Opinión

La casa común y las dos orillas

El ofrecimiento de la vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra, para que Íñigo Errejón, el recién incorporado a la plataforma de Manuel Carmena, Más Madrid, se integre en la "casa común" del PSOE era una iniciativa lógica y previsible, del mismo modo que el rechazo del dimitido diputado de Podemos era también presumible. Pero desde el primer momento, o desde que Podemos comenzó a ser una muleta necesaria para que la izquierda gobernara en ayuntamientos y comunidades autónomas, ha sido el dirigente de la formación morada más proclive al entendimiento con el PSOE.

Que Errejón niegue ahora la posibilidad de integrarse en el PSOE no quiere decir nada respecto al futuro. La historia del Partido Comunista de España y de Izquierda Unida está repleta de discrepantes, purgados y de miembros del sector "crítico" o del "renovador" –intercambiables  según el devenir de estas organizaciones- que acabaron en el PSOE. Primero fueron los disidentes con las propuestas de Santiago Carrillo los que se integraron en el PSOE -Jordi Solé Tura, Enrique Curiel…- y tras caer en desgracia en el partido del que lo fue todo en la clandestinidad, y factor clave de la Transición, Carrillo creó el Partido de los Trabajadores de España, que acabaron afiliados al PSOE, excepto él, que decidió no hacerlo. Una vez creada IU, los integrantes de la corriente Nueva Izquierda se separaron de Julio Anguita y la denominada "pinza" para acabar en Ferraz y algunos de ellos acabaron en cargos de importancia orgánica y de responsabilidad política -Diego López Garrido, Mercedes Gallizo…- , o como candidata a la alcaldía de Madrid, caso de Cristina Almeida. O, más adelante, Rosa Aguilar, que dejó la alcaldía de Córdoba para integrarse en el gobierno socialista de la Junta de Andalucía con José Antonio Griñán.

En aquellas circunstancias prefirieron el cobijo de la "casa común", que ofrecía el PSOE,  que la teoría de las dos orillas que desarrolló Julio Anguita y que situaba al PSOE y al PP en una de ellas y a IU en la otra. Y en todos los casos su argumento fue similar, el abandono de posiciones maximalistas y el reconocimiento de que el PSOE era el partido que mejor representaba y defendía los intereses de los ciudadanos desde posiciones progresistas –a menudo traicionadas-, al tiempo que les permitía "tocar poder" después de años de clandestinidad u oposición.  

Ahora Íñigo Errejón quiere medir sus fuerzas a pesar del descalabro que puede originar en el seno de la izquierda, además del que ya ha creado en el partido que, como presume, ayudó a fundar. La propuesta de crear una plataforma para que estén en ellas todas las formaciones progresistas y personas desencantadas ya ha animado a otros movimientos que se han dado de bruces con la realidad: el pez grande se acaba comiendo al chico que se ha separado de su banco.  

El reto del aliado de Manuel Carmena, por el momento solo en Madrid, es sacar de la abstención a más votantes de los que va a meter al provocar una nueva división en la izquierda que vuelve a dar pruebas de un cainismo irredento, para que su iniciativa política tenga alguna virtualidad. Si no lo consigue y fracasa en su empeño tendrá abierta la puerta de la casa común y sus antiguos compañeros de viaje se quedarán en la otra orilla. ¿Y si gana a Pablo Iglesias?

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