Opinión

Baixo Miño y costa lusa

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Más conocida de su más próximos vecinos, vigueses sobre todo, deseada por los del interior, la Costa Verde, que así se llama, desde Caminha hasta la desembocadura del Duero o más allá. No hace falta ir tan lejos, simplemente hasta Viana, dicha do Castelo, que lo será por el Castro de Santa Luzia, detrás de ese espléndido mirador desde la colina a más de 200 metros de altitud sobre la ciudad.

De paso, un día del San Bento, el san Benito, o sea un 11 de julio, traspasamos la frontera insensiblemente por la autovía; la otra, la del puente de hierro, de Tui a Valença, que comparten tren y coches, se siente más. Vilanova da Cerveira es la primera parada, pasada la insensible frontera, para perderse en su delicioso parque del Minho sembrado de paseos, piscinas, atracciones, servicios de bicis, canoas y limitado de la villa por la vía ferroviaria. Allí se oxida el ferry que te llevaba a la orilla galáica con salida en Goian, pero un puente aguas arriba amarró, definitivamente, la gran barcaza.

Podría una detenerse en sus obligadas ferias sabatinas, pero prefiero echar la vista en las estribaciones de a Serra da Peneda y sus derrames que otros nombres tienen, aunque me llame la atención la silueta estática y broncínea del Ciervo en la montaña, como símbolo de la urbe.

Dejada Vilavova y sus murallas, su forte exterior, a unos cientos de metros, y su pousada ( equivalente a parador) donde antes ciudadela, como de paso por Seixas con su San Bento, ferión ambulante, claro, de toda clase de ropajes en torno a la general carretera que obliga a paso de carreta, con la gente saliendo de la iglesia- santuario, alguno con brazos o piernas de cera. Lo religioso y arcano está presente todavía. Unos jinetes interrumpían el paso de vehículos para poner inédita y como andaluza nota.

Siguiendo por Caminha, otra feria, de tanta concurrencia como la dejada. Es que antes en Valença otra feria con más galaicos hurgando entre lo colgado o en mostrador asentado. E iban tres en menos de 25 kilómetros.

Pasaje por el Pinheiral do Camarido, en la misma desembocadura en el estuario del Minho, una gran extensión de pinar, kilométrica, donada por un rey portugués al pueblo, al que seguramente despojó, entre Caminha y Moledo, donde ya el Atlántico muestra su fuerza en las playeras olas o la peligrosa resaca. Ancora o Vila Praia que dos núcleos, que ahora fusionados, y una playa de tan batida que cambia anualmente el perfil; muda de planicie a dunas que se levantan hasta 10 metros. Aquí cada playa separada por un forte para protegerse de las invasiones por mar.

Por Afife, antesala de Viana, la ya abierta mar desde o Forte do Câo hasta el farol de Montedor. En todas estas playas, por ventosas y batidas, se practica el kitesurf, patín con vela que amenaza estrellarse en el mar o la playa o caerte encima.

Y Viana do Castelo, esa ciudad muy vivible, siempre florida, con unos cuantos palacios urbanos, su evidente que no decadente manuelino estilo siempre presente, su plaza renacentista, con su muelle marino-fluvial recuperado para ocio, donde hasta dormita el barco hospital Gil Eanes, anclado permanentemente como museo, cuando los bacaladeros dejaron de ir a Terranova, su puente Eiffel, su Sacre Coeur de Santa Luzía, dominando la ciudad como antes su castro citania donde se supone que los ribereños a la procura de sustento tenían refugio protector sin exponerse a los que venían del mar o trashumantes invasores por la costa en tiempos de la edad de Piedra o del Cobre o del Bronce o del Hierro donde se mantenía una guerra de baja intensidad… continuada.

Cuesta imaginar tanta paz cuando antepasados vivían en la continua zozobra de unos tiempos, más que convulsos, inseguros.

Nosotros, placenteros, nos dejábamos mecer por los sonidos de las olas que rompían en la playa de Cabedelo mientras saboreábamos un bacalhau o unos huevos estrellados en fluida conversación, ésa que solo los comunicativos te suministran sin agobiarte con su parlamento y ese fue mi caso al ir con un amigo que no te roba ni le robas la palabra ni tiene el as para matar el tres.

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