Bernardo López que lleva el nombre del famoso jefe de la liberación de Vigo de los napoleónicos en la llamada guerra de la Independencia, que él tomó del pueblo, más probable que éste se lo diera, se aproxima el embalse que tiene como perímetro  amplio y térreo camino como de tres kilómetros donde no pocos orensanos van a recorrerlo a pie o corriendo, dándole varias vueltas. Este año conserva cierto nivel y no presenta la desolación de años pasados cuando prácticamente vacío. Nunca nos explicamos este vaciado cuando con el aporte del Miño, suficiente. Me parece que había un proyecto millonario de remodelación, de esos gastos o despilfarros que se acometen sin ton ni son, porque aquello no precisa ni reforma, ni cosa parecida. 

Pasado el Club Santo Domingo, creado en 1971 por un grupo de parroquianos (Elías G. Gurrierán, Quique Torres y otros animosos) de la urbana iglesia con el impulso  del cura Emilio Lorenzo. Parecía obra de iluminados,  por su desmesura,  pero a trancas y barrancas fue superando varias crisis que amenazaron su supervivencia; remodelado, pujante ahora parece. Entrando en la famosa recta de A Derrasa que antes se cruzaba como a 100 por hora, lugar por ello de no pocos accidentes de los que se culpaba a los árboles que formaban umbrosa avenida, por lo que casi todos talados sin la menor consideración y solo a izquierda sobrevivían hasta ayer mismo algunos corpulentos álamos, que siguiendo la pauta arboricida han sucumbido, ¡ al fin! , a la mecánica sierra de tanto  como decide, a los que no sabemos cómo calificar. Ahora se transita a 50 k/h. y los accidentes han desaparecido. Esto me recuerda a Barbadás donde bajo la égida del exalcalde Freire unos ya frondosos plátanos hispánicos o arces que jalonaban como 200 metros a ambas márgenes,  en la parte alta del pueblo, que Cima de Vila se llama, que no se sabe por qué, fueron talados cuando aún de pocos años. Fue un arboricidio en toda regla, sin reparación una década después, como atestiguan algunos rebrotantes tocones. 

Los Caracoles daban entidad a comensales, aunque cerrado por muchos años y reabierto por un panadero de Xunqueira de cierta valentía, conocido por Caneco, que lo ha reflotado, después de su experiencia en el ramo en otro del alto do Couso. En su día nos pareció empresa arriesgada.

Dejo A Derrasa donde más nieblas antes que ahora se asentaban, con O Roupeiro que era otro referente gastronómico, con el calmoso Pepe “Roupeiro” al frente. Mediado el alto de Santabaia, en a Porta do Sol, así llamada porque una vez coronado se veía el naciente Sol, alto más conocido de ciclistas que de automovilistas, aun tiene a ambos lados de la carretera, uno que cerró y reabrió, y a menos de centenar de metros, un cocinero italiano apostaría por un restaurante de precio, diseño y se presupone calidad, abriendo El Galileo, otra referencia para los más pudientes.

Superado el alto de Santa Baia los toboganes de O Pinto te hacen pasar por  el Ribeira Sacra, otro restaurante de abre y cierra; por Esgos, otra tala que la Xunta justifica por que los hipotéticos incendios pueden afectar a la circulación en esta arbolada vía. Poca vida le quedan a los entre O Pinto y Tarreirigo. Sigue la política de arrasamiento. La inquina prosigue y los que gobiernan, en asunto de árboles, un atajo de proclives a cualquier corta. Ya no quedan calificativos para tanta incompetencia. Sigo ya por Esgos, aun no repuesto de lo que más abajo han hecho, cuando al paso un bar que por su terraza invita, y otro que abrió y cerró. Varios amigos, los Murias, Santy y Sergio, y antes Manolo, por vinculación de antepasados han hecho más morada que temporal residencia en este núcleo, y en o Alto do Couso, Victoria y Juan tienen bar terraza muy concurrido y base en su día de muchos parapentista que hacían de O Rodicio su lugar de escuela y vuelo. Una escuela que comenzaría en los años 90 impulsada por Xosé R. Arauxo, experimentado en la pionera de Ager, en el Pirineo de Lérida, con la ayuda de Aser Gil y su hermano Antonio con base en Xunqueira, la de Espadanedo, donde  Ricardo, el entonces alcalde, alguna ayuda prestaba. Allí más se estaba de bar a la espera que de vuelos desde el despegue do Rodicio, porque no había referencias claras de dónde soplaba el viento o su intensidad y porque tiraban más las cervezas en la seguridad de una barra que lo incierto de un vuelo de un llamado deporte de riesgo. Así que poco deporte y mucho parlamento consumían, si no las paciencias, si las esperas hasta que algún decidido subía, motorizado, a las alturas para informar por radio, cuando los móviles teléfonos de lejanas referencias porque la tecnología estaba desarrollándose. Después se las ingeniaron para levantar poste de hierro de cierto porte con veleta, visible desde abajo…aunque la intensidad del viento seguía sin averiguarse. Con todo, a partir de ahí ya no valían pretextos.

Fue la edad de oro del vuelo a vela en la zona, pero no duraría porque otra sierra, la del Larouco, fronteriza entre Galicia y Portugal, que no habría de confundirse con el Larouco y sus afamados codos, como más de una vez los medios difundieron, pronto se revelaría con inmejorables condiciones para el vuelo, descubierta por algún portugués aunque habría de atribuírsele la paternidad a un vecino de Baltar, de los primeros voladores, Amando Vázquez, que echaría unos vuelos y comprobaría todas sus orientaciones.

Desde O Rodicio, algunos alcanzarían la ciudad, Xosé Ramón y creo que Aser; otro, Amoeiro; Amando, Manzaneda; otros cuantos, Monforte, y otro u otros viniendo del Larouco aterrizarían en el mismo despegue de O Rodicio, en la llamada sierra de Meda, que es como derrame de la de San Mamede.

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