Opinión

Radicalidad o diálogo

Después de un día de silencio gubernamental a la espera de ver como se desarrollaban los acontecimientos en Cataluña durante la conmemoración del primer aniversario del referéndum ilegal del 1-O y tras el episodio del cerco al Parlament, que por poco no acabó en su ocupación y que habría supuesto un punto de no retorno en la forma de abordar el expediente catalán, el Gobierno le ha puesto al presidente de la Generalitat, Quim Torras, ante la disyuntiva de elegir entre diálogo o violencia, entre alentar a los CDR a seguir apretando con las consecuencias que se vivieron la noche del lunes en Barcelona, o aceptar un diálogo que hasta ahora ha dado pocos frutos y que desdeñan si no es para hablar de autodeterminación.

A los independentistas catalanes se les acaba el tiempo y se les está acabando el crédito del que han dispuesto a muchos niveles, porque las imágenes de los altercados violentos y la actuación policial sirven en cierta medida para contrarrestar otros similares, o pone todas en su justa dimensión -sin negar el error de la planificación policial del 1-O de 2017-. Y de ahí el empeño de algunos dirigentes por criticar unas escenas que van contra la épica de la resistencia pacífica y de la “revolución de las sonrisas” que quieren proyectar, y que consideran innecesaria porque les basta con violentar el funcionamiento de las instituciones con el que tratan de vulnerar el orden constitucional.

Tampoco les queda mucho más tiempo. El Parlament ha reabierto sus puertas después de la anomalía de estar más de dos meses cerrado porque las discrepancias entre el partido de Carles Puigdemont y el de Oriol Junqueras son tan evidentes que no quieren sacarlas a la luz de manera más explícita, y porque a partir de ahora van a sentir con más fuerza cómo los radicales de los CDR y de ambos partidos “aprietan” para ver que se dan pasos en el compromiso de hacer efectiva la república catalana. Unos pasos que si se dan pueden llevarles a un culo de saco donde les espera el artículo 155 de la Constitución.

Los socialistas se resisten a su aplicación pese a las presiones que les llegan desde el PP y Ciudadanos pero la situación de diálogo sin concesiones en las que están embarcados los independentistas hacen muy difícil que Pedro Sánchez pueda aguantar, si desde el independentismo no hay señales de que se puede avanzar en destensar la crisis, si aumenta la dosis de violencia en las calles y de crispación social y si se atreven a traspasar alguna línea roja que lleve a la intervención del autogobierno. Sánchez depende políticamente de ellos dada su precariedad parlamentaria y su decisión de dar una oportunidad al diálogo tiene un alto costes político para él y su partido pero puede recuperar activos electorales si, después de haberlo intentado, acaba por aplicar el artículo 155 de la Constitución

En definitiva, los independentistas deben definir como quieren actuar. Las provocaciones verbales han llegado a un punto de difícil superación con las palabras de Torra a los CDR, y con las consecuencias ya vistas de aumento de la violencia y y que demuestra que a veces actúan como aprendices de brujos, alentando a los violentos y la desobediencia sin calibrar la dimensión de sus actuaciones y ahora tienen dificultades para devolver al genio a la botella.

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