Opinión

Navia, en el corazón de Os Ancares

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photo_camera En estos pueblos del oriente gallego se nota más la influencia astur que la leonesa en puentes, tejados, hórreos… Aquí el puente medieval de Navia, reformado, y el castillo habilitado para viviendas, hoy deshabitado.

O sería mucho decir esto del corazón, estando encajonados en la misma cordillera Piornedo, Degrada, A Balouta, Burbia o Vega de Espinaredo... A Navia se llega como en dos horas de auto, desde Ourense, y a una de Lugo. Cuando dejada la autovía nos metemos en esta comarca  de la lucense montaña nos maravillamos de esas carreteras de buen firme que siempre te hacen pensar como un Estado se puede permitir tal alarde de vías para comunicar aldeas en las que apenas vida, de despobladas muchas. Más, desde luego, por la hermosura de un paisaje que de tan arbolado se antojaría que todo Galicia igual. Así que en cuanto te adentras en esos parajes el dosel vegetal de frondosas va a estar siempre como formando túneles arbóreos. 

Recalo en Navia, que en mapas como Pobra de Navia, pero que se ha impuesto el nombre de este río truchero que fue de fama y que se muere mansamente en el Cantábrico. Me dice Carlos González, que él cuando joven,  aun sin ser un pescador al uso, se traía más de una docena, lo que ahora imposible porque han desaparecido las truchas (pesticidas, purines…). Se mueren los ríos y uno de tanta fama, se ha consumido o lo han consumido.

Carlos nos recibe con Lourdes y como buenos anfitriones nos llevan por la villa, que conserva un aire señorial en sus gentes y eso que no hemos visto casas blasonadas. Los vecinos de esta titulada capital de Os Ancares tienen un aire no creemos que insuflado por sus eventuales señores que fueron los condes de Altamira que tuvieron castillo habitado hasta hace poco, a juzgar por los ventanales de todas sus murallas, al pie del afamado puente medieval, dicen que de origen romano, como el de Gatín próximo, pero que impronta da a la villa, como otro medieval de parecida factura, a Cangas de Onís. Carlos, un hijo de allí, de padres con ferretería y almacén, que como otros comerciantes de un pueblo que fue centro de toda cuanta feria de ganados o mercado de todo se organizase en pasados años con concurrencia de galaicos, astures y leoneses, que si viajas por entre sus montañas repararás cuan difícil, costoso o de días, concurrir a este centro. Y el caso es que dieron estudios al hijo que devino en economista e hizo carrera como auditor y presidente de grandes consultoras y se recuerda por asesorar más que la fusión de las Cajas que él consideraba nefasta, el proceso por el que pasarían a la Abanca del empresario venezolano, cuando los demás y potentes bancos querían llevárselas por 0 euros. Carlos estuvo ahí asesorando, aunque bien pensado me parece que poco confía en un sistema bancario que va a quebrar por su misma estructura, por lo que acaso crea que debemos viajar hacia otro modelo.

Reflexiones económicas aparte, nos vamos fuera de Navia y en un recóndito paraje entre amenas montañas, solo una posada, mesón o lo que quieran, que surge como de la nada en Meiroi donde te pueden servir platos tan variados de una carta de casi 30 entre primeros y segundos, elaborados por una pareja que en el medio rural apostó por productos de propio cultivo en invernadero o huerta o por sus gallos, sus huevos, sus vacas pastando en el entorno; ella una cocinera magnífica, que no parece diplomada en ningún master chef, a la que ni falta le hacen las estrellas Michelín. Apostar por lo exquisito dejando de lado el menú del día es algo arriesgado, pero en este caso puede que no. 

Vale la pena el sacrificio de unas horas en coche para conocer estos parajes, que te invitan a una exploración adicional 

Un paseo por Barcia en las cercanías de Navia, a la que accedemos pasada más que pasarela puente peatonal de madera, nos descubre sus hórreos cuadrangulares de estilo asturiano, y por el río Navia, donde ni trucha ni pescador; bogas, sí, en bandadas. La ruina de un río que apesadumbra a todos sus habitantes. Observo que la villa donde ejerció como alcalde el padre de Carlos antes de la guerra con mucho riesgo, y después, octogenario en la transición, con mayoría absoluta con los socialistas, está en alargado y hermoso paraje a un costado del río Navia, rodeada por masa arbórea con unos castaños que parecen desplomarse sobre la villa, o los robles, los abedules o ese mentado río en penumbra boscosa donde el aliso (amieiro) domina a fresnos, sauces, álamos, robles e incluso avellanos. Cuando urbano, el río movió un gran complejo molinero y ahora un área recreativa hasta con playa, derrumbada aguas arriba la presa que abastecía al molino. La fama del Navia se desvaneció cuando la mecanización del campo trajo las granjas, los pesticidas y eso que la población antaño, de desagüe directo al río, superaba más de 4.000 en un municipio que alarmado por la posible construcción de una presa que iba a sumergirlo, empezaría a despoblarse de modo acelerado para quedarse en pocos más de 1.000 habitantes, como nos cuenta también un asturiano, Javier Fernández, viajero por Europa, docente en la emigración y luego en la Secundaria, políglota donde los haya, que de profesor de inglés pasaría a dar matemáticas y a coleccionista en casero museo de todo cuanto utensilio la comarca usó que no tendría cabida ni como municipal o provincial, no por falta de entidad sino por lo costoso que a tales administraciones resultaría tener personal para atenderlo. Y este familiar museo, en tienda de ultramarinos que fue de sus suegros. Así les pasa a muchos coleccionistas cuyos objetos se perderán. Javier sigue con su pasión y su montaña con Mabel donde conocen cada recuncho de sus amados Ancares, a pesar de ser avilesino de nacimiento, pero naviego de corazón y casamiento, que así llaman a los de Navia, que nunca navieros, por no confundirlos con armadores o algo así, o navianos, tampoco.

Vale la pena el sacrificio de unas horas en coche para conocer estos parajes que te invitan a una exploración adicional de la cordillera de Os Ancares para conocer los castillos de Doiras, Balboa o las pallozas de Piornedo, la Balouta o todos esos gigantescos hórreos de origen astur.

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