Opinión

Los olvidados

Llámeme "buenista", que es la descalificación de moda, pero me parte el alma verlos. Hacen colas, con sus niños en brazos, tratando de pasar la frontera, cualquier frontera. Nadie parece quererlos, nadie se acuerda de ellos. Huyen del hambre como los de las pateras al sur del Sahara (y al norte). Huyen de la represión, menos mal que no tan sangrienta ni genocida como en algunas zonas de Oriente Medio, en Siria, pero represión también hay en su desgraciado país. Naciones vecinas, o no tanto, más afortunadas, Perú, Ecuador, Brasil, tratan de impedir el éxodo masivo de esos miles (¿decenas? ¿centenares?) de venezolanos que ya no pueden más, que se han arruinado por completo gracias a una política económica loca, que ya no tienen qué comer. Hablan español como usted y como yo, comparten valores y una buena parte de Historia con nosotros. Pero les hemos olvidado. Y no podemos hacerlo.

Comprendo que ha sido un agosto loco este del primer verano de mandato de Pedro Sánchez, de Quim Torra, de Pablo Casado. Que si Franco, que si Llarena con la demanda increíble de Puigdemont, que si volvemos o no al 155, que si subimos los impuestos, que si ninguneamos o no al Senado. Y la inmigración que nos llega desde el sur, con conatos de violencia impulsada por la desesperación. Así que hemos estado muy ocupados mirando hacia todos lados. Excepto, claro, a los hermanos latinoamericanos -no es un tópico, por favor-. Sobre todo, a esos que más están sufriendo las consecuencias de la "política" -vamos a llamarla así- de un Nicolás Maduro que está cayendo en lo peor que puede caer un gobernante: en hacer sufrir a su pueblo, al que trata de alimentar con voncinglerías, demagogia, chulería y mala educación, mientras una oposición impotente no logra siquiera sacar a la calle a sus presos políticos.

Venezuela, esa Venezuela sometida al saqueo de tantos gobernantes anteriores, desde socialistas hasta democristianos, en la que tan pésimamente se han gestionado unos inmensos recursos petrolíferos, se muere de hambre. Los "camisas rojas" bolivarianos no son más que unos fantoches pendencieros en una nación donde -tengo amigos que bien pueden atestiguarlo- una vida vale menos que un bolívar de los de ahora. Algo tiene que hacer urgentemente la comunidad internacional, en la que España tiene que asumir, en esta materia, un papel de liderazgo. No apoyando, como en algún momento creo que ocurrió, golpes de Estado de resultado incierto, ni bloqueos económicos que solo podrían empeorar, como ocurrió en Cuba, la situación de la población civil, inocente de tanto desmán. España tiene que poner en marcha un programa de ayuda a los refugiados venezolanos.

Y nada de esto he escuchado en tanta "cumbre" de Quintos de Mora. Ni ahora que el presidente Pedro Sánchez se nos va a hacer las Américas por países que, casualidad, nada tienen que ver con el conflicto fronterizo que atenaza a Venezuela, Perú, Ecuador y Brasil, otro inmenso Estado al que la corrupción está convirtiendo, como ha estado a punto de ocurrirle a México, en fallido. No, Sánchez va a visitar naciones en las que reina una relativa tranquilidad y una aún más relativa prosperidad: Chile, Bolivia, Colombia, Costa Rica.

Hora era de que el aún flamante presidente del Reino de España, ya sé que agobiado por otras muchas cuestiones, se acordase de que nuestro país tiene un papel fundamental que jugar ante unas naciones en las, no tanto como antes, se mira con simpatía y cierta admiración a la que fue antigua metrópoli. ¿Cómo no plantear ante las cancillerías chilena, boliviana, colombiana, costarricense, alguna suerte de "plan Sánchez" para ayudar a esa gente desgraciada que tiene que abandonar sus hogares para intentar sobrevivir?

Ya sé, por supuesto, que esta idea chocará con egoísmos, prejuicios de quienes, desde el "malismo", atacan a los "buenistas" y con la hostilidad política de algunos -algunos- en la formación "socia" del Gobierno socialista. Sé que no faltará, incluso en este Ejecutivo, quien diga que no es posible abrir otro frente, que bastantes problemas de inmigración tenemos ya con los próximos como para acudir en socorro de los lejanos -geográficamente-. Y que, claro, para qué le quiero hablar de quienes, hoy echando una mano a Sánchez para mantenerse en La Moncloa, tanto han admirado al chavismo y, me parece que menos, pero algo, al "madurismo", que es régimen imposible, destinado a caer. Pero, ¿cuándo?

Será eso cuando toque -hombre, no vamos a esperar a que Trump, que en el fondo es como Maduro, idee "plan Marshall" alguno; a él, Venezuela le pilla distinta y distante-; pero, mientras, estamos obligados a echar una mano a esos hombres, mujeres y niños que sufren en nuestro idioma, muchos con nuestros apellidos. Y eso, advierto a los tuiteros que todo lo confunden y te lanzan lo de "buenista" a la cabeza en cuanto no se les ocurre otra cosa, no quiere decir que olvidemos a los demás desafortunados. España debe ser un ejemplo mundial de solidaridad o, si no, en el fondo, no seremos nada.

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