Opinión

Historias de "toliños"

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photo_camera Vista del antiguo psiquiátrico de Toén.

Os "toliños" siempre son seres distintos; antaño campaban a sus anchas hasta que aparecieron los manicomios o se hicieron generales y éstos se suprimieron cuando las pastillas ejercieron con más eficacia que vallado o rejas de unos llamados sanatorios psiquiátricos que habían desplazado a los manicomios, que pasarían a mejor vida, el último que se recuerda, el de Toén, que fundado por el Dr. Cabaleiro tuvo su cénit en tiempos del escultor Florencio de Arboiro que ejercía en él de terapeuta ocupacional o maestro de oficios; ya pasado el tiempo del Dr. Cabaleiro, que también se  ocupaba del pazo de Guizamonde.  A Toén, cesada su función, lo arruinaron en menos de un año la desidia y el mas que vandalismo, robo en camiones de todo cuanto de aprovechable los ladrones encontraron, amenazando al mismo esqueleto estructural. Así que estos motorizados ladrones no dejaron ni radiador, ni tubería, ni grifo, ni bañera, ni puerta, ni marco… si no se llevaron las tejas fue porque costoso su desmonte; si no se llevaron los sillares de piedra de la misma construcción, porque habría de trasladarse una grúa. Mientras tanto dónde estaba la vigilancia pública, porque mientras la Xunta mantenía la privada aquello estaba en pie, a pesar de los miedos de los mismos vigilantes de seguridad, que nos comunicaron en una visita, advirtiendo de lo que encima se venía.

En las aldeas o barriadas de ciudades, el "toliño", que nunca pisaría un psiquiátrico, era como de casa. Se convertía en casi entrañable o indispensable. Por el centro de la ciudad solo alguno, porque tan invisibles como los cinturones de pobreza que rodean a todas las urbes, grandes o pequeñas.

Los que vivíamos en los aledaños teníamos la fortuna de conocer a unos cuantos: Luis, dos pasos adelante y uno atrás porque desde Barbadás bajaba a la ciudad y cuando se pensaba que a cualquiera una hora de camino, a él no la hora y media del cálculo sino hasta tres o más, porque daba dos pasos adelante y uno atrás, y la recompostura, por rotura de ritmo y estabilidad, le llevaba cierto tiempo.

Le decíamos:

- Luisiño ¿onde vas?

-Nin pra adiante nin pra tras.

Al menos era consciente de que lo suyo era diferente, irrepetible.

De otro singular, contaba mi padre, que uno de Celanova andaba devanándose los sesos para averiguar cómo hacían los panaderos para meter la miga dentro de la corteza. Nunca lo averiguaría, aunque se le explicase.

O Pedriño das Lamas bajaba todos los días, como quien de Jerusalén a Jericó a comprar mixtos en la tienda de ultramarinos del Turzós. Como pillos y rapaces, nosotros nos metíamos con él:

-¿ Onde vas, Pedriño?

-A mercar mixtos, ¡carallo!

No nos daba tregua ni margen para más pues en su cojera, que severa era, corriendo a una pierna, porque la otra averiada, iba dando tumbos camino de Vilaescusa adelante para refugiarse en su casa de As Lamas, tras Valenzá. Cuando inopinadamente se encontraba con una moza le hacía con las manos signos de coyunda. Se trataba de un singular testosterónico y procaz.

Emilio, del que se decía que por amores había devenido con cierto trastorno o evidente, bajaba en la más dura canícula ataviado con guerrera napoleónica y en sus delirios se creía Truman, Churchill o Stalin, que acaso solamente él pudiere pronunciar en aquellos tiempos. Como portador de tojo siempre verde en solapa le llamábamos el Capitán Tojo, mas luego de incursiones al corazón ciudadano cuando fue cogiendo arrestos, completaría el atavío  con gorra de plato y aun a ésta la horadaría para instalar una bombilla, por lo que algunos urbanitas dieron en llamarle Capitán Bombilla; para nosotros seguía siendo ese Emilio, que se paraba para contarnos algo de su disparatada cosecha, y al que con cierta devoción escuchábamos. Nunca agresivo, ensimismado o parlante para sí mismo, por unas décadas reinaría en la ciudad, desapareciendo más que por castigado por la edad, acaso por su mente.

Chito, si no diferente de los llamados normales mortales (algunas veces se creía el mismísimo Truman) que habría que ver hasta que punto así denominados y dónde está la normalidad, diferente porque de tan bebido o alcoholizado bastaba el simple "cheiro" del vino para hacer de él el más devoto que Baco pudiera tener, en apariencia, porque tampoco se entregaba a borracheras. En una de estas transiciones en una anochecida se subiría a corpulento plátano, de los muchos de estos árboles que tenía la carretera de Celanova, y desde allí se lanzaría al vacío exclamando: "¡Ahí vai un avión!". El porrazo era mayúsculo y si no acababa en la enfermería de la Cruz Roja, tras Diputación, porque las aceras herbosas o por no sufrir las desabridas puntadas del practicante de turno. Como frecuente sobre todo al anochecer este estado, su hermana le tenía preparada la cama al lado de la ventana a ras de suelo, así él saltaba directamente al catre. Si daba con huesos en cama o en duro nunca la curiosidad de indagarlo y tampoco podríamos por la discreción de su devota hermana.

De otro, dicho Valerio, como cierto temor, mas por desconocido, por lo que nunca pasamos por ese camino tras Carballeira, sobre todo a esas horas de siesta porque se decía que más que Cancerbero, paseante de arriba abajo en un continuo ir y venir que dejaría en ridículo a los mismos mensajeros griegos que de Marathón, a la carrera, se dirigieron a Atenas para dar cuenta de la victoria sobre los persas. Valerio daría nombre a un camino, desafortunadamente bautizado después con placa rememorando algo que en lo profundo de la historia, cuando el de la reciente historia.  O Camiño Valerio era para nosotros signo de misterio vespertino y canicular.

Estos diferentes si por aquí numerosos, en villas y pueblos casi no había aldea sin él, y no digamos Allariz donde ya uno no tan pacífico como los citados, más bien ostentación de violencia presencial ejercía cuando bajado de su aldea de San Breixo que por ella conocido más que por su nombre de Pepe, al que controlaba, en lo que podía, un hermano, se asentaba en la más concurrida rúa alaricana, navaja barbera bajo el sobaco, enrollada en periódicos para cargarla de misterio, y, en tono desafiante, recostado en fachada, ostentación como de perdonavidas hacía atemorizando a vecinos u ocasionales viandantes. Este Sanbreixo del que noticias no se tienen de que haya malherido a nadie, no dejaba de atemorizar. Un día, por el mediodía, se le ocurrió entrar en concurrido mesón de la villa, a aquella hora de comensales pleno, dirigiéndose a los aseos al grito de "¡Esto no es higiénico, esto no es higiénico!", y podría hasta concederse que no lo fuera, pero es que no aquí se detuvo sino que penetrando en la sacrosanta cocina como elefante en cacharrería, levantado las tapas de todas las potas iba repitiendo el mismo estribillo, hasta que tres vástagos de la mesonera, poco más que adolescentes, al modo de los mosqueteros de D´Artagnan, todos a una, en volandas pusieron al violento de patitas en la calle y con dos, no sé si fueron tres o más patadas en el culo lo dejaron reducido a la pura miseria. Aquí se acabaría la carrera de este Sanbreixo, al menos se piensa, porque acaso perdida la barbera en la mesonil mas que refriega, incidencia, la cual puso fin a un temor que amenazaba con recrudecerse y poner en vilo a los alaricanos o a los forasteros por allá caídos.

Hubo otro por allá pero visionario, mas que singular al uso, que repetía la cantinela incesante:

-Vai a vir o fin do mundo. Vaise a aplanar o testo(la bóveda celeste).

Y otra:

-Vendrán coches sen cabalos.

Este "toliño" visionario pertenecía a los albores del siglo XX, cuando la automoción solo de oidas. Más que visionario podría ser profético.

Y para otra dejaremos los muchos singulares que por el mundo han sido, que más memoria dejarían que el común de los mortales.

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