Opinión

Batalla campal

Los análisis que se realizan cada vez que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o las policías autonómicas realizan una operación contra el terrorismo islamista ponen de manifiesto la importancia de las medidas que se han desarrollado desde el 11-M de 2004, o cada vez que se han sucedido atentados en ciudades europeas con un patrón similar al que ha tenido lugar en Barcelona, pese a que no los han podido evitar. La prevención ha impedido que tuvieran lugar otros atentados, pese a que, en efecto, el riesgo cero no existe. Lo que sí existe es el convencimiento de que ningún tipo de atentados va a cambiar ni formas de vida ni la defensa de los derechos y libertades entre nosotros, ni la colaboración para que los yihadistas no ocupen países enteros o algunas  zonas de ellos para convertir en súbditos del Estado Islámico a sus habitantes.

Sobran o faltan las palabras cada vez que el terrorismo golpea en nuestro país porque ya está todo dicho. Incluso está todo previsto. Tanto que pocas cosas distintas a lo que se hacen se pueden realizar tanto desde el punto de vista del análisis de las causas y consecuencias de los atentados, como de las reacciones que se suscitan. Desde la aplicación de los planes de emergencia, la activación de las investigaciones que han dado resultados positivos casi de forma inmediata con la menor de las pistas posibles, la solidaridad ciudadana, la unidad de las administraciones concernidas, las condenas de los partidos y su voluntad de mantener la unidad, junto a la necesaria  asistencia a las víctimas y sus familias, todo ha funcionado como si se trataran de hechos cotidianos a pesar de su excepcionalidad.

El grito de “No tenemos miedo” tras el minuto de silencio en la plaza de Cataluña lo resume todo junto a la comparecencia conjunta de Mariano Rajoy y Carles Puigdemont para poner fin a cualquier esperpento de discrepancias políticas frente al trabajo conjunto de todas las policías y los servicios de información. .

Establecido que la ciudadanía catalana y la sociedad española en su conjunto tras el duelo inmediato ha vuelto a sus quehaceres se trata de establecer si hay algunas pautas nuevas que adoptar que vayan más allá de lo que se decida hoy sobre el nivel de alerta antiterrorista situado ya en cuatro sobre cinco, que parece suficiente dado el modus operandi de los terroristas que, solos o encuadrados en células que juran fidelidad a las ideas del Estado Islámico, utilizan medios fáciles de conseguir para atentar.

De ahí la necesidad de que Mariano Rajoy y el Gobierno abunden en el informe que han recibido los presidentes y jefes de Gobierno de la Unión Europea sobre el terrorismo islamista del que dijo que se trataba de la principal preocupación de los mandatarios europeos. “Es una batalla global”,  ha dicho Mariano Rajoy. En efecto, para acabar con el terrorismo yihadista no basta solo la prevención policial, la colaboración internacional, las labores de inteligencia o las intervenciones y la formación de militares y policías en otros países, sin negar su absoluta necesidad. Es preciso avanzar por otros caminos que se sumen a los anteriores basados en el diálogo y el entendimiento, pero sobre todo en el respeto a los derechos humanos que limiten el fanatismo religioso que conduce a la barbarie.

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