Opinión

El otoño de los pájaros, el colorido de árboles y viñedos...

Los fríos de intempestiva arribada. Siempre que nos acercamos a noviembre percibimos la casi insensible llegada del frescor, que es cuando, cual mensajeros se instalan en los alféizares de un edificio los aviones roqueros, de los que se dijo que permanentes y no migrantes los que forman una colonia de más de cincuenta individuos cuyo parentesco con el vencejo es evidente y casi los igualan en sus velocísimos vuelos, La colonia a pleno campa por una hora desde el amanecer, se despiojan o libran de parásitos con un pico que incesantemente, va edeamn_resultxplorando bajo las alas, la pechuga y la cola, que acabado el ritual o interrumpido largan unos vuelos a bajo techo para atrapar los insectos de su dieta, sobrevolando por segundos sobre la techumbre del polideportivo del colegio público. Menos de una hora de posado y desparecen. Supongo que algún posadero más tendrán o que regresarán a sus cubículos en el acantilado haciendo honor al sobrenombre de roqueros.

Caen las primeras hojas de los arces, ya de muchos colores; los otros paulatinamente irán desprendiéndose de ellas, y en las viñas el más variado color orna las laderas que se caen al Miño, el Sil, el Avia o el Támega.

Las nueces se desploman de nuestros nogales, "nogueiras" en nuestro idioma y en algunas partes concheiros. Estas nueces del país nada que envidiar tienen a las venidas de California, Sudáfrica o la misma Francia.

Los castaños dicen que precisarían de más tempraneras lluvias que las escasas caídas, que ya un poco tarde para una cosecha feraz desde esos bosques densísimos de Viana, Riós, Trives, o Castro, San Xoán de Río…

Los viñedos empiezan a estar de una vistosidad increíble en matices con las hojas de todos los colores que esencialmente deslumbrantes por las riberas que se caen a los cañones del Sil, sobre todo de la lucense del territorio de Amandi, la más extensa y aterrazada en plantaciones al modo de las riberas del Douro allá por Regoa, donde un regalo la contemplación desde los tantos miradores sobre este cañón como las Peñas de Matacás en la ourensana ribera o los de  O Castelo, en la comarca de Lemos por Doade. Surgen los viñedos, se aumentan, se roturan los terrenos para grandes plantaciones que casi como setas brotan cada año; las bodegas no son ajenas al fenómeno, convertidas al paso en restaurantes de estilo, con una buena arquitectura en el medio integrada, que con una acertada planificación hacen que aquello se vea floreciente; incluso los catamaranes, que por algunos aldeanos dichos castramaranes, antes dormitando en el otoño y la invernía, ahora más que relanzados llevando de acá para allá a una clientela ávida de novedades como la de surcar las embalsadas aguas de santo Estevo, así como en las también espectaculares  riberas de Belesar, en el Miño, lo hacen otros.

El espectáculo está servido; para disfrutarlo merece la pena ese viaje de menos de una hora para plantarse allí y al mismo tiempo ver cómo en los mixturados bosques las hojas de los caducifolios empiezan a revestirse de muchos colores, presagio de una inminente caída de la hoja.

Si nos sumergimos en el bosque los estridentes arrendajos o "garrulus glandarius", que muy expresivo nombre científico, porque garrulo por ruidoso o charlatán y glandarius por ser recolector de bellotas (glans, glandis), más se oyen con sus estridentes sonidos que por su vistoso plumaje, porque avisan a todas las poblaciones que irrupción de intrusos; son como los centinelas del bosque, que no se ven pero se oyen.

Este preludio otoñal, de cara al invierno se va desprendiendo de sus frondas para mostrarse desnudo dejando entrever lo que sus entrañas esconden. También el bosque desnudo tiene sus encantos.

Una invitación para salir, expansionarse, ver, y, sobre todo, ir desprendiéndonos de todos esos artefactos como esos auriculares que nos sumergen en las músicas o los parlamentos de tantos radiofónicos, sin dejarnos percibir lo que la naturaleza con prodigalidad suministra.

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