Opinión

Trepando hacia la calva

 

En Porto, 1.200 m. de altitud, Antonio, el Zamorano, no sé si apellido o nombre, nos dijo que ni gallego ni castellano, allí se habla un dialecto, el portexo, con vocablos castellano-galaicos y otros de cosecha, propia de pueblos montaraces y en lo que se dice el culo del mundo. Dejamos al vecino y de camino para trepar a la Calva, otro vecino, también dicho Antonio, surge de la nada y se ofrece a acompañarnos para señalarnos la salida hacia la sierra Calva, acompañado de negro y ladrante can, dicharachero él, se unió a nosotros, subió unos metros, nos mostró la mejor fuente del mundo y un lavadero de graníticas losas  a ras de suelo donde antes de la lavadora las vecinas enjabonaban,  enjuagaban y batían las  ropas, que colgarían en tendederos más soleados, porque aquello umbroso. Si la fuente mejor del mundo nunca lo sabríamos; la verdad, surgida entre musgos y con alguna babosa en su discurrir, no invitaba a llenar cantimploras.

Nos recomiendan en el pueblo, y se reafirma Antonio, que va a nevar en las cumbres, pero el sol nos anima y enmascara, que es un decir, lo que había de venir mientras trepamos por A Lomba dos Galegos entre retamas brotando de praderías abandonadas, porque el vacuno que fue la base se vino abajo, y con él, el déficit poblacional. Algún vecino con casi centenar vacas pastando en la estación favorable en las vegas del ríoTera, señalan que algunos vaqueros quedan. Uno de los de la media docena de montañeros, por más señas notable prehistoriador docente en la Universidad, observa que a medida que se gana cumbre aparecen enormes bancales de plataformas como campos de fútbol en una sucesión continuada después del húmedo paso por esos enlamados caminos transerranos que comunicaban valles, empedrados todos y con huellas de roderas, testigos de un tránsito de carros traccionados por bueyes o mulos.

Instaba el hambre y a cubierto del más que fuerte viento molesto, por frio, nos acurrucamos protegidos por esquistoso roquedal en Tenechilde, con la desnuda sierra de brezos, carqueixos, carpazos y montanos lirios en los humedales donde las turberas abundantes. Un fenómeno pocas veces visto, que entre lo soleado como copillos de nieve de tan dispersos que pareciesen bolitas de algodón desprendidas como polen flotante de los álamos, mientras deglutíamos lo de siempre: jamones, quesos, conservas y alguna lata aunque esta vez el aderezo fue un sabrosos caldo limpio en termo, ofrecido por uno que en vez de mochila como si alforjas llevase. Discurriendo por la casi planicie de la Calva al fondo oriental el Maluro, la Surbia, Pena Negra, Pena Trevinca, que sobrepasan los 2.000 m. con abundantes neveros en sus laderas. De vez en cuando se ocultan tras una masa nubosa, no así el Moncalvo y el Moncalvillo, más a la derecha.

Embozados hasta las orejas porque el frio anda por los 0 grados alentado por más viento que brisa, arribamos a Susana, cabaña montañera de reciente rehabilitación y manada de caballos de recias patas y alta grupa, los asturcones, que nos reciben sin ahuyentarse porque acostumbrados a la visita del amo. El gran macho casi hace muestras de su poder con amago de monta a hembra. Entramos en un refugio, que de tan reparado como si ansiosos de tempestad para en él albergarnos. El sol tibio y poco duradero cuando dejamos manada que de dispersa pronto unida, como si el advenimiento de amos, que no éramos, les hiciese desear la humana presencia. Unos hitos lejanos, que por acá estantes dichos, y en Portugal, y ahora en galaico decimos “mariolas”, orientan a pastores y montañeros en las nieblas y nos desorientan: nos parecerían como buitres posados en roca y de cabeza rotante. Pisamos el primer nevero, camino de las lagunas de A Serpe y Ocelo  y en el mismo borde deyecciones lupinas y huellas de su pisada de libro en la nieve que entusiasmarían al mismísimo Santy Baz, de la Sociedade  Galega de Historia Natural, que anda acompañado de montañeros censando lobos por sus restos más que por su visión, que de esto, de verlos, mucho sabe un joven que acampaba por el Teixedo de San Mamede antes del gran incendio que consumió parte de aquella forestal masa.

Se ennegrece el panorama. Desistimos de llegar a la lagoa da Serpe de tantas leyendas cargada, cuando estamos a la altura del Sixtil Alto, que dicho así por sesteo de ganado, y en el retorno la sorpresa de imnúmeros lagunallos, como el de Pichos y tantos como su vecina sierra Segundera. El principal de ellos la Laguna de los Patos, que se repite en la vecina Cabrera, cerca del Picón. Una nieve nos sorprende, que de inmediato revertida en suave y pertinaz granizo, que no nos moja y que por menos de quince minutos nos golpea-es un decir-y que dejando el panorama de albura lleno, disipada en unos cuantos minutos cuando avistamos, más adelante, Porto, en el fondo de la cola de la presa de San Sebastián, construida cuando gran aldea rebosante de vida, allá por los setenta. Fue cuando empezaron a ponerle puertas al rio Bibei, ya contenido por el Bao, la última presa cerca de Viana, la de O Bolo, rio abajo en las cercanías de As Ermitas.

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