Opinión

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Pregunto a una fuente cuántos inscritos había para la Diada a última hora de la mañana de este lunes. "Cuatrocientos cuarenta y dos mil trescientos setenta y seis", me responde la tal fuente, muy segura de lo que está afirmando. No produce datos oficiales ni papeles, pero lo creo. En Cataluña, como se viene demostrando desde lo de Galinsoga, estas cosas funcionan: si se quiere hacer una manifestación masiva por el advenimiento de la República de Catalunya, se hace y, además, si se trata de hacerlo ordenamente, también. Y, al revés, si de lo que se trata es de que quinientos energúmenos paralicen Barcelona a base de colocar neumáticos en los peajes de acceso a la ciudad, pues se pone en práctica, que para eso están los CDR, y a otra cosa.

Es la Cataluña de los cuatrocientos cuarenta y dos mil -que serán más, claro, los que se contabilicen este martes como asistentes a la Diada- frente a esa Cataluña silenciosa, que no sale a la calle porque tampoco quiere que se la confunda con ciertos vociferantes. Y porque en Cataluña, como antes ocurría, aunque en muy otras circunstancias y con muy otras amenazas, en el País Vasco, hay miedo. Miedo a expresarse y hasta miedo a pensar de manera diferente a la ilógica de confundir molinos con gigantes. Hay al menos cuatrocientas cuarenta y dos mil etcétera personas que se pondrán la camiseta color coral, el lazo amarillo, gritarán-lo-que-hay-que-gritar y estarán seguras de que lo mejor que le puede ocurrir a Cataluña es independizarse de una España que "ens roba", aunque no tengan muy claro qué y cuánto es, en realidad, lo que España les roba.

Desgraciadamente, no hemos sabido construir un relato para contrarrestar a la masa. A esta masa. Y la masa, que siempre cree tener razón -y ay si usted trata de contradecirla en medio de la turbamulta-, en realidad no la tiene casi nunca. No del todo, desde luego, porque la razón siempre es compartida entre al menos tres lados, los que asisten con entusiasmo a una Diada convocada para lo que ésta ha sido convocada, los que de ninguna manera asistirían a una manifestación bajo las premisas de la de este martes y la fracción, que me parece que ha de ser mayoritaria, de aquellos que lo único que quieren es que les dejen vivir en paz y sin líos, es decir, eso que dio en llamarse la mayoría silenciosa. Que es la que no acaba de percibir que los cascotes del desastre de la confrontación entre dos mundos, dos Europas, dos Españas o dos Cataluñas les van a caer en la cabeza.

Y lo peor es que esta Diada es el prólogo de semanas de desasosiego, de agitación callejera, de encerrarse en posiciones maximalistas, enfrentadas, a uno y otro lado del Ebro, que es río que debería unir y no separar a las tierras y las gentes de España. Temo que la suerte está echada, porque nadie ha sabido cambiarla y que esa lluvia de cascotes la van a soportar las cabezas de todos nosotros, de uno u otra forma. El tiovivo nefasto sigue girando y no hay quien lo pare para bajarse.

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