Opinión

Borrell, bestia negra de los "indepes"

El ministro de Exteriores, Josep Borrell, es para el independentismo catalán una bestia negra. Jacobino de Lleida, europeísta hasta la médula, conocedor de los entresijos de los despachos de Bruselas como presidente del Parlamento Europeo que fue, nada advenedizo, sino todo lo contrario, un político de prestigio con el reconocimiento ganado a pulso. Por todos estos motivos el diputado de ERC Gabriel Rufián le considera indigno, un hooligan de la organización Sociedad Civil Catalana, la asociación que ha protagonizado la mayor manifestación en defensa de la unidad de España celebrada en Barcelona y que hizo visible a la mayoría silenciosa que está en contra del “procés”.

En efecto, no hay peor cuña que la de la misma madera catalana y Borrell, miembro del PSC, se conjuró desde el primer momento de su nombramiento a rebatir las posiciones y críticas de los independentistas a la democracia española en la UE. El Gobierno de Pedro Sánchez, que por una parte necesita del apoyo de los independentistas si quiere sacar sus Presupuestos Generales adelante, por otra, con el concurso del ministro de Exteriores, ha mantenido que ningún país de Europa conceda al Govern de la Generalitat y a su expresidente huido ninguna oportunidad y ningún reconocimiento.

Gabriel Rufián, imbuido del espíritu teatral que impera en el Congreso y en las sesiones de control al Ejecutivo de los miércoles, con las “perfomances” que se representan en él, el portavoz adjunto de ERC se ha convertido en uno de los actores principales y ha elevado el tono de las intervenciones pasando de las argumentaciones a los insultos en un ejercicio de degradación de la función parlamentaria y que da idea también del nivel político de los representantes populares, de los discursos de brocha gorda y la utilización de conceptos que no se corresponden con la actividad política en una democracia madura. Degradan incluso el significado de palabras que han llevado a Europa a sus peores pesadillas. Entre las palabras de Rufián y la contestación del ministro de Exteriores media la distancia entre la descalificación cercana al odio y la “finezza” dialéctica de Borrell al calificar sus intervenciones.

La actuación y los aspavientos de Gabriel Rufíán de ayer, al margen de cualquier consideración de la cortesía parlamentaria, le ha valido la expulsión del Hemiciclo. Una de tantas con las que ha hecho suficientes méritos para lograr lo que ha conseguido: ser el segundo diputado expulsado del Hemiciclo. Todo ello con el incidente añadido del presunto escupitajo de otro diputado de ERC al ministro de Exteriores, que los republicanos catalanes niegan que se haya producido.

Hasta el propio portavoz de ERC, Joan Tarda, ha pedido serenar los ánimos. No parece fácil que la estrategia de la tensión y la afición a la crispación en que se vive contribuya a rebajar el nivel del enfrentamiento y el consecuente desprestigio que causa en la vida parlamentaria, con la presidenta del Congreso, Ana Pastor, intentando mantener la imagen de la institución, que tiene que lidiar incluso con los diputados de su grupo parlamentario, a los que no le ha gustado su iniciativa de retirar del diario de sesiones las expresiones de “golpistas” y “fascistas”, que continuarán escuchándose sin tasa.

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