Opinión

Encuentros por la primera fase

Paseo Barbaña
photo_camera Paseo del Barbaña, aun con restos del mercadillo.

Yendo por O Couto, con ligero desvío, para echar unas parrafadas con Rafa Salgado, nuestro hombre de Ourense no tempo; ya es la tercera vez que no contacto en su estudio tras las medicinales plantas. Rafa es como la memoria de una Auria de todo el  siglo XX. Él se procura las fotos, se informa por boca de algunos y no puede ser la memoria con su medio siglo a cuestas si no es por lo que le cuentan o investiga.

De vuelta le hago una llamada a un amigo que no sale de su ansiedad hipocondríaca, por más que le digo que haga un alarde de fuerza de voluntad para evadirse de ese estado, que, desde mi perspectiva, cosa fácil pareciere, pero no debe de serlo porque ni siquiera fuerzas tiene para intentarlo. Es difícil ponerse en la piel del otro u opinar desde una posición.

Así que interrumpido en esta telefónica charla cuando me cruzo con Julia Villalba y le pregunto por su marido, Luis Menéndez, entrañables compañeros los dos de muchas marchas en  las que siempre Luis nos obsequiaba con esas perlas de humor de las que él gala hacía. Observábamos que en los rurales cementerios iba haciendo un cálculo de la edad media de los muertos con el propósito, nos decía, de venirse a vivir allí. Nunca lo hizo, claro, porque lo de los cementerios era más una ocurrencia al paso. Luis que había sido gerente del almacén de coloniales Menéndez y Cía, cuando desde A Carballeira habían trasladado su negocio, incrementándolo, al Posío. Los Menéndez eran conocidos en la barriada por Los Aragoneses, no porque de allá procediesen si no porque importaban garbanzo de aragonesas tierras, según creo, a no ser que me rectifique. Una pareja esta de Julia y Luis que no se pierde evento alguno donde la música o la plástica o la oratoria tengan asiento. A Julia le doy saludos para el consorte y como uno se ve de Pascuas en Ramos para otra coincidencia quedamos.

Por rápido y casi fugaz encuentro, miro cuando a mi se dirige y es Ventura el que me reclama al que no veo desde hace años: Ventura, el conocido piloto de rallyes allá por los 70 y 80 donde sonaba cuando empezaban a despuntar los Pavón, Peitos, Beny… o Chito Kauwe, todos como animados por ese Lalao Reverter al que tanto el mundo del motor debe como el primero de nuestros campeones reconocido fronteras afuera, como lo fueron alguno de los nombrados, anteriormente. Ventura me dice, a mi pregunta de cómo ahora no conduce en su categoría, que los reflejos no son los mismos,  y a otra pregunta de que por temerario pasaba en la conducción de su Mini o los posteriores de otras marcas, me contestó que era muy calculador y no arriesgaba más de lo debido. Ahora vive en pasivo retiro competitivo, pero ligado en cierto modo a los coches y a sus diarias visitas a su peña del Bar Torremolinos desde su casa de Cabeza de Vaca, él al que siempre se relaciona con San Ciprián o Cibrao, el das Viñas, se fue a vivir a la orilla opuesta del rio de Pontón.

En retorno por la vera del Barbaña, una majestuosa garza real casi me deja situar a pocos metros sin salir volando. Da unos pasos, imperiales por armoniosos, el cuello a medio estirar, no creo que a la espera de apresar a alguna trucha que no hay o bogas que no existen; si acaso alguna rana, pero esto más propio de otras congéneres, las zancudas cigüeñas. Seis patos azulones o lavancos con sus parejas, que dicen, de por vida con el agua fluyendo, gracias a la constante lluvia de estos días. Unas gallinas de agua o pitas andan como a saltos y con vuelos cortísimos; mientras se van deshojando los arces, los chopos cuando aún resisten a soltar la hoja el sauce, el aliso, el fresno ya empieza, y unos hermosos árboles del género de las acacias hacen pender sus semillas en las vainas suspendidas y próximas a soltarse.

Y entre lusco y fusco enormes bandadas de estorninos sobrevuelan el cielo entre Miño y Barbaña, formando nubarrones negros en rapidísimo movimiento adoptando cada segundo una forma distinta ya de ballena o de lo que imaginarse vean. Dos milenarias bandadas se cruzaban, entrelazaban, se unían, separaban y no chocaba ningún pájaro, y así por más tiempo del que se cuenta anduvieron en casi rasantes vuelos. Un espectáculo  que se puede ver en cada atardecer en el ocaso del día, pero que acaso pocos alcen la vista al cielo acostumbrados como estamos al terrenal apego. Las bandadas en cada pasada por encima de los plátanos hispánicos recién cortados o desnudos, menos el ramaje espeso de la copa, iban dejando unos cuantos cientos de su bandada hasta que finalmente se posaron todos y apagaban con sus trinos el rumor de los autos. Y se posaban en este dormidero solamente en los plátanos y no en un eucalipto allí pegado. Así que como perdido el trabajo de los podadores si pretendían alejar a la milenaria bandada Es un misterio, como lo es que las pequeñas bandadas se junten para formar una nube, y más milagro, si en ellos se creyera, que cualquier pájaro o ser vivo comiendo pequeñas cantidades genere esa descomunal fuerza para impulsar su vuelo. No dejaba de mirar este regalo y otros que la naturaleza con prodigalidad exhibe, y que nunca tendremos las dotes de observación de aquel toliño que se pasaba no sé si horas en la contemplación del ir y venir de las hormigas al hormiguero  a la búsqueda de un aprovisionamiento para pasar los inviernos siguiendo las pautas de sus congéneres exploradoras que con sus feronomas habían marcado la ruta a seguir. El toliño tenía una capacidad de contemplación y paciencia de la que carecemos. Por ello se trae a colación aquella frase de Artaud: ”El loco es aquel que lo ha perdido todo menos la razón.” Yo diría que la paciencia y la contemplación aún perviven en esas mentes.

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