Opinión

Un tórrido, por escaso, y matinal día

Severino Recondo es un reciente vecino con el que me encuentro menos veces de las más que quisiera. Nonagenario se vino a la ciudad, él un vigués de pro, hombre que además de la abogacía anduvo en la política municipal de la ciudad que es Vigo. Hombre que te puede contar muchas historias, todas ellas de interés para el oyente, me dice que obligado por sus años ha recalado en casa de una hija, pero echa de menos su ambiente y sobre todo, por lo dificultoso que es comunicarse y más tener amistad con otras personas, y que por eso es solitario y paseante diurno. La soledad de los años pesa y aun más cuando desarraigado. Habiendo tanta gente interesante por el entorno perdemos el tiempo sin contactar con los que nos pueden ya no solo contar si no deleitarnos con  sus historias y yo lo hago menos veces de las que quisiera en un café donde suele, cuando a la espera del bus pasa Hortensia camino de su trabajo, compañera de unas cuantas marchas de montaña. 

Llega de improviso Víctor Astorga, que Vitín, entre sus íntimos, él, que siempre ligado al socialismo ejercería de concejal en la etapa de Paco Rodríguez, ese alcalde que iba para muchos mandatos, y que un tanto maltratado por los avatares de una política que ha perdido a un gran gestor, que, además, se integraba en el medio como el más humilde ciudadano. Pues bien, con Vitín de parlamento, ya olvido el bus, subo calle arriba con él y me interpela  Sindo, que había sido socio de Pepe en la imprenta San Martín, otro impensado lector que me pregunta donde está Porto, que no la gran metrópoli portuguesa; se lo aclaro, pero él cree que alguna relación de cercanía con Valbuxán, donde conoce a un amigo pintor, en tiempos el Cisne de Valbuxán, la cercanía relativa porque Porto en la Zamora limítrofe y aquella aldea en las tierras de O Bolo. Nos despedimos porque cada uno en distintas direcciones.

A la sombra de los edificios se va soportando el rigor calorífico y por Dr. Fleming casi atropello a fornido peatón, que encima me pide disculpas, que yo le doy por echarme encima, pero no su hija que dijo: "¡Papá, deja pasar a la gente!". Así son las cosas, porque por mal peatón yo por no cruzar donde se debe, casi acelera para darme un susto el conductor de una monovolumen, que no contento, lanzaría algún improperio al paso, cuando advertencia podría ser, pero ya se sabe lo pasado que es chófer de codo en ventanilla, y si lleva cigarro en comisura, puede aumentar su agresividad, y no digamos si palillo. Nos transformamos al volante, porque seguro que este cumplirá en su oficio de electricista.

Paso el río de Pontón, que no Barbañica, como aquí mismo ha aparecido en titulares, enfilo la ultramarinos de Juan, cuyo padre Carlos señalándole que mejor para su tienda un a Tenda do Carlos, que Alimentación iglesias. No le gustaría porque nunca lo cambió.

De vuelta como dándole un repaso a una yerba que se ve crecer, ya con la floración de la estación de tránsito hacia el verano, con margaritas blancas y muchas amarillas, que predominan en las praderas por este tiempo, sí retorno en autobús donde un joven chófer no solo te saluda si no que te da las gracias. Increíble en un sector donde los conductores cansados de tanto pasaje y no sabiendo si esperan respuesta a su saludo, optan por no abrir la boca porque, además, muy fatigoso, lo que produciría sequedad tal que deberían proveerse de al menos con botella de dos litros por jornada.

Ya subiendo en ascensor, aunque no habitual, el tiempo caliente obliga, Juan Murias trae como maletín rodado, más para documentos que para prendas de viaje, porque él viene de Amoeiro, un municipio del que es técnico. Otro lector impensado de una familia con la que mucha amistad en la que Santy se iría a vivir a Esgos, como el desaparecido Manolo, que fue también residente, y, ocasional, otra hermana, Ana, porque ligazón la de esta familia con la villa.

Y un saludo para Abelardo Lorenzo hasta su habitat de A Rabaza,  de asentamiento en los orientales barrios aurienses. Me abrumó Abelardo por esas más que elogiosas notas en este diario. Recordaba su colaboración en una revista mensual que editábamos, dicha Corredoira, de Caixaourense, para empleados, que precisamente no efímera vida tuvo y desde la impresión casi manual, con Angel Figueiredo al manubrio, pasaría, después de fulminar al director, a revista de impecable presentación bajo la dirección de Rivas Villanueva y Miguel Mosquera… pero fenecería no mucho después, a pesar de su formato tipo Auria, esa revista cultural de la Deputación. Abelardo vivió como colaborador la experiencia donde un ocurrente artículo de Quique Torres con el título de Ramón, Ramoncín, Ramoncete al que las voces aduladoras a los oídos de la gerencia revertirían como impresentable, cuando en todo caso jocoso parecía. La cohorte de aduladores tergiversadores siempre es un peligro que está ahí y que tantas decisiones condiciona. Por eso fuimos a galeras, que no otras que los sótanos administrativos, por otro lado modernas oficinas, alguno, y el autor, apartado de labores directivas en una urbana sucursal. Y Abelardo tomó una decisión como  nadie hasta entonces había hecho: en lugar de excedencia, irse de la entidad de crédito. Un acto que podría considerarse o temerario o valiente. Las dos cosas podría pensarse, aunque lo importante es lo que él pensase.

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