Opinión

Ni radical ni hipotecado

Calificar como radical al nuevo Gobierno se sostiene difícilmente por el currículo de la mayor parte de los ministros. Pero sí tienen fuertes convicciones socialdemócratas para llevar a cabo reformas pendientes, recuperar algunas laminadas y revertir desigualdades. Es tan poco radical como su declaración de principios de someterse a los dictados de Bruselas en materia de control del déficit público.

A pesar de su debilidad parlamentaria, el Gobierno de Pedro Sánchez está obligado a presentar iniciativas que puedan concitar apoyos diversos y no precisamente de todos los partidos que le han apoyado para llegar a la Moncloa y en las que pueden coincidir Podemos y Ciudadanos, por cuanto se trataría de cuestiones relacionadas con la regeneración democrática, la extensión de derechos  y la mejora de la vida cotidiana de los ciudadanos.  En Podemos algunos de sus líderes lo aceptan porque si al PSOE le va bien le irá bien a toda la izquierda, ha dicho Íñigo Errejón, aunque puede ser una opinión que no comparta todo el partido.

Ciudadanos, que se ha quedado colgado de la brocha esperando unas elecciones que supuestamente le habrían llevado a la primogenitura del centro derecha, tendrá que dar muestras de su compromiso social más allá de su posición contra los independentistas catalanes, a los que Pedro Sánchez ha mandado mensajes tan potentes como que el Gobierno va a disputarles el relato en el terreno europeo y con una potencia superior a la que puedan desarrollar las “embajadas” catalanas, mientras que la oferta de diálogo al Govern se concreta con ministros comprometidos con jugar este partido en el espacio delimitado por la Constitución y el Estatut y el federalismo como frontera.  

Ni Quim Torra se ha vuelto autonomista de repente, ni Sánchez condescendiente con quienes han pretendido la secesión de una parte de España. Por no hablar de la reacción de Bildu –los antiguos amigos de ETA como los define Rafael Hernando- que han mostrado un entusiasmo descriptible con el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, que encarceló a Otegi y que cuenta con el beneplácito de policías y guardias civiles que saben cómo ha realizado su trabajo; y otro tanto puede decirse de la ministra de Justicia, Dolores Delgado y su compromiso en la lucha contra ETA y su mundo, antes, y el yihadismo ahora. Por tanto, hipotecas por los votos recibidos en la moción de censura, parece que ninguna.

Descartados los partidos independentistas, Podemos y Ciudadanos tendrán que demostrar si su preocupación son sus perspectivas electorales o sentar las bases de un futuro más equitativo, más solidario, con menos hipotecas hacia los grupos de presión, o si mantienen los resabios de la vieja política y se muestran como los causantes de un nuevo bloqueo político. Deben decidir si aprovechan los réditos de aparecer como los coautores de modificaciones legales que mejoren la vida de los ciudadanos, o si se encastillan en sus posiciones ideológicas,  mientras que el PSOE debe demostrar cintura política para negociar desde una posición de debilidad parlamentaria.

Ciudadanos debe optar entre unir sus fuerzas al PP y quedar desdibujado ante la potencia popular, y Podemos si la imagen de la pinza es la que mejor conviene a sus intereses y a su mensaje progresista.

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