Opinión

¡SOS! ¡Es el Sam, supuesto de anormalidad máxima!

Nunca, ni desde los tiempos en los que, muerto Franco, todo su andamiaje odioso estaba en cuestión, se había vivido un Supuesto de Anormalidad Máxima (SAM) tan estrepitoso como cuando un señor que era el undécimo candidato en una lista de segundones, llamado Quim Torra, se encaramó al atril del Parlament catalán para, desde allí lanzar un desafío en toda regla al Estado y a su Rey, un Estado que retransmitía su discurso en directo. Y es al Estado al que ahora hay que lanzar un SOS, un grito de ayuda, ante este SAM que ya ni siquiera sorprende a la ciudadanía: Cataluña, el resto de España, Europa, pendientes del veredicto de cuatro diputados de una formación que odia no solo a cuanto signifique lo español, sino el sistema, incluyendo la Historia, la economía, el régimen jurídico y el marco social en el que vivimos desde hace casi medio siglo. Si esto no es anormalidad, que venga Dios y lo vea.

Y ahora ¿cuál va a ser la respuesta del Estado, que sigue comportándose como si nada estuviera ocurriendo, ante el guante lanzado por Torra, Torrent y esa mitad de catalanes que son el ejército de Pancho Villa comendados a su modo por un pretendido kaiser, allá en Alemania, y por cuatro chalados que lo único que quieren, en plan constructivo, es derribar el templo, aplastando a los filisteos, que somos todos nosotros, ellos incluidos?

Sé que están en preparación muchos libros, a favor y en contra, de este que, desde cualquiera de los planteamientos, ha de calificarse como demencial proceso, que de día en día empeora el color de los nubarrones que nos han de llevar a un nuevo choque de trenes. Pero, cuando llegue el día de los historiadores, es difícil saber qué palabras buscarán para definir este período tan completamente inédito -vamos a llamarlo así- en la azarosa marcha de España por el tiempo. ¿Qué dirán ante el hecho de que, precisamente cuando nuestro país salía del letargo secular económico y parecía asentarse en una cierta estabilidad institucional, cuatro "hooligans" fuesen los encargados de decidir si otro "hooligan", patente odiador de la nación española, se embarcaba o no en una nueva (y desastrosa) aventura secesionista? El panorama, sin duda, no dejará de resultar curioso, por decir lo menos, a los futuros estudiosos de qué fue de ese país, tan peculiar, tan divertido, a veces tan patético, situado entre Francia y Marruecos, al Este de Portugal.

Porque así, la verdad, no vamos bien. Ignoro si el Estado tiene, en lo más recóndito de su mente lacónica, alguna respuesta a lo que ocurrió este sábado en el Parlament -y en los días anteriores, en el nuevo golpe a la democracia programado en Berlín- o a lo de este domingo en la Barcelona a la que la CUP tuvo en vilo. Nadie sabe qué planes tienen en mente un Gobierno como ausente, un PSOE como silente, un Ciudadanos como, a veces, apenas tonante. Uno, que ha visto mucho, pero nunca nada como esto, se atreve a pensar que acaso, más allá de las amenazas con apoyar o no los Presupuestos de Rajoy, o del mero sacar pecho o hundirlo en función de las encuestas, sería conveniente ver a los tres máximos líderes constitucionalistas retratados en la puerta de La Moncloa y desbrozando juntos un plan de acción, de diálogo, de manos tendidas y de rostros firmes, más allá de la mera acción del brazo secular togado y con puñetas. Una acción que se ha convertido en solución para hoy y hambre, mucha, para mañana.

Supongo -supongo solo- que veremos a Rajoy salir ante las cámaras -sin preguntas, por favor- y luego a Sánchez y antes o después a Rivera, tras el resultado de la sesión de investidura y de los nuevos desafíos de este lunes. Desgranarán, cada uno por su lado, un mensaje de firme defensa del Estado sin decirnos cómo se va a defender ese Estado. Luego saldrá Pablo Iglesias a tratar de corregir la plana a todos, añadiendo aún más confusión a una ciudadanía que, simplemente, se toma todo esto ya como unos juegos florales de primavera, porque resulta costoso pensar que el espectáculo al que asistimos pueda ir en serio. Maaadre mía, lo que debe de estar disfrutando, allá en Berlín, El Fugado, pensando que en el fondo es él el que manda y (des)ordena en lo que ocurre y vaya a ocurrir en la vieja España.

No sé qué hace falta ya para que nuestros representantes, tan remisos a reconocer que el camino elegido es el equivocado, comprendan que esto va mal y que es precisa una reacción diferente a la del mero palo judicial, que se hace necesaria una ofensiva de apoyo a la Corona, de recuperación del protagonismo nacional e internacional y de ganarse la voluntad de los catalanes, incluyendo a los no secesionistas, desde luego. Esa tarea, desde un Estado fuerte como es aun el español, se puede acometer: basta con abandonar el confortable calor primaveral de los pelotas de La Moncloa, de Ferraz, de los sondeos, y mirar a la gente de la calle. Luego, actuar para que la normalidad, ese bien tan escaso por aquí, regrese a nuestras playas.

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