Opinión

El Olimpo celta, Pindo–Moa-Ézaro

OPindo, una montaña rosácea que se yergue cual gigante entre Caldebarcos y Ézaro, y que alcanza más de 600 metros de altitud, salpicada de formas caprichosas donde se da una representación de todos los animales posibles, incluidos dinosaurios, fuente de tantas leyendas y la más asentada la de convertirlo nuestros románticos en el Olimpo celta por excelencia, denominación que le da otra proyección y que, indudablemente, propicia que todo cuanto visitante que por esas costas se aproxima sienta la tentación de hollar la cumbre máxima, A Moa, la más redondeada cual casco de guerrero dominador mientras a sus pies como implorando, afilados conos.

La morada de los dioses célticos infunde cierto aliento para todo aquel que quiere subir á su cima. Los menos ungidos la emprenderán a pie ahorrándose mas de 300 metros de desnivel , en una aldea llamada O Fieiro; los que quieran o puedan trepar más, desde el alargado pueblo de O Pindo, con más de 600 metros de desnivel.

O Monte Pindo está compuesto de lo que los geólogos llaman granodioritas, en este caso de granito rojizo o rosado de una etapa posterior a la orogénesis herciniana muy alterada por la erosión que ha dado lugar a penedos, bolos, conos puntiagudos, que abundan como el Peñafiel, O Barquiño, A Laxiña y otros muchos con increíbles formas en las que aparecen penedos de tanta inestabilidad que parecerían que iban a desplomarse sobre nosotros.

Subida a sol pleno

Una mañana dominical nos acercamos pasada la fantástica playa de Carnota, la más grande de Galicia, casi 7 kilómetros de Lires a Caldebarcos, en forma de media luna, flanqueada por estas montañas. Aparcamos tras la iglesia de O Pindo una tórrida mañana cuando al paso cientos de ciclistas que participaban en una World Series de la UCI, que uno de los moteros de asistencia nos diría que 1.400 de todo el mundo en una sola etapa desde Muxía- Noia con vuelta y subida al Angliru galáico de Ézaro, 33% en varios tramos.

Nosotros dejaríamos aparcado el coche mientras desde la ventanilla animábamos a tanto pelotón o solitario ciclista. Un regato que viene de la montaña, un sendero que se indica como Monte Pindo y que te lleva a la misma zona, arranca del pueblo, estrecho y empedrado descolocado por tantas escorrentías pluviosas que durante siglos ha ido moviendo las piedras. Al principio se sube con cierta alegría porque se ve que no es muy inclinado. El día demandaba alguna sombra, que después del último incendio que arrasó las laderas, de tan escasas que buscadas al amparo de las rocas. El paisaje desnudo, duro, la subida llevadera en este primer tercio cuando en demanda de descanso de uno que menos habituado a la montaña y más afectado por el inclemente sol, pero estas paradas obligadas para darnos la vuelta y contemplar el Atlántico de Fisterra a la punta do Louro, con las Lobeiras, grande y pequeña a nuestros pies, unos islotes renombrados en la mitología como morada de los dioses antes de tomar el Olimpo. El sendero en su primer tercio alternando entre rocoso y casi herboso, propicio para caídas si no se presta atención a los pies por lo que es necesario pararse para contemplar el panorama dejado a nuestras espaldas; luego pasa a sendero rocoso. Un casi llano, engañoso porque aquello no deja de subir, te obliga a no descuidar un paso y a superar escalones de casi un metro con ayuda del par de bastones que llevábamos, salvo otro que solo uno. Para caminar por estos senderos se precisa de dos, inestimable ayuda, que en las bajadas, imprescindible. Superados, con cierta paradilla los 500 metros, arribamos al campo de Lourenzo donde te saluda el famoso Gigante y cien formas en las que imaginar muchos animales representados. Es como un reposo, porque más adelante transitando por esta casi penichaira, arribas a cruce del sendero que viene abajo desde la Penafiel, pero se debe tomar a derecha, sin pérdidas porque todo el camino con la señales blanca y verde, pero pintada en la roca, que nos pareció una aberración, confirmada en lo alto de A Moa, ese inmenso casco de guerrero donde aparecen numerosas pintadas y hasta grabados a cincel en la roca, como si de petroglifo por algún agresor del medio, que también los hay en la montaña. 

Antes de la arribada a la cima hallamos una sombra de acebos y sauces de escaso tamaño y lugar de asiento para la comida porque el hambre instaba, cuando de paso dos mozos a pecho descubierto para quemarse. Bajaban raudos pero se detendrían por unos minutos, no se sospecha que por los efluvios de los manjares expuestos porque ninguno había. Eran marineros profesionales de una fragata anclada en Ferrol. Antes de la salida habíamos encontrado a dos parejas y ya cubiertos los tres cuartos de ascenso, a cuatro más que de prisa bajaban.

Nos pusimos en marcha y alcanzada la cima nos llamarían la atención los grabados y pinturas como una profanación, algo aberrante lo que hacen estas gentes que trepan al mítico monte en un afán de perpetuarse.  Nosotros con el único de pasar inadvertidos, solitarios, pues algunos caminantes ya en descenso; a esas horas de las 3 ya habían abandonado el lugar de sol pleno, tanto que el horizonte impresionante de la vista se veía turbado por la calima que más allá de los diez km. hacía desdibujado el paisaje.

Por más de media hora permanecimos no a merced del viento que casi siempre sopla, pero sí en el regusto de todo lo mejor en esa cima en la que ni fue necesario desprenderse de las viseras.

Retornos hacia O Fieiro, aldea en la oriental vertiente, de menos precipitada bajada, que si subiésemos por donde venidos, donde alguna caída amenazaba. Así que en O Fieiro, donde hay aparcamiento, paneles explicativos y una ruta de ida y vuelta de 8 km. reservado para los que en menos forma física se hallen, porque solamente debe salvarse un desnivel de casi 300 m.

Nosotros continuaríamos por asfalto hacia el mirador de Ézaro a 3 km. y luego bajaríamos por la famosa cuesta de lo que más molidos que grano en molino, pero al casi final en la playa de Ézaro aguardaban unas cervezas, en mi caso adulteradas con gaseosa.

Un paseíllo hasta O Pindo a 2 kilómetros pondría fin a la jornada.

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