Opinión

Es, sin más, el gran momento del Jefe del Estado

Cuando esto escribo, el jefe del Estado está grabando otro de sus mensajes más difíciles a la nación, es decir, el mensaje de felicitación de la Nochebuena a los españoles. Precisamente cuando arrecian los gritos de "República" en uno de los territorios más emblemáticos de España, esa Cataluña en la que unas elecciones han dado la victoria -lo miremos como lo miremos al independentismo, Felipe VI entrará en nuestros hogares para lanzarnos un mensaje de concordia, de entendimiento. No será, previsiblemente, el tono durísimo, entonces conveniente sin duda, adoptado por el Rey el pasado 3 de octubre, cuando acusó de "deslealtad" a los secesionistas que acababan de forzar aquel pucherazo llamado referéndum dos días antes; pero tendrá el Monarca que recordar que es él quien representa a ese Estado que ellos, los independentistas, van a tratar nuevamente, quizá con nuevas tácticas, más dilatadas en el tiempo, de desmembrar.
Resulta que en momentos de máxima debilidad del Gobierno central -Rajoy parece empeñado en mostrar que nada ha pasado, que todo puede seguir como si tal cosa, mientras su círculo íntimo, comenzando por Jorge Moragas, se desparrama-, cuando poca presencia le queda al Estado en Cataluña, más allá de las fuerzas policiales, de la Judicatura o, si usted quiere de la Lotería Nacional, el papel del Rey se hace más acuciante, más preciso y más imprescindible que nunca. Por eso, Felipe VI, que dentro de un mes cumplirá medio siglo de vida en un clima de amargura ante lo que viene ocurriendo en España desde aquellas elecciones del 20-D-2015, dos años de caos político ha, tiene que tener mucho cuidado con cada una de sus palabras: ni excesiva prudencia morigerada ni riesgo de que parezca que "interviene" en las cuestiones que atañen al Ejecutivo.

Ignoro cuánta mano ha metido este mismo Ejecutivo en el papel que el Rey leerá en la noche de este domingo ante millones de ciudadanos ávidos, preocupados como nunca por la loca deriva política a la que nos han llevado el secesionismo y la incapacidad de muchos de nuestros políticos; espero que haya sido poca, aunque a veces los más cercanos asesores de Don Felipe muestran, a mi juicio, cautelas excesivas, que hacen parecer los discursos reales algo genéricos, lejanos. Pero lo cierto es, y a la comparecencia del president de la Generalitat accidental -o sea, Mariano Rajoy- este pasado viernes me remito, que el Gobierno central vive horas de desconcierto, por mucho que Rajoy lo disfrace de impasibilidad y de valentía, porque valentía ha tenido, sin duda, para involucrarse tanto en la recta final de la campaña de un Albiol que se sabía destinado a la catástrofe en las urnas: en Cataluña no caben juntos el PP desnortado y Ciudadanos en ascenso juvenil. Los catalanes aterrados por el secesionismo han votado útil y atractivo, no lo reñidor apolillado.

Desconozco el contenido literal de lo que Felipe VI vaya a decir a los españoles en la gran noche de paz y de amor, esa noche en la que, es al menos lo que dice la publicidad bienintencionada, vuelven a casa los familiares descarriados. Pero mal, muy mal, irán las cosas si no deja claro que él es el representante del Estado en Cataluña, más allá de las controversias jurídicas -no han hecho más que comenzar en este país donde todos llevamos un constitucionalista dentro sobre si Puigdemont podrá o no asumir la presidencia de la Generalitat y si tendrá que jurar o prometer, aunque sea por imperativo legal, la Constitución y el Estatut ante el Monarca. Que yo creo que, si el todavía huido fuese realista, debería hacerlo: París bien vale una misa, debería ser ahora el santo y seña de los secesionistas, que ya conocen las propiedades taumatúrgicas del artículo 155 de la Constitución, pero que podrían explorar las bondades de otros artículos, más "convenientes", de esa Carta Magna que hay que empezar a reformar ya. Le guste o no al señor Rajoy.

Así, hay que instar a las partes -al actual president de la Generalitat, que es el presidente del Gobierno central, y al que sea futuro molt honorable president de la autonomía catalana a sentarse a negociar. No, desde luego, en "territorio neutral" extranjero, como sugiere locamente el fugitivo, sino en La Moncloa, que es donde corresponde. Que Rajoy y Puigdemont no se hayan dirigido la palabra más que protocolariamente durante un año es algo claramente nefasto. Que todo esté dependiendo de la decisión de un juez mítico, tan desconocido por el gran público como Llarena, último eslabón de la cadena para decidir quién sigue en prisión y quién no, es peligroso, por muy competente en lo técnico que Llarena sea. Y que tanto peso recaiga sobre el hombre que lleva la corona sobre su cabeza tampoco me parece ni adecuado para la marcha de las cosas ni justo para él. Pero es lo que hay. Por eso aguardo con tanta expectación lo que todos interpretemos tras las palabras que Felipe VI pronuncie en esta noche que, por cierto, espero que sea buena para todos. Paz, amor y vuelta a casa por Navidad, ya digo.

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