Opinión

De cormoranes en el Miño, otras aves... y artistas

Nunca sospecharía que un cormorán capaz de internarse en un rio que por dosel un túnel de árboles ribereños, y además, estrecho, pero si, estas aves son capaces de casi todo. La experiencia determina que aun en los ríos más recónditos o en su nacimiento, que aquí casi imposible, pero si en el Barbaña medio donde uno de inmersión continua que cuando  avanzaba, él sumergiéndose aparecía más arriba. Daniel González, gran conocedor de los ríos, me contaría que cada cormorán es un peligro para el equilibrio piscícola por lo que predan, y así en las crecidas turbulentas del Barbaña vi a otro de continuas inmersiones en el mismo sitio. Después en raso vuelo se iría río arriba. Que los haya en el Miño, explicable, pero en sus afluentes menores, raro. En el gran río en las rocas, al sol, extendiendo el plumaje, conviviendo en vecindad con gaviotas y otras anátides de una avifauna insospechada en este río años ha y hoy riquísima en variedad, porque te encuentras hasta el somormujo, con ese cuello fino y alargado, en la misma piscina de surtidores del parque Barbaña, o una garza que quiere mimetizarse y a menos que te aproximes no va a salir volando, pero sin darte esas confianzas o muestras de convivencia a la que hemos llegado con el ánsar real, azulón o alavanco, que menos huidizo que doméstico pato.

Un observador común podría disfrutar de la presencia de esos ejemplares, amén del saltarín mirlo, de la urraca carraspeando o de los trinos de los menudos pájaros, que ahora el mirlo cantarín como pocos, cuando al ruiseñor le ha pasado la fecha y los vencejos ya surcan los cielos para el más veloz de los pájaros, salvo el vuelo en picado del halcón. 

Cuando estoy en esta elaboración avifaunística llamo a Manuel Penín, un mocetón, pintor y escultor, que dio aulas de pintura bajo amparo municipal; también colocó una de sus magnas estatuas en la plaza de Saco y Arce; ahora espera el 18 de julio, de infausta memoria, para inaugurar la del monumento a José Angel Valente en el Parque de San Lázaro. Mientras, esporádico residente en Madrid, y en amistad con Fernando Arrabal, o ermitaño de no se sabe dónde, aunque una vez en a Costa da Vela, frente a las Cíes, y ahora de casi eremítico destierro en Beade donde anda bullendo en otros proyectos.

Y en ellos, realidades ya, se ha embarcado José Luis Álvarez, Alva en el artístico ambiente, quien ha colgado sus cuadros en el Museo Municipal donde cuatro gatos contemplábamos sus cuadros y leíamos los pensamientos de Groucho, Mark Twain o los del mismo Alva, que me dijo que tocayo mío, pero disuelto lo de Chicho por el más insulso y común José Luis. Lo de los cuatro gatos fueron finalmente ocho adultos. Menos mal que visitan los museos por las mañanas hasta centenares de chavales de las escuelas traídos por sus profes. Con los mayores no hay nada que hacer; seguirán pululando entre efluvios cerveceros, tapitas y eso que la trashumancias por los urbanos tabernáculos da, ignorando cualquier arte por vecino que esté o dándole en las narices en este caso. La generación que viene será otra cosa, por fortuna, porque ya son derivados por otros caminos o ¿quién sabe? Tengo un amigo que pone en cuestión a esta generación de más dependientes de su móvil que de los libros. 

Retornamos a la muestra que supuso un trabajo de 7 años e indica que el autor es muy creativo y sin ser marginal navega por otros caminos y entre frases suyas como: "¿Sabes por qué tus cuadros se cotizan más cuando mueres? Porque aquí ya no pintas nada, y ajenas, como ésta de Groucho Marx: Disculpen si les llame caballeros, pero es que no les conozco muy bien". Y así entre cuadro y cuadro como medio centenar de sentencias.

Con Alva coincidí embarcado en algún proyecto ecológico que de tan ilusionante fue perdiendo consistencia, de impacto se dirá, pero el pensamiento fue arraigándose en nosotros y por fortuna en el de la nueva generación donde hasta lo hijos reprenden a sus padres si fuman o echan un papel a la calle. 

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