Opinión

Un frenético y familiar día de difuntos

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photo_camera Los templos aldeanos de nuestras parroquias se ven tan invadidos de tumbas, donde los fieles deben pisar a sus muertos para asistir a actos litúrgicos o cuando levantan sus nichos ocultando muchas joyas del románico popular galaico, como en tantas de la diócesis.

Hasta en las carreteras se notó una afluencia desmedida de coches, en un ir y venir de acá para allá o de casa a cementerio. Estos difuntos del 1 de noviembre, muy honrados de sus deudos, en cementerios aldeanos, villanos o ciudadanos, con unas floristerías que no daban abasto a tanta demanda. La de la transitoria Plaza de Abastos de la Alameda era un hervidero, lo mismo que las floristerías. Y no imaginamos lo que sería la feria de Difuntos en Chaves,

El sic transit gloria mundi, así pasa la gloria del mundo, de muchas inscripciones o, con todo lo de siniestro que tiene aunque más el de: “El fin de la vida aquí lo veis, el destino del alma según obréis”, nos recuerda nuestro carácter de mortales, de perecederos, pero en esta sociedad todos mueren menos uno, como diría aquella Dolores Fuertes de Barriga a la que se atribuía la frase: Uns morrerán e outros quedaremos. Finalmente se murió, aunque centenaria, pensando que por más siglos entre los mortales se contaría. Los generales victoriosos en Roma, que no entraban con sus ejércitos, solo Julio César pasado el Rubicón lo hizo, y se comenta que acompañados de un siervo que al oído les decía: Memento mori (acuérdate de que eres mortal), aunque Tertuliano dice que la frase debería ser ésta: Respice post te! Hominem te ese memento! (¡Mírate¡ ¡Recuerda que eres mortal!). A muchos soberbios y enrocados habría que recordarles esto.

Pero no es de los muertos de quien se iba a hablar sino de aquellos que los honran o los mantienen en el recuerdo. Y así hallamos que en Xinzo, por mentar un cementerio de villa, se encontraba de abarrote y con gentes venidas sino de Ultramar si de lejos, como Víctor Becerra y su esposa Cristina. Víctor, uno de los escasos médicos que hicieron patria de Alemania, con permanente estancia donde él ejerció su profesión y creó familia que de tan alemana podría confundirse el mismo si de aquella nación procediese, por su carácter cuasi teutón. Víctor es el sobreviviente de una familia, los Becerra Urtiaga, de los que Pin, arraigado en Brasil donde con su violín enamoraría a brasileira y crearía familia y negocios varios; a Nené lo sorprendió prematura muerte en aquellas tierras; a Sonio, aun joven, y a Carlos en éstas antes de la jubilación. Pin era ese hombre que se hacía notar allá donde estuviese por su humanidad y simpatía. Todos con sus carreras, salvo uno. El más discreto, Víctor, no pierde las familiares raíces. Incluso ahora alterna Alemania con Cantabria, tierra de maternos antepasados, los Urtiaga, porque su madre que maestra era, de allá procedía.

Ante la capilla de los Romero aparecieron de homenaje a su idos, los hijos de Pepín Romero, que había sido congresista con la UCD, y de Edita Castro. Los García Toriello Romero, hijos de un ingeniero conocido en Pontevedra y cuyo hermano Fernando, constructor afamado en la ciudad por los años 70, o hijos de Luis Romero, abogado, alcalde de Xinzo en su día, o la viuda de Gaspar Romero con todos sus hijos y nietos, o María Jesus, hija de Jesús Romero, que había sido director de Caixa Ourense en la villa. También los Romero de Ibarra, que honraban a dos hermanos idos recientemente. Esta numerosa familia de los Romero son como piña y cuando en torno a capilla, los parlamentos se multiplican y con la llegada de Domingo Romero Cadórniga, ya la familia más al completo. Así que rememorando a sus muertos honraron la vida, y como casi todos los mortales, de bien nacidos es tener memoria de los que nos precedieron que prolongaron en nosotros, como nosotros en los que nos sucedan un cierto halo de inmortalidad, si es que en ella creemos, y así debe ser por la trasmisión genética que todos legamos a las futuras generaciones como los que nos precedieron, a nosotros.

Todos los cementerios tienen inscripciones pero entre los aldeanos, que solamente contienen los nombres, los portugueses raramente no acompañan con poemas, frases relativas al cursus vitae del finado o sentidas palabras de sus cercanos vivos. Un cementerio portugués es de una exuberante riqueza en estos dichos, frente a muchos lacónicos nuestros que solamente se limitan al nombre y apellidos del finado. Pero los de aquí a veces llegan al extremo de inscribir en lápida el nombre de los vivos que a aquella tumba deben ir. Previsores, ¿o no?

Me llama la atención en un cementerio un extracto de Neruda: "Queda prohibido llorar sin aprender, levantarte un día sin saber qué hacer, tener miedo de tus recuerdos…"

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