Opinión

Un lunes siguiendo el curso del río

 

Me encuentro llevando un coche a una de esas relumbrantes concesionarias establecidas en el Polígono Barreiro, que me parece lo correcto, más que Barreiros. Allí y en la carretera de Vigo funcionando la mayoría de las concesiones, que son como hospitales por la asepsia de que gala hacen, tanta que huevo podría freírse en su pavimento. Hemos ganado todos, más los patrones, que disponen, donde me hallo, de un servicio uniformado y más los de la limpieza, externa o interna, que más agachados limpiando cualquier mota, que de pie, por lo que sensación de gente aplicada meticulosamente al oficio de abrillantarlo todo, mientras los oficinistas a la burocracia excesiva de entradas y salidas de vehículos, repartiendo amabilidad sin excesos, que no sé si por ello estipendios adecuados a su despliegue. Esto de la burocracia ahoga a las modernas sociedades, pero, la paradoja es que te hacen ver que es imprescindible, a no ser que venga otro Kafka para desmontar, en nueva versión de su El Castillo, todo el tinglado.

Como tengo intención de retorno uno altero pede (ir a pie), que dirían los latinos, me adentro en el corazón de todo aquel maremágnum  de coches, ruedas y alguna mueblería, así que cuando giro para alejarme de aquel batiburrillo incesante de rodantes, me topo que una percutora gigantesca está derribando los muros de la incendiada Frutas Marvaz, cuando creía que solo las mueblerías ardían.

Mi contacto con el Barbaña, allá bajo Ponte Noalla, donde en tiempos una presa que llamábamos de las tortugas, porque las hubo por los 70, hasta que el Polígono de San Cibrao levantó sus industrias. Unos caminos a la vera del río por un instante hasta que tienes que abordar un camino, paralelo a la vía por donde no pasa tren a aquella hora, bien compactado pero con los surcos de los que carecen de laterales desagües, cuando me acerco a un pintball que es ese juego de guerreros contemporáneos armados de rifles de juguete y que entre ruedas, parapetos, muros trincheras se esquivan a unos y otros.

Más adelante no pude evitar un basurero en tan recóndito lugar. Hasta allí llegan esos que arramplan con mueblería, pilas, bidés, retretes, televisores o colchones. La pureza del camino se desvanece. Me encuentro encima del grupo escolar de Seixalbo y medito sobre los costes de la sociedad organizada, para crear y mantener estos edificios, los de la sanidad y toda la infraestructura vial, amén de otros servicios. Un dispendio que parecería inasumible… y luego hurtamos nuestros impuestos; mientras, los chóferes de los escolares buses matan su aburrimiento de espera con algún paseo a pie de coche.

Un camino por la occidental ladera de Seixalbo, o sendero muchas veces, ya te mete en pinar y en alcornocal y te remite al Barbaña por o Piñeiral de Abaixo, que cuando atravieso la antigua carretera de Celanova a la altura do Pazo dos Deportes, por peatonal paso, los que venían lanzados ni amago de frenada, lo que decir tiene que en velocidades excesivas y sin prever que peatón alguno pueda atravesar.

Observo el río Barbaña que de alguna contaminación portante, por el colorido grisáceo de sus aguas por lo que llamo a la Confederación Miño-Sil donde amablemente atienden a mi reclamación o denuncia del estado de las aguas, sin trasvasarme de uno a otro, como se suele cuando conectas con alguna potente compañía o institución. Atienden mi llamada, les doy detalles de las aguas, y ¡oh milagro!, al poco rato ya la CHMS había enviado un técnico para el análisis de las aguas, que incluso in situ me iría describiendo cómo estaban, actuando en el medio. Un alarde sorprendente en un mundo del vuelva usted mañana, de Larra.

Un pedrestre viaje que más daría de sí en un tristón día que fue abriéndose para mostrar mejor algunas miserias del entorno.

Por un lado la sociedad capitalista, en la que inmersos, en toda su barahúnda de automóviles, un sector en expansión, cuyos costes pagará una sociedad que se permite tanto dispendio para un solo pasajero por auto y tantos y tantos que inundan las ciudades, las villas, y que de tanto que forman parte del urbano mobiliario hasta puede que simpáticos…pero es que son opresivos por inundarlo todo. Esta sociedad no podrá deshacerse de este imperio monstruoso de todo lo que de la rueda deriva, de esta inundación, de este coste, que contemplado con sangre fría, asusta. ¿A dónde vamos? ¿Qué respiros nos quedan? Mientras tanto, vociferan los medios con lo del consumo, consumo… Si no se consume se decae, si no crecemos, nos morimos. Hay que repoblar. Si pierdes población, la hecatombe…y entonces, caminamos hacia un mundo superpoblado, que si así va la humana especie, que como 8 millones de años tardó en especializarse, en menos de miles podría desaparecer. El camino, cuando uno despierta de esta vorágine en la que todos claman por el consumo, el progreso o el, ojo, que disminuye nuestra población, no puede ser más desacertado. ¿Acaso la ONU no está alertando contra la superpoblación? 

Yo, mientras tanto procuraré caminar con los ojos bien abiertos ante tanto despropósito.

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