Opinión

Sierra del Rábano-Sextil Peñadel Buey-Moncalvo

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Insistencia por no salir de la zona trevinqueña; es que por estas fechas aquello es más que un jardín multicolor aderezado, si nos apresuramos a ir, por esos retales de nieve que aún aguantan y hablan de una temporada de muchas nieves por aquellas cumbres entre los 1.700 y los 2.000. La ruta produce ese placer de caminar sin grandes trepadas y encima por el mullido herbazal, los amarillentos carqueixos, los juníperos verdeoscuros, los carpazos, los morados brezos, lo retamales en forma de seta gigante, todo eso destacando en un mar de verdor

La primer parte definida por la señales que se encuentra a la izquierda de la caseta de Moreruelas, como lo señala un poste. Hay que ir atentos por donde las huellas de vehículos hasta que lleguemos a la segunda caseta, en este caso del Club zamorano de Montaña, a partir de aquí ya se pierden las señales. Debemos tomar por la izquierda de la caseta donde resta un bien definido curro, una pequeña rampilla y ya mas suave se muestra la redondeada montaña, alternado con algún lagunallo. Debemos fijarnos en los neveros de en frente para ir hacia el medio, en dirección norte hasta el encuentro de un riachuelo que parece canalizado entre el herbazal. Tomaremos pasado el arroyo que se nutre de estos neveros en dirección nordeste para salvar la ladera y caminar por el alomado crestón hasta avistar e lMoncalvo enfrente y la Pena Trevinca al norte. Tiraremos todo campo a traviesa hacia el Moncalvo; una vez alcanzado, nos asomaremos a los cortados en dirección este, de la laguna del Hacillo. Desde aquí en dirección sur se avista la pista por donde subimos en auto y en esa dirección iremos por las ondulaciones serranas, sorprendiéndonos por tantos lagunallos, por los xestiles, los brezales y sobre todo por esa pradería que parecería desde la cima el mismo delta del Okawambo, tan celebrado en documentales.


COMO HICIMOS LA RUTA


Nosotros lo hicimos dejando el auto en la  planicie antes de iniciar la bajada que da acceso a la presa de Vega de Tera, continuando la pista que se muere en la de Vega de Conde un poco más arriba, ya en el valle del Tera.

Dia luminoso, sin una nube que turbase el horizonte, cuatro en marcha entre los que una diseñadora, ilustradora de los artículos de este diario, un profesor universitario de prehistoria, otro profesor asociado escocés, ya apartado de la enseñanza y ubicado por acá. El día  realzaba el tapiz serrano como pocas veces, porque la innivación de la temporada fue constantes y de ello prueba porque en cada majada o mallada más un humedal donde hay que medir los pasos para no meterse de lleno. Cuando llevamos más de media hora, un refugio de los muchos que el club zamorano de montaña tiene, se muestra íntegro, a su flanco derecho un pétreo curro para encerrar el ganado. Monte a través continuamos por la casi planicie, lagunallos abundantes al tránsito, y en frente la falda de la sierra del Rábano de neveros plena.

En el cielo diáfano una pareja de buitres nos sobrevuela, al que se une un tercero, de inspección ocular por lo que abajo apetecible se halle, que nosotros, evidentemente podríamos serlo si muertos y en descomposición; así que las fábulas de ataque a seres vivos son eso. Podría decirse que esto nos tranquiliza, pero ni siquiera nos conturba si no que anima cuando dadas las 14 h. un más que regato discurriendo con rumorosas rápidos invitaba a la campestre comida y eso hicimos con el gusto de unos tangibles neveros que también invitaban, nutricios incesantes del pequeño caudal. Si más placentera comida hubiere, todos a una manifestando que mejor lugar imposible y mesa insuperable donde hasta los modestos majares se convierten en celestiales. Y eso experimentado mientras en tanta placidez de los sentidos sin ser turbado por mosquito alguno a punto de algún incidente al meter la pata uno de nosotros en esos agujeros que en los herbazales se dan.

Continuando el periplo y como no subidas, si acaso ligerísimo ascenso por las romas sierra y muy vegetadas  cresteando por el alombamiento, divisando al norte Pena

Trevinca, la Negra y la Surbia y el gran faldón del Moncalvo, suavísimo como si de gigantesca mámoa se tratase, pasando antes por especie de túmulo que sospechoso de algun enterramiento, aun a aquellas alturas de los 2.00m.

El Moncalvo, mas que digno del nombre, te permite asomarte en dirección este a la laguna del Hazillo, que lo parece desde la cima de un gran farallón donde nos asomamos, testigo de una travesía donde hace pocos años a punto un amigo y yo de quedar trabados en el descenso por el acantilado.
Retorno a la vista de la semiderruida presa del Tera, que tantos muertos causó en Ridadelago. Nos íbamos recreando, aunque de  atentos pasos por ese paisaje que tanto facilita el tránsito monte a través, no así los suelos ácidos donde el tojo o la zarza impiden tanto.

Vista la lagoa de Aguas Cernidas, la del Rábano que se origina al lado de una pradería que con numerosos meandros intitulamos del Okawambo cuando realmente son del Rábano. A partir de aquí un canal o más bien continuo rego te conduce entre el retamal amarillo a donde partidos.

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