Opinión

Encuentros entre el hoy y el ayer de unas exequias

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photo_camera Esta es una recreación de lo que pudo ser la amurada Allariz y su castillo, que se alzaba sobre la villa asentado en este otero que domina el circundante paisaje. Apenas quedan restos de su fortificación, ni tampoco de un posible castro precedente. (Dibujo del libro "El Castillo de Allariz").

Las funerarias exequias han sustituido al foro, el ágora o al mercado como lugar de encuentros. Si hace tiempo que no ves a algún amigo, de esos que se van perdiendo o por mutación de ellos o por alejamiento o falta de otras coincidencias, puede que te los encuentres allí. Y más que en las fúnebres honras, en la salida de las iglesias, de más juntanza, allá donde nos vemos, o también en esos tanatorios, que nunca imaginaría en el campestre medio, pero sí ahora cuando no hay municipio que se precie que no lo tenga. Definitivamente hemos evacuado al fenecido de su íntimo espacio en el que su identidad se fue labrando; pero son los tiempos a los que sin remedio debemos plegarnos.

Así cabe a ese velatorio o tanatorio, que acaso mudará de nombre con el tiempo, lugar de obligados encuentros, donde al apeo de autos me doy como de bruces con Iria Guitián y su padre Carlos, que por nueve décadas conserva viveza y andares y si se le dejare todavía iría a algún voluntariado médico como esos que le llevaron a Cuba; conserva esa ironía por más que sea imperceptible, y el entusiasmo por el medio ambiente y el idioma, con escasas licencias para el castellano hablado. Nos allegamos a Currusca, la hija del finado Pepelino V. Monxardín, un hombre comprometido con el país y con su cultura. Ya en el interior, apretón de manos con uno de sus hijos, Afonso, profesor en As Lagoas, colaborador de este periódico y con el que coincido en el multa cane y en combatir ese barbarismo de llamar Barbañica al rio dos Muíños, dos Ponxos, Barbadás, Pontón o Vilaescusa, que no hay cristiano, me refiero a munícipe, capaz de poner un cartel que diga alguno de los nombres que se han citado y sacar de la circulación ese poste que madera sostiene, la cual reza: río Barbañica. Hace unos días Méndez Ferrín se ocupaba, en gran parte de un artículo, de este tema. Así que implicados el antes nombrado, A. Monxardín; Adolfo Rego y yo, como vecinos al río; desconozco si alguien más. ¿Doblegaremos la rígida estructura municipal? Si tal aconteciese, milagro pareciere.

Como hace más de década que no veo a Alfonso, hermano del finado, entre otras cosas, porque él de residencia alaricana, nos metemos unas cuantas parrafadas con la vecindad de Toño Blanco, al que también por no ver habitualmente, un cierto despiste en reconocerlo hasta que hablando caí de la burra y eso que muchos contactos con él tuve y que, además, fue de los que apoyó el proyecto de la Andaina de Allariz que le presentamos Julio Mosquera, que había participado en los 100 kilómetros de Madrid y traía la idea que entre los dos redujimos a 50 kilómetros y así la presentamos con el acompañamiento de Willy, y así fue aprobada. Toño me dice que ha ejercido en la vida pública catorce años, ahora fuera de ella pero supervisando las fundaciones que en la villa tienen sede, y rescatando cosas relativas a ella, él, que como historiador, conoce. A propósito de esto, me recuerda que hay un libro novelado, "El Castillo de Allariz", obra de un médico pariente del padre Feijoo, Vicente María Feijoo, el cual, inédito, se conservaba en el Museo de Pontevedra, y que él y otro historiador de Allariz, Juan Seara, han rescatado para una edición y, a propósito de esto, me señala que algunos historiadores situaban la fortaleza no en su emplazamiento real si no en la parte baja de la amurada villa, incluso extramuros, cuando Puga Brau( "Historia dos Xudeos de Allariz") siempre ubicó el "Castelo" en la parte cimera, como sobradas evidencias lo demuestran. 

Saludo a Mecho, el más joven de los hijos en duelo, como mucho tiempo sin verlo cuando destacaba en el tenis y luego perdida la pista porque los jóvenes se va procurando horizontes y el suyo estaba en la capital del Estado; así que errante o errabundo, como su hermano Pepelino al que un año encontrabas enseñando en Cariño, al otro en A Guarda y ahora en el ourensano Otero Pedrayo, en una trashumancia de norte a sur de Galicia, pero que finalmente le traería a sus lares.

Es inevitable que el recogimiento que se supone en un duelo se misture con esas muestras de alegría de ver a tantos amigos, que creías perdidos pero que percibes que hay lazos que perduran y que el trato sigue con la misma fluidez que daría el permanente. No deben extrañarnos estas muestras de alegría cuando en el medio rural aún recuerdo, como a la parentela, sobrevenida al mediodía, no se la dejaba ir si no que se la obsequiaba con los mejores platos que servirnos pudieran. El vino corría y la voz se alzaba…y no me parecía un desprecio al muerto si no un canto a la vida del que participaba el mismo religioso oficiante. Así que como avalados por la misma Iglesia nos considerábamos los laicos concurrentes. Esto acontecía en casa de unos lejanos parientes en el lugar de Pereira, dicha de Montes, como su cercana Sabucedo, de la que intermedia la de Lamas de Outeiro con su vistoso crucero y peto de ánimas.

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