Opinión

La huelga y las conductas delictivas

Una huelga siempre es un fracaso. El diálogo y la negociación son desplazados por la presión para resolver un conflicto. Cuando esto sucede por el enconamiento de alguna de las partes en disputa, el vandalismo y los comportamientos delictivos no pueden tener amparo bajo la defensa de un derecho indiscutible de los trabajadores. La razón se pierde cuando se intenta imponer a la fuerza.

El sector del transporte de pasajeros mantiene los motores apagados como medida de protesta por el plan de rutas que pretende activar la Xunta de Galicia a partir del próximo mes de agosto y que permitirá a los habitantes del rural trasladarse en los autobuses escolares para garantizar el servicio, como ya se hace en Asturias desde 2009 o más recientemente se ha implementado en Castilla y León.

Se trata de una huelga peculiar porque en este caso, patronal y trabajadores sostienen la misma pancarta contra el Gobierno gallego. Independientemente de quien tenga razón, es exigible que las partes encaren el problema con sensibilidad y flexibilidad, pues está en juego un servicio fundamental para Galicia, especialmente en provincias con un sangrante problema demográfico en el rural como Ourense y Lugo.

Para los representantes sindicales la huelga está resultando un éxito, pero el fracaso en el respeto de los servicios mínimos que establece el marco legal y dictamina la moral es estrepitoso.

¿Cómo puede explicar o un piquete informativo a sus hijos que han dejado a miles de compañeros sin colegio porque el próximo curso compartirán el autobús con otras personas que pueden ser sus abuelos? ¿Qué se le dice a un trabajador que sólo tiene transporte de ida al polígono industrial y tiene que pagar un taxi o buscarse la vida para regresar a su casa? ¿Cómo se puede justificar el pinchazo de las ruedas de un microbús que trasladaba al médico a pacientes con alzhéimer como sucedió en Ourense? Cuando alguien muestra una ausencia total de empatía con el enfermo se está comportando como un canalla. Razón y gamberrismo no acostumbran a compartir asiento en el autobús. Sólo se pide que conduzcan con pericia por las curvas del conflicto. Sólo así la Galicia del rural podrá soñar con seguir en la parada.

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