Opinión

Por el Ourense este y sur

De salida, por donde no habitual, acometo la subidilla de Celso E. Ferreiro que para quien sentado minutos ha, siempre costosilla. Voy hacia un taller de la llamada carretera de Trives, hoy, avda. Buenos Aires. En estos talleres de automóviles siempre agobiados por el espacio, pierden la calma hasta los jefes-mecánico, que echan un me cago en tal o así; por cliente, espero que me atienda, que en aquel marasmo de coches contra el espacio y de mecánicos enzoufados, se antoja empresa difícil desenvolverse. Le recomiendo al jefe-mecánico que se cambie de local… y poco caso me hace. Así que de tan colgado al teléfono, maldice de vez en cuando, pierde la paciencia y sigue colgado porque pocas veces se le ve sin algo a la oreja. ¿Frustrado acaso por convertirse más en telefonista que en mecánico? A lo mejor coincidió así en mi visita.

De camino por la antedicha avenida, que en rigor no lo es, me encuentro en la calle de los vinos, con Javier Prado, que ha tocado teclas en muchos negocios con esa intuición que solo privilegiados poseen sin ser un Midas que todo lo que tocaba en oro convertía; así que de ambicioso, a punto de morir de hambre porque hasta los alimentos en oro revertidos; ambos lamentamos la muerte de un amigo él y de un cuñado yo, que cuando estamos en loas al ido, aparece Mondelo que había sido alcalde ya en democracia por escaso tiempo, durando poco más que caramelo a la puerta de un colegio, por esos caprichos que la democracia tiene, ejerciente en la abogacía, que me dice: ¿No sabía que también escribías? Guardo más que publico, le contesté. Luego me hizo la observación de que había leído un obituario demasiado extenso, y que solo en parte, recordándome lo de Gracián: Lo bueno si breve dos veces bueno. Como uno no navega por esas excelencias, acaso resultaría muy extenso para él que no conocía al personaje del obituario, y breve para familiares o conocidos. Así que uno se debate entre la extensión y la brevedad olvidando, tal vez, como decía el gran poeta latino Horacio, fuente de inspiración para todo el siglo de oro europeo: La concisión es el secreto de mi numen.

Al paso por la rúa Hernán Cortés, en la asoportalada terraza de un restaurante de renombre, cuatro de relax, y algunos transitando por este lado sur de la Catedral, que en llegando al Posío recuerda uno la casa natal de padre y tíos y más adelante la de los Encinas, sin olvidarnos una escudada, cuando en el antes nombrado asoportalado sur, la de Elías Rivas, el último señor paciego, por haber morado más que por el estío en el aún bien conservado pazo o Couto de Martín, en Bóveda de Amoeiro, que negoció el concello en su día, como me indica el alcalde Rafa Villarino, pero al no ponerse a tiro la propietaria, al parecer una sobrina de la esposa de Elías, desistieron de la operación y así continúa el, tal vez, único pazo habitado, que pasó a una línea ajena a los Rivas, cuando lo lógico sería que los sobrinos de él heredasen, al menos para conservar el patrimonio en la familia. Al paso por el Instituto Otero Pedrayo y el Posío, rememora uno el tiempo pasado que no perdido en sus aulas, que, la verdad, pero que a los que íbamos por libre nos parecía una eternidad por la tensión de jugarlo todo a una carta.

Ya en a Carballeira veo a tres todavía mocetones, que llegada la jubilación mantienen lazos tan vivos como cuando chavales trasteando por el barrio, como Aser Sueiro, Manolín Dacosta y Floreano Velo. Dacosta alternó la ciudad con Ponferrada, pero se afincó por acá definitivamente. Los tres se van de vasos o de aguas y no de fumata, que alguno dejó tiempo ha. Es una estampa que dice que las amistades que se hacen en la adolescencia se consolidan para siempre

Viene el autobús y al subir casi me sorprende ver a una choferesa (recordemos el segundo viaje de Cela por La Alcarria con una chófer negra que él llamaba choferesa) que lo conduce. Se lo digo: ¡ Qué bien, una mujer al volante !. Me lo agradece mientras va cargando gente en paradas que hace bien poco recibían a escasos viajeros de los que en un recuento se observa como en las sociedades hartas la obesidad se ha convertido en plaga de casi media población a juzgar por los que van desfilando. El bus puede con toda su carga y ni se inmuta…como si los constructores previesen lo que iban a soportar sin bufar en los repechos.

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