Opinión

No es miedo lo que sienten en Moncloa; es otra cosa

Jamás, en mis muchos años de observador/mirón de lo que pasa en la política de este país nuestro, había asistido a un acto de impudicia y sal gorda como el protagonizado este fin de semana por Puigdemont ante un grupo de alcaldes adictos a la independencia: "Nos tienen miedo y más les daremos", dijo a los ediles, en referencia al supuesto pavor que él y los suyos provocan al Estado. O al Gobierno central. O a Rajoy. O "a Madrid".

Quieren los que conforman el mundo secesionista sugerir que el Estado -o el Gobierno central, que ellos todo lo mezclan/confunden- "solamente" tiene el Boletín Oficial, los jueces, la policía, las leyes, el Banco de España, a Europa y a cuarenta millones de seguidores al menos en este punto, el del rechazo a la independencia de Cataluña. Bueno, y al Ejército, claro, que nada gustaría más al separatismo de los inconscientes que ver la imagen imposible de los soldados "tomando" las Ramblas. Y, como el Estado "solamente" cuenta con todo esto, lo tenemos, nos dejan adivinar, rodeados, como en el chiste.

Lo que ocurre es que esto no es un chiste, porque nadie toma estas salidas de pata de banco con humor, sino con peligroso desdén. Y esta semana que comienza se repetirán las provocaciones y los supuestos preparativos para el pretendido referéndum independentista, que parece ser que es lo que habría de provocar el "miedo", y más que provocará, en La Moncloa, donde todo el cúmulo de despropósitos se toma con la cachaza que caracteriza al inquilino del palacio de la Cuesta de las Perdices. No, Rajoy no tiene miedo, me parece; su entorno, tampoco. No confundamos preocupación con temor; pero tampoco convendría confundir prudencia con inmovilismo. Y yo creo, por usar una expresión desafortunada que el ministro Montoro ha puesto de moda, que Rajoy ya ha cruzado la raya de las cautelas para pisar la línea roja del inmovilismo; hasta el punto de que un ex ministro "díscolo" del propio Rajoy, José Manuel García Margallo, se ha atrevido a afirmar en público que "la inacción de Rajoy llevó al separatismo del veinticinco por ciento al cuarenta y siete por ciento".
No estoy seguro de que la culpable de este crecimiento sea tanto esta inacción como anteriores acciones particularmente desafortunadas: por ejemplo, la del antecesor de Rajoy, Zapatero, que logró convertir al independentismo, engañándole dos veces, a un Artur Mas que, hace algunos años, afirmó a quien suscribe, en la entonces sede de la entonces Convergencia, que ser separatista era estar desfasado. Desde Aznar hasta ahora, los gobiernos centrales se han dedicado a borrar la labor admirable tejida por Adolfo Suárez y Tarradellas. Y, claro, mirar para otro lado ante la patente corrupción del pujolismo y sucesores, a cambio de garantizar su apoyo para estos gobiernos centrales, no ha hecho más que aplazar y envenenar en mayor grado el problema. Porque lo cierto es que la Generalitat ha mantenido durante muchos años una actuación de rapiña, Artur Mas incluido, que aquí no habíamos querido ver. Y el actual molt honorable es un personaje de peso específico tan liviano que se atreve a lanzar amenazas como la del miedo que provocará "a Madrid" con su actuación, en mi opinión bastante loca e irreflexiva, por cierto.

Hasta ahora, la partida se está resumiendo en bravatas, porque desde Madrid se sugiere ya que se impedirá el referéndum de cualquier modo, y aparecen voces de "tono halcón", como la de José María Aznar, instando a su aún correligionario Rajoy a actuar ya, y a hacerlo con mano dura y artículo 155 de la Constitución en ristre. Menos mal que me consta que a Rajoy, que será inactivo, pero no indeciso ni fácilmente influenciable, le disgusta cualquier tipo de medida que implique dar un puñetazo sobre la mesa. Pero lo cierto es que, a la hora de la comunicación, le está ganando la partida hasta Puigdemont, e incluso en el bando "amigo" los Aznar y García Margallo se dedican a enmendarle la plana.

Sí, Rajoy puede que se esté convirtiendo, con su calma chicha y su aversión a lo espectacular, en un problema para llegar a soluciones en el intrincado laberinto catalán, sin duda la pesadilla número uno en estos momentos para un Estado que, por lo demás, parece funcionar bastante bien, al menos en cuanto a las cifras macroeconómicas. Tiene el presidente del Gobierno central enfrente a una minoría de catalanes secesionistas, mientras no se demuestre lo contrario; a un gobernante autonómico que bordea el ridículo y a una pandilla de funcionarios cada vez más asustados -esos sí que tienen miedo- ante las posibles sanciones que puedan caerles si han de poner en marcha la consulta ilegal. Y, para colmo, el mundillo independentista está, aseguran quienes saben, cada vez más dividido, porque el vicepresidente Oriol Junqueras hace la guerra por su cuenta, sin que acabe por saberse muy bien cuál es esa guerra, y tampoco parece que algunas figuras inequívocamente populares, como la alcaldesa Ada Colau, se sitúen decididamente en el terreno de la independencia, sino más bien al contrario.

Pues, con todo y con esto, a veces da la impresión de que Mariano Rajoy, y con él todos los que de veras tememos que Cataluña camine hacia la independencia, está perdiendo la partida frente al ejército de Pancho Villa que dice acaudillar Puigdemont cuando se reúne con unos centenares de alcaldes de ciudades más bien pequeñas. Pierde Rajoy, de nuevo lo repito, la batalla de la comunicación, tan importante en política, y esta semana otra vez veremos a "Puchi" en los titulares, mientras del lado de acá nos limitamos a instar al acatamiento de las leyes que, del lado de allá, poco importan, si es que importan algo. No hace falta ser un genio para concluir que algo, en suma, debemos todos estar haciendo mal para que las cosas vayan tan mal.

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