Opinión

De Oteros, Fonseca... a Xa Nichol son

En este caso, de ventanilla de coche a peatón, en la secuencia de un semáforo. Pasa José  Otero Garrido y entablamos en menos de un minuto un repaso casi de nuestras vidas desde que no nos vemos, desde aquella amistad cuando era Otero, de Bande, y algunos domingos aprovechando la bonanza íbamos de familia al monte asequible, donde con Juanjosé, ahora Juan, de Bande, te esperaban con un cabrito que comíamos en las riberas de la artificial laguna de Olelas, allá por los lindes con Portugal, con toda la familia. Luego Pepe se nos vino a Ourense, Olga, su cónyuge, a su escuela y posterior inspección del ramo, y sucede que cuando nos trasplantamos a otro escenario, a pesar de la proximidad, paradójicamente, vas perdiendo contacto, porque él, amante de ir de tapas con esa panda de amigo fieles como Camilo Dopazo, Jaime V.Pinal, y algunos más que ya no están, entre los que Isaac Pérez, sempiterno jefe de Préstamos y Valores de Caixa Orense, amante de la buena mesa que se puso en marcha en diarios paseos para corregir su sedentarismo, pero que acaso no llegase a tiempo para mantener una salud de cierta garantía o Pepe Pazos que siempre conservaba un optimismo a prueba de bomba. Pepe Otero, que hay que matizar porque había otro colega con el que cierta confusión, tal José Glez. Otero porque le decíamos Pepito Otero omitiendo el más corriente González, y también la había con Enrique Castro Iglesias o Manolo Iglesias Castro, al menos puertas adentro donde se elaboraban las nóminas de los empleados de la Caja, como entonces se decía. José Otero Garrido estaría excedente cuando ocupó la dirección general de Deportes de la Xunta en el gobierno tripartito. Me despido de él más que a uña de caballo a calcada de acelerador no fuera que el de atrás se mosqueara, porque a cualquier volante perdemos la paciencia y somos otros, aflorando nuestras menos corteses maneras. Como siempre quedan palabras por decir y él me suelta que me lee. ¿Una cortesía acaso?   ¿Un quedar bien? Sucede que te encuentras a amigos y conocidos que te despachan con un te leo y me gustó, pero incapaces del menor comentario de un párrafo. Así que verán mi efigie a derecha. Este me suena, cuando le vea le suelto un cumplido. Andamos escasos de tiempo. Y no se puede reprochar a nadie que lo pierda con uno. Bien está que te consideren.

No encuentro desde hace meses a Juan Fonseca, ese melómano, del que formidable descripción hizo Juan Cruz en El País, en jugoso y amplio artículo, que aunque quisiera remedar, me faltarían recursos para hacerlo de quien una excedencia en peso, ahora mitigada, nunca lograría apartarle de su música, los saberes de su ciudad y gentes, su profesional secretariado concejil ya en Manzaneda ya en Toén o a la música o las labores como también secretario en un Liceo que relanzarían Javier Casares y él en nuevos proyectos que han cuajado desde sus encuentros en la Tía Matilde, esa tienda bar sui generis refugio de aficionados al canto, a la música instrumental que Olegario Mosquera había montado. Cansado, aunque a él nunca le apesadumbraban los amigos, de que le comentaran su parecido con el actor norteamericano Jack Nicholson, colgó en preferente pared una gran pancarta cinematográfica donde aparecía el actor con esta leyenda sobrepuesta: Xa Nichol son, tal vez para que la gente no insistiera en su parecido o si para hacer broma de si mismo, como correspondía a espíritus abiertos.  Allí podías encontrarte a Casares tocando el clarinete, o a Fonseca la guitarra o lo que de cuerda hubiere, o a un improvisado séquito de voces, o al mismo Olegario acompañando con su voz forjada en la Coral de Ruada. La Tía Matilde sentó época con su formato de sírvase usted mismo que equivaldría a coger por uno mismo las cosas, autoservirse y después pagar según las propias cuentas, y en su esplendor, Olegario le dijo adiós, él que había concurrido a tantas pescatas y que pasaría de vendedor en tienda de ropa de un más que familiar afín en Camisería Aser, a jefe de las primeras tiendas Zara en la ciudad, o a compartir mostrador con su concuñado Carlos González en A Palleira, otro mesón o taberna antes de su Tía Matilde. Una vida que cuando temprano retiro de ella, se fue en más silencio, de el nunca esperado por quien de la amistad y juntanza hacía más que divisa; de esto podrían dar muestra los muchos amigos que dejó y los conocidos que pronto, por su simpatía, hacía entrar en la nómina de sus amigos.

Pasan las gentes, los que por amigos tenemos, y los vacíos que dejan los vamos rellenando como olvidadores o contagiados del ritmo de una vida que no te da tregua. Ventajas por un lado cuando quisiéramos permanecer con todo este entorno que nos hace grata la vida y única, a la que debemos el prodigio de un disfrute continuo que quisiéramos para tanto desvalido, impedido o alienado que por aquí transita. La ventaja de los años es el disfrute, aumentado por las experiencias y las vivencias.

"Primum vivere deinde philosophare" se decía, o sea, lo primero es vivir y después filosofar, y si me apuran aquello que dijo el filósofo francés La Brüyere sobre lo más trascendente del paso del hombre por la vida: El hombre no siente que nace, olvida vivir y no sabe cuando va a morir.

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