Opinión

Las dos orillas del río eran la misma orilla

Uno anduvo buena parte de la asfixiante tarde sevillana del viernes andando de un mitin a otro: poco más de un kilómetro, del pabellón de Guatemala al puente de Triana, misma orilla del río Guadalquivir, y dos mítines en los que, para los poco avisados, como un francés que me preguntó por "aquellos dos PSOE", Susana Díaz y Pedro Sánchez venían a decir las mismas cosas. Ninguna relacionada, por cierto, con la actualidad de un país, España, que vive de susto en susto, entre informes de la UCO y de la UDEF que parecen estar trabajando para el periodismo de investigación y que cada día arrojan a los tiburones algún nombre conocido nuevo: aquel ex ministro, tal marido de ministra... Ni siquiera escuché hablar a este lado del río -no se podía atender simultáneamente a los dos mítines, claro- de las ofertas y contraofertas con las que Puigdemont entretiene al Gobierno central, fascinado por su inminente irrupción nada menos que en un foro municipal de Madrid para explicarnos, desde este lado de la frontera, qué pretende hacer con su famoso e imposible referéndum secesionista. Seguro que en Madrid prestarán más atención al "molt honorable", aunque sea para ponerlo de chupa dómine, que en Harvard.

Escuché, eso sí, hablar mucho de Podemos. A una, con respecto a las relaciones futuras con ellos, de manera más tajante que al otro: ahora mismo, uno no podría asegurar que Pedro Sánchez no se uniese, si triunfase, a los planes de los morados. Porque la moción de censura de Pablo Iglesias, estratégicamente oficializada, con manifestación incluida, en vísperas de la trascendental elección interna para la secretaría general del PSOE, sitúa a la formación de Pablo Iglesias (Turrión) en el otro lado. El de enfrente. La otra orilla, la del enemigo. Se lo expliqué al turista francés, que miraba perplejo el espectáculo montado en el Muelle de la Sal, donde Pedro Sánchez abrazaba a la alcaldesa de París, la "gaditana" Anne Hidalgo: es la concepción de "aquel" Pablo Iglesias (Posse) frente al homónimo contemporáneo. Un mismo nombre, siglo y medio de diferencia, mucha más distancia de orilla a orilla que los dos mítines socialistas alineados, tan iguales, que no distintos, pero tan distantes. Y tan cerca. Creo que el francés no entendía nada, ni siquiera la veneración que los "sanchistas" mostraban por la señora Hidalgo. Uno tampoco entendía todo aquello muy bien, si he de ser sincero.

Veremos en qué para todo esto, hacia dónde se encamina esa dialéctica de una izquierda que, tal como está, se incapacita para plantar cara a la corrupción del PP. Una corrupción, dicen, pasada; sí, pero aún confusa y donde todavía parecen quedar muchos nombres por aparecer en los "reportajes" de la UCO y de la UDEF, compitiendo, ya digo, por el Pulitzer de la investigación periodística. Otros nombres que se airean parecen estar injustamente en el candelero, y pienso en la presidenta madrileña Cristina Cifuentes, así que es urgente una clarificación. Luz, taquígrafos, comisiones de investigación, jueces eficaces y discretos y guardias civiles menos entusiastas de la literatura jurídica, es lo que me parece que nos hace falta. Pero, claro, la oposición pasa por todo esto mirando hacia otro lado; concretamente, hacia su ombligo.

O, ya que estamos, tampoco cuenta para nada esta izquierda en litigio a la hora de buscar soluciones para el galopante independentismo catalán, que al parecer, me cuentan, ha estancado sus conversaciones con el Gobierno central. Y es que andan distraídos: convierten el Guadalquivir en un patio de colegio y los pasillos del Congreso en el campo de juego y lucimiento de doña Irene Montero, pongamos por caso. Y, mientras, la casa, y los establos de Augias, sin barrer: claro, a saber dónde está nuestro Heracles, alguien capaz de limpiar tanta boñiga.

Comprendo que el turista francés, calor sevillano ya veraniego, se largase, con su mujer, a tomar cañas por el barrio de Santa Cruz, según me anunció. Aquello ni lo entendía ni le interesaba. Lo mismo les ocurría, comprobé, a la mayor parte de los sevillanos, mucho más atentos a los chiringuitos de la orilla que a los mítines de los dos psoes, de las dos Españas, congregadas, eso sí, en el mismo lado del Guadalquivir, el río español por excelencia, una de cuyas dos orillas ha de helarte el corazón.

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