Opinión

Daniel González: pasión por el río

Me encuentro con un amigo por el parque Barbaña con el que me solazo escuchando sus amenísimas descripciones de los tantos ríos que él holló, relatos a los que dota de pasión y tanto embellece que uno creería estar en estival época, bajo la umbría de sauces (salgueiros), abedules (bidueiros) o alisos (amieiros), fresnos (freixos). Es Daniel González, nunca cazador y si gran pescador, que no dejaba río allá donde la trucha habitase. Daniel, que acaso antes atleta que pescador cuando en el estadio del Couto se celebraban campeonatos de atletismo y él era photo-2019-01-28-19-47-23_resultel lanzador estrella del disco, saltador de longitud y si no caía en otra disciplina, porque el desaparecido Moncho Prada, en altura y triple y 100 m. era el rey. Los dos dominaron el atletismo cuando las gradas del estadio se llenaban en aquellos juegos por el San Fernando. Había por aquel entonces otros atletas que hacían sus pinitos como Guerra en triple salto y 100 m. y Cid en peso. Daniel y Prada fueron un símbolo, como cabos gastadores con Garza en aquellos desfiles militares de tan esperados en la ciudad, con su marcial paso. Entonces aquellos relumbrantes desfiles se hacían más por la marcialidad que estos mocetones imponían.

Daniel, que desde la armería Marcial y luego en la sección de deportes de La Región estimulaba la pesca a todo cuanto cliente se encontraba, podía hallarse encaramado en las gargantas del Lor, en el alto Arnoia, en el Camba o en los mismos ríos de la Ribeira Grande y Pequeña en el Invernadeiro o el cercano Bibei o el Xares o el más recóndito de los ríos donde imposible sería extraer algo para el común de los mortales, pero esto no iba con él. De tanto llenar la cesta resultaba que a pesar de sus donativos a sus muchos amigos se encontraba que tendría que vender el resultante, que es cuando se comían las mejores truchas en los urbanos restaurantes. Con Paco Cid o Paquiño de Molgas, otro ilustre de la caña, anduvo en más de una pescata, como yo de acompañante una tarde con Paco, que llevaba pequeña caña o que ni preparado iba por lo que no recuerdo si improvisó con un sedal que llevaba y una rama, una auténtica caña de pescar, porque todo fue muy sorpresivo después de una comida truchil en Prado, a la misma orilla del Arnoia, que fama tenía de servir las mejores. Paco se puso a coger unos saltamontes y en un visto no visto, lanzaba el anzuelo y donde otros tendrían que pasar horas, él en menos que se cuenta ya tenía media docena. Yo contemplaba el espectáculo, porque en alguna esporádica pesca conocía lo difícil de sacar una trucha, y eso que enseñado por el abuelo Recaredo Míguez, que a los siete años quiso hacer de mí o trasmitirme, en el antes abundante río de Pontón, que en bogas más abundante que en truchas, sus muchos conocimientos del río y sus moradores; yo, a pesar del cebo adecuado, iba sacando una cuando el abuelo media docena; así que, esa mano de Daniel o la del mismo Paco, algo tendrían.

A Daniel, que más memoria que movilidad, aún se le palpa la pasión de quien cuenta tan bien, de tal modo que uno capaz sería de escucharle por lo ameno de cada lance en sus no pocas veces arriesgadas incursiones en lo más profundo del río, agarrado a algún árbol o colgado en el abismo en la soledad de la pesca. 

Daniel me puntualiza, cuando le digo que vi cormoranes de caza por el Barbaña, que estas aves que han colonizado, sobre todo las aguas miñotas desde Castrelo a la ciudad, que son una plaga porque cada cormorán o cuervo marino, ahora mismo merodeador fluvial, se merienda una cantidad exagerada para el peso de esta ave, de tal modo que de los cientos de ellos que sobrevuelan y se sumergen en las aguas, millares y millares de peces, truchas, reos, sábalos son tragados por el voracísimo corvo mariño. Daniel, un tanto desconcertado por la magnitud no sabe que se podría hacer al respecto, por más que yo le indique que la misma Naturaleza se encarga, como regulador, de poner las cosas en su sitio, aunque no siempre porque hay especies que por invasoras ocupan los nichos ecológicos de otras impidiendo que éstas prosperen; lo mismo con los árboles.

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